Gustavo Villamizar Durán
En este convulso 2019 de nuestra América Latina, ha retornado con toda su fuerza y su alumbramiento de futuros, el poder de la calle. Esa marea que exhala sus gritos de justicia y va hacia adelante como torrente histórico, está presente en estas horas en las calles de nuestra América mestiza, abriendo caminos, enfrentando agresiones, disipando temores, espantando lóbregos augurios y anunciando tiempos de canto y victoria.
Ante la injusticia acumulada por siglos, la destrucción de la paz, la complacencia en el negocio de la guerra, la muerte como solución fácil, la ruina de los derechos, el desprecio por la gente ante el reinado de los grandes capitales, la mentira como base fundamental del oficio político y comunicacional, y sobre todo, la vergonzosa genuflexión de los gobernantes a la rancia oligarquía colonial y al hegemón del norte. Contra todas esas calamidades acopiadas durante largo años, Colombia está en la calle. Un país de 50 millones de habitantes, en el que según expone William Ospina en sus preclaros escritos, 5 mil personas son propietarias de la mitad de toda la riqueza existente en su territorio, dejando la otra mitad para los restantes 49 millones 995 mil seres. Allí está la causa mayor de sus sufrimientos: la inequidad, la tenencia desmedida de la tierra, el intocable latifundio, el desplazamiento forzado de centenares de miles de campesinos, la ausencia de oportunidades y derechos para “los de ruana”, la salud, la educación y la vivienda convertidas en inmensos negocios de los superricos y para más, la condescendencia con el narcotráfico, convertido en gran empresa nacional bajo la tutela y protección del estado. Es eso, es la injusticia la gran causa de todos los males, las matanzas y la guerra y ahora, con la imposición de un salvaje modelo económico, pretenden eternizar el sufrimiento y la desgracia del pueblo excluido.
Nuestra hermana Colombia se levanta de todos los rincones para tomar la calle, gritar y cantar sus verdades, condenar a los gobernantes corruptos, ineptos y vende patria, reclamar sus derechos a una vida digna, conquistar un futuro de paz y prosperidad para sus hijos y nietos, enfrentar la sevicia de los cuerpos de seguridad y sobre todo, encontrarse con el otro borrado en medio del bombardeo permanente de pánico y “superioridades”, generados por la canalla mediática. Son seres desesperados ante un gobierno impulsor de un modelo económico que eleva las cifras macroeconómicas y las cuentas de los poderosos de siempre, al tiempo que empobrece sin remedio a la clase media que ve ahogado su confort y con mayor furia a los pobres y prescindidos, a esas “masas -al decir de Jorge Eliecer Gaitán- escarnecidas y burladas en sus más caros intereses, a las cuales se les halaga pero no se les cumple”.
Son esos contingentes los que el pasado jueves 21 expresaron con fuerza sin límites su justa protesta, los que en la noche del pasado viernes desconocieron el terrorífico toque de queda y la operación de “pánico inducido” lanzada por los cuerpos de seguridad en alianza con la delincuencia, para erigirse en un estruendo de cacerolas y gritos frente a la residencia privada del presidente Iván Márquez. Es la Colombia bravía de Boyacá y Bomboná, que ahora viene a reclamar lo que les arrebató una godarria colonial propiciadora de la desunión y el aniquilamiento de los grandes anhelos bolivarianos. Es la Colombia de Nariño, Policarpa, Ricaurte, Girardot, Gaitán, Camilo y García Márquez. Es la Colombia de la dignidad, enhiesta ante la desvergüenza y el servilismo de los operadores políticos y la arrogancia de las oligarquías y los señores de la guerra. Es la Colombia de trabajo, surco y bonhomía, la de bambuco, cumbia y aguardiente, nuestra hermana Colombia.
Son los pueblos labradores de sueños, tejedores de ilusiones, dispuestos a hacerlos realidad ahora y ya.