Regional

Olas de viajeros para San Antonio rebosan la capacidad del Terminal de San Cristóbal

8 de diciembre de 2017

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Dicen que San Cristóbal está entre las ciudades más importantes del país. Pero el cúmulo de basura y mal olor con el que recibe al visitante en cualquiera de los puntos cardinales, le anula en este momento cualquier sitial, máxime cuando se llega al terminal de pasajeros Genaro Méndez, de La Concordia, donde colas “anchilargas” hacen patente la desesperación por llegar a la frontera sanantoñense; ese ánimo es tan grande como la especulación que hay en el costo del pasaje y la indiferencia oficial ante este drama humano.

A esa condición se añade la dejadez de nuestro conocido mayor puerto terrestre de la capital tachirense, donde la característica más resaltante es la basura en la pista de las líneas de transporte que van para la frontera, con el consiguiente mal olor y proliferación de moscas, sobre lo cual un usuario llamó la atención, además de la presencia de zamuros; esa realidad contaminante afecta directamente al usuario, obligado a caminar entre los desechos sólidos que desde hace varios días, en vez de ser recogidos, los han desparramado.

No obstante, no es la basura la sorpresa mayor, sino el submundo que comienza a cobrar vida en la madrugada, cuando contingentes de personas llegan a la señalada pista más concurrida del terminal, donde se estacionan las pocas unidades de las líneas de transporte de pasajeros que prestan servicio para  la frontera de San Antonio.

La mayoría probablemente llega con un objetivo específico: abordar una unidad para llegar a la capital del municipio Bolívar y pasar el puente internacional Simón Bolívar, aunque conseguirlo no tiene coincidencias: unos aspiran hacer una cola y esperar su turno; otros, habilidosos, esperan pasar por encima “de lo que sea”, incluyendo adultos mayores y con cualquier discapacidad e incluso utilizando menores, a quienes meten por la ventana de la buseta para conseguir el puesto que los lleva a la frontera.

Entre basura y moscas anda el usuario que va para San Antonio. (Fotos/ Omar Hernández)

Quien llega del centro del país en los autobuses de las líneas extraurbanas, e incluso quien reside en San Cristóbal o en algún rincón de nuestra entidad andina, recibe el impacto de ver montones de gente en una especie de cola que alguien calificó de “anchilarga” o estilo “ciempiés”, y va buscando el final de la misma que, al menos hasta las ocho y media de la mañana, sale a la avenida “Parque Exposición”; el miércoles pasó de la puerta de entrada al estacionamiento del terminal y dicen que el martes llegó a la oficina de Hidrosuroeste.

Pocas unidades para tanta demanda

Rosa y José llegaron a las cinco y media al Terminal para ir a hacer una diligencia a Cúcuta y debían regresar de inmediato a San Cristóbal. Dicen que al ver que les iba a ser casi imposible salir en las líneas de la frontera, cuyo pasaje supuestamente es a 10 mil bolívares, empezaron a escuchar que estaban ofertando el pasaje a San Antonio a 20 mil bolívares; y de esa manera, se fueron en una buseta sin ningún aviso que la identificara, estacionada en las afueras del terminal.

Y es que la realidad denunciada desde después de las llamadas guarimbas, todas las líneas de las diferentes rutas redujeron supuestamente la flota por el costo de los repuestos y partes de los carros e incluso dicen que para vender la gasolina en la frontera y prestar servicio de transporta para allá. En dos horas en el ir y venir del terminal, se ven y escuchan muchas cosas, entre ellas “murmullos” de gente molesta que asegura que los conductores de las mismas líneas que prestan servicio a la frontera, y los que lo hacen en las rutas urbanas y suburbanas cortas del área metropolitana de San Cristóbal, se estacionan afuera para llevar como “piratas” a los usuarios desesperados que pagan lo que sea con tal de llegar a la línea fronteriza.

La mayoría lleva algo, desde maletas gigantes hasta bolsas de diferentes tamaños cuyo contenido es inimaginable. (Foto/ Tulia Buriticá)

Y entre ese caos, donde cuando las busetas llegan todos se lanzan hacia ella en un intento de abordarla, se ve el grado de degradación a que ha llegado una parte de la población venezolana, pues para subir al carro hacen muchas cosas, incluso utilizar niños para “embutirlos” por la ventana a fin de apartar el puesto que le garantiza llegar a su destino final; también lanzan bolsos y hasta carretas plegables. Lograr un discapacitado, un adulto mayor o una  embarazada entrar a la unidad para la frontera es difícil, porque nadie se conduele de su condición, aunque algunas veces lo logra; pero el que no produce dinero sino que va por una diligencia, tiene que esperar horas por el bajo poder adquisitivo de la población. Dicen que ha habido trifulcas por la situación.

En la cola por lo general van grupos de compinches, por lo que si una persona va sola, cuando se da cuenta quedó más atrás de donde estaba; lo triste es que el afectado no puede reclamar nada porque la “mayoría” tiene la razón.

…más allá de Colombia

La cola “anchilarga” crece cuando llegan a la derecha de la pista los autobuses procedentes del centro del país, cuyos pasajeros, con maletas gigantes, buscan la “cola” de la cola, sin escuchar las ofertas que hacen personas de pasajes a 100 bolívares con la condición de rebajarles el 50 por ciento en la frontera, si se van para Bogotá, para cualquier ciudad de Colombia o para otros países, “en una unidad de la compañía”.

No todos hacen caso a las ofertas, como un grupo de jóvenes, hombres y mujeres entre los 25 años de edad, que acababan de llegar de Maturín, estado Monagas. “No creemos en eso, preferimos ir directamente a los expresos de Colombia”, dijo Paola Vega, quien manifestó que “hoy les dejamos un dolor a nuestros padres, ellos no saben cómo nos irá, están conscientes de que nos va a ir bien porque somos personas exitosas pero no es lo mismo que tenernos presentes, pero nos vamos a un país libre, a estudiar y trabajar” –en Ecuador-.

De todo se ve en las bolsas

Y entre el ir y venir de vendedores de café que aseguran que sus productos son exquisitos y a bajo precio, se ve cómo casi todo el mundo lleva algo en la mano, además de niños de diferentes edades, desde maletas gigantes, de diferentes tamaños y colores, algunas de ellas rotas, con el cierre dañado e incluso cerradas con cinta pegante, hasta bolsas, algunas herméticas, de diferentes tamaños, que no se ve qué llevan y menos se puede imaginar lo que contienen.

No obstante, hay paquetes cuyo contenido se ve. Los ignorantes quedarán asombrados cuando ven por la bolsa traslúcida a pesar del color negro, que llevan desde una mano grande de cambur a punto de madurarse, caballitos de juguete de madera, carros plásticos grandes, palos de escoba, porta CD tipo neceser grandes y pequeños, escobas… en fin, dijo uno de los viajeros, “aquí va lo que usted menos se imagina, desde fósforos, con decirle que hasta se llevan las velas, efectivo, sobre todo billetes de baja denominación, frutas, de a un kilo y de a dos; de todo pero variado para que no molesten en la aduana”.

Uno de los viajeros sacó sábanas nuevas para colocarlas en una maleta. “Porque no crea que la gente viene por Navidad, no señora, la gente viene a ver qué puede vender en el otro lado, muchos se van del país, para Ecuador, Chile, Bogotá, probablemente la mitad se quede, pero la otra regresa al país” –dijo uno de los conductores que presta servicio con un carro por puesto-.

Especulación con el pasaje

El miércoles, entre siete y ocho y media de la mañana, al menos en esa área de la pista para la frontera no se vio ningún oficial de seguridad. No obstante, no faltó quien expresara satisfacción: “Mejor, para qué los queremos, para que nos vengan a matraquear”. Al preguntarles sobre cuánto cobran, dijeron que “a partir de 5 y 10 mil bolívares”.

Y es que pareciera la plata es el recurso que más atesora la gente que va a la frontera, pues muchos hacen la cola y en la medida en que va pasando la mañana, se desesperan y con ello van aumentando la tarifa del pasaje en los “por puesto” y los buseteros de supuestas unidades de las rutas urbanas y suburbanas cortas del área metropolitana que “hacen vida” fuera del terminal.

Cerca de las ocho de la mañana, se estacionó frente al terminal el conductor de una Blazer, quien iba con un menor y ofreció llevar a tres pasajeros a 15 mil bolívares. Las ofertas que se escucharon antes era el pasaje desde 20 bolívares. Cerca de las nueve de la mañana, a los mencionados viajeros de Maturín, según comentaron, les pidieron hasta 150 mil bolívares.

Al final, muchos se van a costos altos de pasaje porque saben que perderán el día si entre tanto desorden esperan el transporte regular que califican de “bastante pésimo”; es decir, no tienen la capacidad operativa para movilizar a tanta gente a pesar de que mucha gente que logra ir con el pasaje a 10 bolívares, se va de pie aunque con la buseta a puerta cerrada.

Es decir, la falta de presencia gubernamental es evidente, pues predomina la ley del más fuerte que obliga a la gente a pagar pasajes exorbitantes, con la excusa de que supuestamente los miles de pasajeros que bajan a diario a la frontera, van a bachaquear a Colombia, como comentó un taxista “a costa de desangrar al país, porque se llevan la plata, la comida, todo, cómo vamos a tener para comer si lo que consiguen se lo llevan y encarece más los productos que consumimos”.

Un millón de venezolanos pasaron la frontera

Según declaró el 23 de noviembre a El Tiempo de Bogotá el director de Migración de Colombia, Christian Krüger, en los últimos meses, con la tarjeta de movilidad fronteriza (TMF) han registrado “un millón de venezolanos que cruzaron la frontera venezolana en busca de alimentos y medicinas, de un medio de trabajo para sobrevivir al diferencial cambiario en Venezuela y hacer algunas actividades de su cotidianidad”.

Krüger, en declaraciones ofrecidas a Blu Radio, de Bogotá, publicadas por la agencia de noticias AFP el 25 de julio, “unos 25 mil venezolanos cruzan diariamente la frontera a Colombia y retornan a su país el mismo día con alimentos, insumos o dinero ganado en trabajo ilegal”.

Marina Sandoval Villamizar

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