Opinión

OPINIÓN | Crónica de un migrante tachirense en cuarentena

4 de abril de 2020

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POR Jesús Sánchez Rivera* | CNP 18.351


Me queda exactamente una semana para que se venza el mes de alquiler. Tengo más de 20 días sin trabajar y no precisamente porque no quiera. La razón es lógica y conocida en todo el planeta: estamos en cuarentena por el coronavirus (no me había dado cuenta de que esta palabra estaba guardada en el diccionario del celular. Me pone a pensar).

Estoy en calidad de inmigrante y no con muy buenos ojos me ven en estas tierras, sobre todo gracias a otros nacionales que salieron de Venezuela a embarrarla. Sin embargo, los buenos seguimos siendo más.

Veo, desde Bogotá, donde me encuentro radicado desde hace dos años, que atacan por redes a la alcaldesa Claudia López, tildándola de xenófoba. No suelo opinar sobre la política de Colombia por considerarlo una falta de respeto; no obstante, el tema tiene que ver con venezolanos y aspiraré a mantener equilibrio en lo que plasme durante las siguientes líneas.

Resulta que la alcaldesa López a través de su cuenta de Twitter recordó que el tema de los inmigrantes es política de Estado y compete directamente a la Oficia de Migración, por lo que su competencia como primera autoridad de la capital colombiana, son los colombianos. Claro y raspado lo dijo. Hasta esa pequeña frase publicada en Twitter, yo, no veo comentario xenofóbico.

Consecuencia del virus que nos tiene encerrados, retomé la tarea nuevamente de estar pendiente de las noticias, revisando los principales medios de Colombia, Venezuela y otros portales internacionales. Sobre todo para saber de la evolución del coronavirus, pues ya las malas noticias de mi terruño siempre las ventilan mis compañeros de apartamento.

Así fue como me encontré con una noticia y unos videos grabados en la localidad de Kennedy. El dueño de una casa en este sector, colombiano para mayor seña, desalojó a dos personas mayores, par de viejitos también colombianos, porque se habían retrasado con el pago de su alquiler; esto ocurrió en plena cuarentena nacional.


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Incluso la alcaldesa López tuiteó sobre esto y manifestó su rechazo a semejante desconsideración y falta de humanidad por parte del propietario del inmueble en momentos donde debemos darnos la mano.

No voy a mentir. Tenía días asustado porque el alquiler suele llegar más rápido cuando menos trabajo sale. Después de ver que en este pequeño incidente de Kennedy no se echaban la mano entre ellos, me dije: qué quedará entonces para mí y para los millones de venezolanos y extranjeros que están en casa ajena.

No quiero ser tan apocalíptico todavía, así que voy a confiar en las buenas vibras que rondan el universo y en la comprensión de los dueños de la casa. En más de un año compartiendo su techo, no hemos quedado mal con los pagos. También entra en esta particular situación el hecho de que los arrendatarios viven de los alquileres y entrarán en desespero cuando sus ahorros empiecen a desvanecerse, cortesía -esto también hay que recodarlo- de los dignos exponentes de la usura, que piensan llegó su agosto y tienen sus pistolas de precios bien cargadas de municiones, y todos los días remarcando mercancía.

Retomando lo dicho por la primera autoridad civil en Bogotá a través de Twitter, desde mi punto de vista, es absurdo y grosero llamarla xenófoba (ojo, no defiendo pensando que me pudieran dar dádivas ni nada, pues ni cuenta bancaria tengo acá; solo que me sirvió de musa haberla encontrado como tendencia en la red social para soltar la pluma un rato).

Si somos dos millones o más de venezolanos, entre buenos, malos, regulares y perversos, los que estamos radicados en este país vecino, fácilmente congregados en un mismo espacio geográfico seríamos la población de una ciudad relativamente grande.

Vista aérea de un parque vacío en Bogotá el 31 de marzo de 2020 | Foto Raúl ARBOLEDA / AFP

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De allí que se me ocurra que nuestro gobierno, no sé a ciencia cierta cuál de los dos, si Maduro o Guaidó, o los dos a la vez, y valorando al mismo tiempo cuál tenga la plata y disposición para hacerlo, le echen una mano a sus nacionales que están en condición de pueblo de Israel, solo que dejaron botado a Moisés cuando cruzaron el río.

Tal vez es pedir mucho. Definitivamente, es pedir mucho. Si las ayudas internacionales dadas a gobiernos amigos de Venezuela no se han visto, si la plata del concierto organizado por Richard Branson ni se supo, si el apoyo económico de organismos internacionales para países que atienden el éxodo venezolano no aparece sino en medios de comunicación, estamos pidiendo mucho. Cómo jodemos.

Y, para no ir muy lejos, si la luz sigue yéndose, si el agua sigue faltando, si la gasolina es exclusividad de quienes se imponen con las armas, si la comida y las medicinas siguen revendiéndolas rojos, azules, blancos y marrones, peco de desconsiderado al pedir algo que les niegan diariamente a mis hermanos y vecinos en Venezuela.

El grupo de Guaidó, dicen, se robó la plata de las ayudas internacionales. El combo de Maduro, dicen, actúa por impulso y con los exiliados no quiere nada, todos son oligarcas que han podido viajar y no merecen ayuda, además, si no atienden a los que quedaron en Venezuela, mucho menos le echarán una mano a los que consideran opositores de su proceso.

Es más fácil salir a protestarle y pedirle al gobierno colombiano. Oigan, aquí estamos, los pobrecitos que huyeron de Venezuela. Si ni siquiera entre los mismos neogranadinos aparecen las ideas para atender su desigualdad social y que el virus asesino ha desnudado aún más, qué podríamos esperar nosotros, convertidos en una carga extra y por qué no decirlo de una vez y sin suavizarlo: culpables vigentes y actuales, culpables de moda del incremento de todo lo malo en Colombia.

Sé que como yo hay millones en este momento encerrados, tengo a mano siete congéneres que vivimos en un apartamento de 27 metros cuadrados, extendiendo lo último que ganamos tres semanas atrás, rezando para que el virus no nos caiga, ligando que la cuarentena pase y salir a trabajar, ojo, trabajar, no pedir regalado.


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Salir a trabajar para seguir pagando impuestos y pasajes como cualquier ciudadano colombiano. Porque más allá del mal que ha significado el encontrarse con unos cuantos venezolanos que asesinan, roban, quedan debiendo, hablan duro, toman cerveza, ríen, salen en pantuflas a la calle, defecan y orinan hediondo, pocos hablan de lo bueno que se puso el negocio del transporte desde Cúcuta al interior del país, donde se establecieron tarifas especiales para los «venecos», que por cierto viajan bastante.

Pocos comentan sobre la bonanza en el negocio de los inmuebles. Sobre todo en Bogotá y Soacha, son más los venezolanos que pagan alquiler que los que duermen debajo de un puente o en carpas. El precio de los alquileres ha mejorado para los dueños de propiedades, así unos cuántos (no coloquemos nacionalidad, porque mala pagas hay en todo el orbe) se la hayan ido con la cabuya en las patas.

Todavía  hay menos que reconocerían el significativo aumento de ingresos a las arcas del Estado colombiano por concepto de nuevos contribuyentes, extranjeros, por cierto, que como mínimo pagan IVA casi a diario. Y no quise mencionar las empresas de servicios de telefonía, no me vayan a decir que dos millones de venezolanos se regresaron a su país sin pagar sus cuentas de internet.

Así que, concluyendo, es más sencillo llamar a la alcaldesa xenófoba, así desviamos atención de temas importantes. Sería bueno recordarles a los interesados que han llegado su lectura hasta aquí que el permiso especial para estar en este país lo concede el Gobierno colombiano a través de su oficina de Migración.

Por cierto, yo no lo tengo. Las veces que entré a Colombia respeté los 90 días que me permitían y salía. Resulta que el permiso lo concedían o lo conceden a quienes se quedan ilegalmente. Total, me robaron un estuche donde guardaba mi pasaporte y como no reúno los requisitos de Migración Colombia termino siendo un anónimo más en este país que, eso sí, paga alquiler, impuestos y agradece que la policía aún no lo haya agarrado y deportado. Uno más que aprovechó el encierro obligado, se dio cuenta de que el lapicero tenía tinta y escribió con pretensiones de ser leído.


*Jesús Sánchez Rivera es periodista tachirense, radicado en Bogotá.

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