Opinión

Atrincherado en el poder

9 de diciembre de 2017

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Para el pusilánime, para el agazapado, “todo hueco es trinchera”. Todo escondrijo es cual muralla, lo suficientemente conforme para que funja de defensa ante la cobardía que lo apresa, lo amordaza o lo sujeta de manos, brazos y hasta de ideas. Así es como se ve a cualquier politiquero de oficio toda vez que sus decisiones son razones de escondite o de escape. Aunque no sólo de escape o huida hacia delante o hacia atrás. También, como se dice, sus ejecutorias u órdenes de cual “comando mercenario”, evidencian un escape por la tangente. Parafraseando la teoría política, sus determinaciones revelan actos de traición a su propia palabra.
El hecho de presumir actuar a instancia de los preceptos constitucionales sin respeto a lo establecido taxativamente por la referida letra legislativa, es manifestación absoluta de “desacato” llano y simple. Aunque igualmente, puede considerarse como expresión de ramplona burla. O sea, sarcasmo o mofa de la peor calaña. Traición al mejor estilo arribista y orillero.
Sin embargo, el problema de tan vulgar y desvergonzada desfachatez, obedece a distintas razones. Entre otras, y atendiendo la importancia de causa, cabe mencionar la razón de tipo meramente política. Pero no política en el entendido del concepto más elevado de “política”. Sino según lo que el término “política”, descubre de cara a burdos intereses facinerosos y groseramente viscerales. O sea, demagógica que a decir de mucho, es tildad de “populista” o “populachera”.
Otra razón que explica tan gruesa irreverencia propia de un ejercicio de la política que raya con lo “orillero”, es cuando su discurso pone en aprieto conceptual el más excelso significado del vocablo “patria”. Más, si lo busca en el fondo de lo que cada “bolsillo politiquero” puede juntar. De esa manera, esos personajes de marras se permiten disfrutar la vida en su más excelsa plenitud. Pero “vacilándosela” donde y como mejor pueda. Y que efectivamente, no es en Venezuela, pues en el país no podría, ni tampoco debería por simple deducción al absurdo, uno de estos politiqueros quitarse el disfraz de “dirigente político” ya que sería un desparpajo de absoluta aberración. Lo haría donde su “capital” le rinda los mejores beneficios.
Estas dos razones, entre muchas de igual repercusión, incluso moral, ética y hasta de corte histórico, dejan al descubierto lo que encubre tanto pronunciamiento, discurso o verborrea profundamente contradictorias. Solamente dejan ver un estilo de hacer política, arrogante, inepto, soberbio, insolente, confundido y equivocado. Sobre todo, si se encuentra, obstinadamente, atrincherado en el poder. (Antonio José Monagas)

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