Opinión

La huida

8 de septiembre de 2017

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La migración de los venezolanos hacia el exterior continúa y se acrecienta día a día. En verdad es todo un torrente incontenible de personas que abandonan el país para radicarse definitiva o temporalmente en otras tierras, donde presumen les irá mejor. Las razones son muchas, entre otras, la marcada inseguridad reinante, pero la gravísima crisis económica en que vivimos, es la principal de ellas. No se trata solamente de escapar del desempleo o de trabajos precarios y mal remunerados, sino del convencimiento de que aquí no se ve futuro, no hay esperanzas, no se vislumbran perspectivas favorables para un razonable buen vivir.
En un principio, la casi totalidad de los emigrantes estaba compuesta por profesionales y técnicos jóvenes, la mayoría de clase media o media alta, a quienes no se les ofrecían posibilidades de desarrollo cónsonos con su conocimientos, habilidades y aspiraciones. Muchos de ellos tenían como destino Estados Unidos y Canadá. Otros preferían España, Francia o Inglaterra. Pero muy rápidamente la situación cambió, hasta abarcar sectores cada vez más amplios y con menores niveles académicos provenientes de estratos socioeconómicos más bajos. Hoy por hoy, ese tipo de emigrantes conforma seguramente la mayor proporción de los integrantes del éxodo. Son quienes con muy escasos dólares en el bolsillo, pero con el espíritu colmado de fe y esperanza, atraviesan la frontera con Colombia para buscar acomodo en el país vecino, o para aventurarse un poco más lejos hasta Panamá, Ecuador, Perú, Chile o Argentina. Llevan lo justo para subsistir las primeras semanas, confían en que algún amigo o familiar, que se fue antes que ellos, les eche una mano solidaria y al menos les ofrezca albergue por unos días, les oriente en los pasos iniciales y ayude a obtener cualquier ocupación que les permita ganar algo y comenzar el duro proceso de inserción en un medio ajeno, desconocido y a veces hasta hostil.
Habrá quien diga que no hay motivos de alarma, que las migraciones son un hecho normal y natural, tan antiguas como la misma aparición del hombre en la tierra. Pero lo triste y asombroso es que ocurra en Venezuela, país que hasta hace muy poco fue tierra de oportunidades y progreso, no solo para nosotros sino para millones de extranjeros. Venidos de todas partes. ¿Qué ocurrió? ¿Qué nos pasó? ¿Por qué todo cambió tan abruptamente?…Podemos resumir la respuesta diciendo que, al igual que en Rusia y en otras naciones de lo que fuera el bloque soviético, en varios países del sudeste asiático, y en la cercana Cuba, un grupo de hombres audaces y en un principio tal vez hasta bien intencionados pero profundamente equivocados, tomaron el poder en nombre de una revolución que supuestamente favorecería a los más pobres y lograría la igualdad y la prosperidad de todos. El verdadero resultado no tardó mucho en llegar: destrucción de la economía y de la calidad de vida, supresión de las libertades y clausura de cualquier esperanza de progreso. Lamentablemente, mientras no haya cambios, abandonar el país, huir, seguirá siendo una de las opciones individuales más atractivas.
Nota: Este columnista tomará algunos días de descanso. Reapareceremos, Dios mediante, el viernes 6 de octubre.

Tomás Contreras V.

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