Julieta Cantos
En el artículo anterior comentaba sobre la manera de integrarse, de manera práctica, democrática y participativa, en el “hacer ciudad”, tanto de nuestras instituciones públicas y privadas, como de nuestras comunidades. En concreto, hablé de cómo realizarlo desde la Universidad Experimental del Táchira, a través de la carrera de Arquitectura, dejando para esta semana el cómo hacerlo desde las empresas.
Partiendo del hecho de que un problema escogido del sector de una comunidad haya sido resuelto con diferentes visiones por parte de estudiantes, bajo la dirección de docentes, enlaces con otras instituciones y la participación y opinión de los dolientes, es decir los vecinos, quedaría la ejecución de esa solución, lo que implica costos, así como definir su programación y dirección. Y es aquí donde se introduciría una forma de trabajo diferente. Hasta ahora, los convenios entre universidades y empresas, normalmente van dirigidos a resolver problemas particulares de esas empresas, las cuales gustosamente aportan el financiamiento. Ahora se trataría de realizar -todos juntos- acciones en torno y a favor de la ciudad. De nuestra ciudad, la ciudad en que vivimos y nos desempeñamos. De mejorar nuestro entorno, y el de la comunidad, siendo la comunidad parte importante en la definición de los problemas a resolver. Sé que resulta fuerte emplazar a participar patrocinando proyectos que no son necesariamente los que nos interesan directamente, pero la construcción social, en el hacer ciudad, trata de eso. No todo puede ser para beneficio directo con garantía de la tasa de retorno de esa inversión. Lo que a veces dejamos de ver es que, la mayoría de las veces, todos ganamos indirectamente en este tipo de inversión. Si bien las empresas asumirán un costo financiero, los ciudadanos aportarán su involucramiento, medido en tiempo y trabajo, las universidades e instituciones públicas aportan el conocimiento, académico y técnico…al final, todos crecemos como personas y como hacedores. Incluso podrían definirse porcentajes en relación a la cantidad de proyectos a resolver problemas comunitarios urbanos, y aquellos propios de las empresas…destinando un porcentaje mayor a los primeros.
Y estando en esta disertación, me llegaron tres mensajes diferentes, algunos ya conocidos, pero que acertadamente volvieron a reencontrarse conmigo, siendo que todos estaban, de una manera u otra, conectados con el tema.
El primero hablaba sobre “un nuevo concepto moderno de qué es el lujo supremo. Y se refería al cambio de comportamiento en este nuevo milenio, el cual muestra nuevas conciencias en el mundo. Y toda gran transformación comienza cuando ocurre un cambio de valores…”
“El nuevo lujo es tener salud, libertad, tiempo, espacio, huertas orgánicas, abejas, animales libres, agua, ríos y mares limpios, matas nativas y bosques preservados…” “es tener tiempo de ser lo que se es, sin preocuparse por la opinión de otros, es tener tiempo de hacer lo que nos gusta y disfrutar de lo que se hace. Tener tiempo de pensar, de observar la belleza de las cosas y de crear belleza en las cosas…” y así seguía con frases, cada una mejor que la otra, concluyendo con que “la búsqueda es ser feliz, y el nuevo lujo no es tener y sí es ser”.
El otro es sobre la charla que da un banquero –Joan Antoni Melé- para formar en valores, y hablaba sobre la economía, y la necesidad de repensar al ser humano, y la relación con el planeta, preguntándonos por qué está pasando todo lo que está pasando, señalando que estamos destruyendo el planeta, que no es solo un cambio climático, decía que nunca antes habíamos tenido tanta riqueza concentrada, tantos recursos científicos, técnicos y, sin embargo, es la época en que tenemos más conflictos y es porque hemos perdido la dignidad humana, concentrando todo en el dinero, el crecimiento, los negocios. Concentrando una parte de la ciencia en una visión reduccionista del ser humano…y cada parte de esa charla es una reflexión necesaria…planteando la necesidad posible de una banca ética, convocando a los empresarios a que recuerden sus sueños de niños, a que construyamos, en lugar de destruir. El mercado no existe, nosotros creamos el mercado…
El tercer mensaje lo da un mexicano de origen japonés en una entrevista que le hacen sobre las diferencias culturales entre los japoneses y los mexicanos, en donde plantea todo a partir de la educación, fomentando la educación formativa más que la instructiva, y señalando que la productividad empieza desde la limpieza. La calidad, la salud, la ecología empiezan desde la limpieza, y esta debe partir de cada uno de nosotros, seamos presidentes, directores, obreros, estudiantes. La otra diferencia es en relación al manejo de la religión, lo cual se traduce en la vinculación con las relaciones de trabajo, se debe ofrecer, en lugar de pedir.
Aspiro a haber logrado enlazar esos tres mensajes con mi propuesta de participación desde la empresa para resolución de problemas comunitarios.
Y para ello traigo a colación el rescate de la plaza Los Mangos, lo cual será posible cuando los vecinos, el Consejo Comunal, la Alcaldía y los empresarios se incorporen al trabajo público comunitario de los espacios urbanos, transformándose en ciudadanos, porque solo se hace ciudad cuando ejercemos el rol de ciudadanos.
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