Reportajes y Especiales

Tachirenses en el mundo quieren tocar el corazón de la Consolación

15 de agosto de 2020

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Ella es camino y consuelo. Paz en la tormenta, quietud… Con mil nombres camina entre nosotros: Auxiliadora, Socorro, Chiquinquirá, Pastora, Coromoto. Pero de manera especial para el Táchira, Consolación.


Por Moisés Sánchez

Bogotá.- Hoy no hay ríos humanos andando por toda la geografía tachirense que vayan peregrinando al santuario de la madre. Hoy la peregrinación es virtual. Pero más allá de eso, es espiritual.

El amor a María del Táchira, Nuestra Señora de la Consolación de Táriba, es más fuerte que cualquier virus o pandemia. La fe, aunque intangible, es inquebrantable en un pueblo que ha vivido de cerca males mayores: la falta de servicios públicos, el desmejoramiento de la calidad de vida, falta de insumos médicos en hospitales y ambulatorios; en fin, un pueblo acostumbrado al sufrimiento expiatorio.

Pero allí está ella: el Consuelo de los afligidos, como llama la Iglesia católica a la Virgen María, la madre de Jesús, el Dios con nosotros. Ella es un faro luminoso que disipa las tinieblas y la oscuridad.

Lo dicen quienes, desde el exterior, sufren por varias razones: la lejanía de sus familias, el encierro por la emergencia que ha desatado el coronavirus, la falta de oportunidades para quienes, siendo profesionales en Venezuela, ahora buscan cualquier trabajo para sobrevivir. Los que se quedaron en los países a los que migraron, y los que, en medio de la situación, a pie o en cualquier transporte llegaron a la frontera tachirense -y a las otras- para volver a casa y se encontraron con un muro de contención que los tilda de presuntas armas biológicas.

Desde 1560, cuando los Agustinos la llevaron a la Perla del Torbes, la Virgen de la Consolación se convirtió en la madre de todo un pueblo.

Hace un año, las calles de Táriba estaban pobladas de gente que iba a la Basílica menor de Nuestra Señora, clamando por hijos y nietos, hermanos, sobrinos, familiares en el extranjero. Protección y regreso eran las palabras más oídas.

Hoy esos hijos en el extranjero quisieron enviar un mensaje a quienes están en casa. Un mensaje de esperanza y consuelo, como ella, como María.

Cada tachirense en el mundo es hoy una lámpara encendida a los pies de María del consuelo, una plegaria viviente al amor de Dios, manifestado en Jesucristo, y a su vez heredado en la Virgen, patrona de cada pueblo.

Es una historia de amor que peregrina desde el corazón para llegar –aunque sea virtualmente– a las escalinatas del atrio de aquel templo pintado de blanco en el que las campanas suenan cada hora. Es entrar en el silencio y el recogimiento de la oración a través de aquella puerta de madera gigante que da pie a la nave central y en cuyo fondo, una pequeña tablita ceñida de oro se visualiza llena de colores a través de un cristal. Es mirarla a ella, mientras nos adentramos en el santuario, con el niño en brazos repitiendo como en Caná de Galilea: “hagan todo lo que Él –Jesús– les diga”.

Hace tres años no camina a la Basílica

—Mi nombre es Marlen Zambrano, perteneciente a una familia trabajadora de un caserío del hermoso estado Táchira, llamado Llanitos. Crecí en el catolicismo y, desde niña, siempre he amado y venerado a nuestra madre y patrona, la Virgen de la Consolación.

En enero de 2018 tomé la difícil decisión de salir de mi país y de mi zona de confort, en busca de una mejor calidad de vida para mis hijos. Actualmente vivo en la ciudad de Bogotá, en Colombia. Nunca pensé que el 15 de agosto del 2017 caminaría hacía la basílica de la Consolación por última vez. Ya este es mi tercer año sin poder realizar la peregrinación, pero mi fe sigue intacta, pues en todo momento está presente (la Virgen) en mis oraciones.

Sé que no puedo caminar para verla y para celebrar su día; pero sé que mi Consolación está a mi lado siempre, como dice su oración: en el día, en la noche, en el trabajo, en el descanso, en la salud y en la enfermedad. En cada paso que doy está ella cubriéndonos con su manto, y protegiéndonos de todo mal y peligro.

Gracias consoladora de los afligidos por nunca dejarnos solos. ¡Salve, reina y madre! ¡Viva por siempre nuestra Virgen de la Consolación!.

Desde Chile, un clamor a la Virgen

María Chacón vive en Santiago de Chile, desde hace cuatro años. Oriunda de La Auyamala, municipio Andrés Bello, una pequeña comunidad muy cercana a Mesa de Aura, enclavada entre montañas y un delicioso clima frío. Es periodista tachirense, graduada en la Universidad de los Andes. Devota a la madre del cielo bajo la advocación de Consolación.

María Chacón pide a la Virgen por la salud de su papá y su familia en Venezuela

Hoy María vive en una constante tristeza. Desde hace meses su padre enfermó de los riñones y ha tenido que sortear cualquier cantidad de eventos para poder atenderlo. Hoy, con su oración intenta tocar el corazón de la Virgen de la Consolación.

—Por suerte, vivo en Chile y tengo trabajo. No ejerzo el periodismo. Trabajo en una tienda de artículos electrónicos. Pese a la pandemia, recibo algo de dinero que destino para mis gastos y la atención de mi papá en Venezuela. Es un sufrimiento constante.

María tenía tiquete aéreo para visitar a su familia el pasado mes de mayo. Por la pandemia del nuevo coronavirus y el cierre de todos los aeropuertos, le fue imposible, como a muchos, viajar.

—Mi vida cambió muchísimo desde el momento que supe que mi papá estaba enfermo. Ahora vivo con una gran preocupación siempre, lloro porque estoy lejos. Ya no tengo tranquilidad.

—Le pido a la Virgencita que lo sane. Que nos ayude a salir de esta situación de salud, que se vuelve cada vez más difícil porque estamos lejos. No hay nada más complejo que tener a un familiar enfermo y no poder estar con él. Que la Santísima Virgen cubra a Venezuela con su manto y haya una cura pronto para el coronavirus.

Expuesto al virus, en la informalidad, pide salud

Franklin Romero trabaja en Bogotá, en la economía informal

Franklin Romero es venezolano, de Palmira, municipio Guásimos. Vive en una de las zonas de Bogotá con más casos de covid-19. Hace unas semanas empezó a sentirse mal. Estuvo en casa, aislado por más de 20 días, tuvo todos los síntomas del coronavirus, pero no se hizo la prueba. Tenía miedo. Miedo a dar positivo, a morir, a dejar a sus hijos a “la buena de Dios”.

Vive de la informalidad. Está en condición de ilegalidad, y el sistema de salud en la ciudad capital de Colombia está colapsado.

Recuerda un día como este, 15 de agosto, en que caminaba hasta la casa de la Virgen a pedirle lo mismo que sigue pidiendo hoy: “que nos cuide todos los santos días y proteja a nuestra familia. Que me dé mucha salud para seguir trabajando y luchando”.

Peregrina desde el corazón con nostalgia

—Siento nostalgia al no poder ir a darle gracias a la Virgen por el favor recibido. Se siente impotencia por no poder estar con la familia. Y ahora, debido al covid-19, mucha tristeza al no estar con los nuestros en casa, cuidándonos. La ausencia de la familia en esta situación de encierro pega mucho. Más aún cuando estamos tan lejos.

Con estas palabras se expresa Yeni Contreras, otra tachirense que vive en Colombia. Madre de familia. Decidió dejar su casa, su empleo, y partir a Bogotá con su esposo y dos de sus hijos. El destino final era Perú, pero en el país neogranadino la esperaban su hijo y su nuera y allí se quedó.

Este año peregrina desde el corazón para agradecer a la Consolación por el regalo más hermoso: su primera nieta. La pequeña nació hace poco más de un mes.

Yeni espera con ansias regresar a Táchira. Sueña con que la Virgen les regale la oportunidad de envejecer en la casa que, con trabajo, esfuerzo y dedicación construyó de la mano de su esposo.

Vivir en el extranjero es un constante peregrinar; tanto para creyentes, como para los que no lo son. Es subir a un carrusel de emociones, que van desde la depresión hasta la tranquilidad. Para los que creen, siempre es mejor sentirse acompañados con la presencia de alguien cercano. En este caso, la Virgen de la Consolación de Táriba.

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