Opinión

Las puertas del infierno

23 de octubre de 2017

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Un asombroso récord difícilmente superable. Los mayores empobrecimiento, inflación, devaluación, contracción en el siglo XXI, son los de Venezuela, después de casi 20 años de revolución, sin que hagan nada para corregir dramas como esos, que ya pertenecen más bien a la arqueología económica. Cada varios meses, los responsables del caos deciden exactamente lo mismo que la vez anterior, ratifican sus excéntricos errores (control de precios, control de cambios, estatización, aumento del gasto, aumentos nominales de sueldos, despilfarro, impresión de moneda inorgánica) con una abulia tan monumental que asombra al mundo civilizado. ¿Cómo puede concebirse que enfermedades extinguidas cuyo tratamiento no requiere médicos sino apenas enfermeros de la economía, hagan naufragar una nación petrolera con reservas de crudo para trescientos años?

Es el equivalente a que los niños se mueran de gastroenteritis, difteria o cólera, en un nuevo Haití ahogado en petróleo, aunque Ud. no lo crea. Un Midas muerto de hambre que rompe las fronteras de la imaginación, con ingresos suficientes para que Venezuela sea, como lo fue, un país próspero. Los países que enfrentan grandes desgracias sociopolíticas y la posibilidad de disolución, la inminencia de convertirse en fallidos, aún en las puertas del infierno sus conductores pueden elegir y cambiar el destino. Una parte de ellos optan por la condenación, se colocan las monedas en los ojos y se acuestan en la barcaza para atravesar el río. Luego de leer el letrero que dice “quien llegue hasta aquí olvide toda esperanza”, entran en la noche eterna. Los que perseveran en la desgracia, deciden que no pueden convivir, se exterminan unos a otros y botan al niño –el país– junto con el agua sucia.

Se iluminan y vuelven

Otros tienen más suerte y sus grupos de poder reciben la iluminación: se acuerdan para frenar una caída irrecuperable, que causaría desgracias dantescas, muertes, hambre, desolación. El fujimorismo cuadró con los partidos para sustentar la democracia, olvidar el pasado, y Keiko ha aceptado dos derrotas electorales (la última por apenas 20.000 votos) sin salirse del esquema democrático. El pinochetismo y los partidos del orden hicieron lo mismo. Las FARC decidieron dejar de matar gente e incorporarse a la vida institucional, aunque algunos aturdidos pretenden impedirlo para mantener viva la llama terrible de la violencia. En Guatemala y El Salvador también, y en este gobiernan los comandantes del Farabundo Martí, hoy electos por el pueblo pero otrora causantes, junto con Arena, de una guerra que costó 150.000 muertos, crímenes horrendos, como el asesinato de Monseñor Romero y de curas, monjas y civiles inocentes.

Una parte importante del peronismo no hace causa común con la banda kirchnerista, tampoco estorba a las políticas de Macri y apuesta a la estabilidad. En muchos de los países del bloque soviético gobernaron y gobiernan partidos y líderes que detentaron poder en el extinto régimen comunista, entre otros nada menos que Vladimir Putin. La lista de las reconciliaciones es tan larga como la de los que se autodestruyeron. Irak, Libia, Sudán, Checoslovaquia, Yugoslavia y tantos otros, por no hablar de los herederos del socialismo africano, una verdadera peste que desoló al continente negro. Luego de las llamas, de 500.000 muertos por la guerra civil, el territorio de Siria está desmembrado entre cinco grupos en armas, pese a que hay negociaciones para la paz. Posiblemente se sume a otros estados fallidos, después de 4.000 años de historia. Venezuela en este momento corre un peligro inminente.

Sin norte… ni sur

Al Gobierno se le fue de las manos el país, perdió la gobernabilidad, entendida como la capacidad de un sistema para frenar las tendencias al caos, la entropía, en prácticamente todas las áreas de la vida social. Un sistema es ingobernable cuando las decisiones de sus mandos potencian las tendencias a la descomposición en vez de frenarlas, producen el efecto contrario al buscado. Cada cierto tiempo declaran medidas económicas que simplemente alimentan los elementos entrópicos. Cada vez que hacen anuncios, el bolívar se extingue, las divisas escalan su precio, igual que los demás bienes y la nación desciende un tramo más en la escala de la fatalidad. Un círculo más hondo del infierno. Pero según la Constitución, 2018 es la fecha irreversible, inamovible.

En 2018, año de gracia, tiene que haber elecciones presidenciales limpias, porque el escenario global esta vez puso los ojos en lo que ocurra ahí. No hay duda de que muchos creativos deben andar inventando qué hacer para salirse de la suerte, pero nadie puede esconderse y no hay recontraconstituyente capaz de barajar el tiro sin una impredecible reacción mundial. Ya no vivimos la época cuando el espeluznante cumpleañero de estos días, El Che Guevara, podía decir en ONU que “habían fusilado, fusilaban y seguirían fusilando”. El diálogo con el Gobierno debe ser para afinar el cronograma electoral y los paracaídas que permitan la paz en el siguiente período, las garantías para quienes pasen a la oposición. No respiraremos más la atmósfera espesa y angustiosa de la revolución. En eso el papel de EEUU, China y Rusia será invalorable y no hay que olvidarlo en ningún momento por apasionados que estemos. (Carlos Raúl Hernández)

@CarlosRaulHer

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