Deportes

“La vida sin deporte es nada”

26 de febrero de 2020

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Édgar Moreno, toda una leyenda del deporte.

A sus sesenta y siete años de edad, Édgar Moreno, tiene una historia que contar, que habla del niño que jugaba pelota de goma en el barrio “La Palmita”, bajo las instrucciones de un grupo de muchachos que conformaban la “Pandilla Urípide”, una especie de protectores en esa comunidad.


Norma Pérez

Su brazo y buen alcance de piernas, lo hacía muy cotizado en los juegos, y a los veinte años ya era manager del Deportivo Rubio. Se codeó con grandes beisbolistas y tuvo la oportunidad de firmar con equipos como profesional pero circunstancias y el momento, lo impidieron.

En un muro de la casa de Édgar Moreno, junto a incontables trofeos, bates  y pelotas de beisbol, cuelga un letrero escrito a mano que reza “La vida sin deporte es nada”. Mejor no puede resumir una frase la trayectoria de quien incursionó con éxito en diferentes disciplinas y formó parte de una generación excepcional de jóvenes rubienses que compartieron el entusiasmo por competir, y, sintieron la decepción de perder o la emoción de ganar.

De su padre heredó el apodo de Cascarita, como es conocido dentro y fuera de la “Ciudad Pontálida. De sus profesores, la orientación hacia el deporte, pues le correspondió crecer en la época que se crearon los parques de recreación, para brindar a los niños la oportunidad de poner en práctica aquello de “cuerpo sano en mente sana”.

A sus sesenta y siete años de edad,  Édgar Moreno, tiene una historia que contar, que habla del niño que jugaba pelota de goma en el barrio “La Palmita”, bajo las instrucciones de un grupo de muchachos que conformaban la “Pandilla Urípide”, una especie de protectores en esa comunidad.

Aun cuando sus inclinaciones eran hacia el béisbol, también practicaba otros deportes, y así queda demostrado cuando representó al estado Táchira en beisbol, softbol, voleibol y baloncesto. También probó con el fútbol y las artes marciales, pues para todos tenía aptitudes, que él considera dones.

En el Grupo Escolar “Edo Sucre”, donde estudiaba la primaria, comenzó a formalizar su aprendizaje en el béisbol, con el profesor Juan Bernardo Pernalete, pelotero para ese entonces del Deportivo Rubio. Unos años después, por su destacada actuación como campeón bate, fue seleccionado para jugar en Chicago con el equipo del Consejo Venezolano del Niño.

A pesar de su corta edad, ya despuntaba como líder social, pues reclamaba a los organizadores de torneos y campeonatos, por qué los equipos  eran alojados en albergues de menores y correccionales.

Aun así, prosiguió en su quehacer en clubes deportivos del municipio Junín que agrupaba a niños y jóvenes y les animaba a incursionar también en manifestaciones artísticas y culturales.

La planificación deportiva era de carácter gubernamental y de ahí la creación de los Parques de Recreación, que tenían como propósito evitar en los muchachos el consumo de drogas o cualquier otra actitud delictiva. Allí, aprendían además natación y contaban con canchas, implementos y entrenadores.

Recuerda que ahí comenzaron a despuntar las condiciones físicas de cada uno y así fueron tomando su camino: “En esta infancia fue que nos promovieron. Hubo mucha vigilancia por parte de los entrenadores, a diferencia de la actualidad, pues ahora hay más padres encima de los hijos, pero éstos son más desordenados”.

Un aspecto fundamental que destaca en su remembranza, es que existía un enorme respeto hacia docentes y entrenadores. En su lista, además de Juan Bernardo Pernalete, figuran Carlos Amaya, Tulio Hernández, Giber Ley, y muchos otros que ayudaron a forjarlo como el gran atleta que sería un tiempo después.

Con una mezcla de nostalgia y picardía, dice que aunque era un destacado deportista, no era muy buen estudiante:” Me levantaba a las cuatro de la madrugada a entrenar, en vez de ponerme a estudiar. Pero después el profesor Ángel Augusto Sabuens, en el liceo nos  dijo que debíamos tener una profesión y hoy doy gracias a Dios por esas sabias palabras, porque desde ese momento comenzamos a levantar el liceo  y nuestra personalidad de otra manera; a valorar nuestras virtudes y condiciones de vida”.

Exitoso y multifacético

A los quince años, Édgar Moreno sumaba en su recorrido un récord nacional en salto largo. Pero, siempre inconforme con el trato que se les daba a los atletas, continuaba en su lucha; esta vez por la discriminación que se hacía a las provincias.

“Rubio era una provincia ante San Cristóbal y esta era una provincia ante Caracas. El olvido total de muchos atletas del Táchira era innegable, el trato no era el mejor”.

Con orgullo manifiesta que nunca cobró por jugar:” Mi pago era la sonrisa, el aprecio, el cariño. Ahora cobran pero no juegan y considero que eso es mutilar el deporte”.

En béisbol, representó al Táchira en seis campeonatos nacionales de “doble A”, y fue preseleccionado en 1975 para ir a México a representar a Venezuela, lo que considera un gran logro por haber tomado en cuenta a un tachirense, pues existía mucha discriminación: “Con gran tristeza veo que al atleta se le ha marginado; necesita que los gobiernos lo protejan y le den en su madurez todo el apoyo que no tuvo en su juventud”.

Pone como ejemplo su percance de salud, que le ameritó una operación de corazón abierto, a la que afortunadamente sobrevivió, y después de esto pudo volver a jugar. Su queja es que ningún ente gubernamental le ha brindado ayuda, aún cuando entre sus muchos galardones ostenta el de “Héroe del Deporte” y forma parte del Salón de la Fama de Barinas.

Su brazo y buen alcance de piernas, lo hacía muy cotizado en los juegos, y a los veinte años ya era manager del Deportivo Rubio. Se codeó con grandes beisbolistas y tuvo la oportunidad de firmar con equipos como profesional pero circunstancias y el momento, lo impidieron.

Cuando sintió que era necesario, abrió un espacio en su vida para realizar estudios  en el núcleo Táchira de la Universidad de Los Andes, donde egresó como licenciado en educación, mención geografía.

En su trayectoria, campeonatos, nacionales e internacionales de voleibol, softbol, baloncesto, donde tiene la dicha de haber marcado uno a uno al “Mago”, Sam Sheperd. En béisbol, tiene récord como pitcher en 21 inning sin que le hicieran carreras, y una serie de incontables proezas deportivas.

“En Rubio el béisbol era el ícono del deporte, y todos le poníamos empeño, corazón, disciplina y coraje. Competíamos con 22 estados y nos presentamos como vitrina en  eventos en todo el país”.

Músico, poeta, docente, escritor

En la vida de Édgar “Cascarita” Moreno hay cabida para un mundo vasto y enriquecedor. Su familia, cuatro hijos producto de dos matrimonios, y seis nietos a quienes les dedica atención y afecto. Su hogar, un pequeño museo de trofeos, placas, medallas y botones acumulados por años de victorias que le labraron un sitial de honor a su nombre en las memorias del deporte venezolano.

Este atleta que brilla con la luz de los triunfadores, tiene otras aficiones distantes de correr y lanzar pelotas. Una de ellas es la música con noches de serenatas; la pintura, cuyas creaciones cuelgan como testimonio en la sala de su casa. La poesía, reflejada en versos y lo que denomina sus reflexiones. La escritura, de cuya inspiración surgieron un libro de poemas y otro de beisbol, que reúne una historia gráfica de cien años de este deporte; todo transmitido por los genes de la línea materna, de compositores, cantantes, pintores y poetas. Otra faceta fue la de docente de educación física en el Liceo “Carlos Rangel Lamus” de Rubio.

Cuando vuelve la mirada al pasado, recuerda una generación de niños fuertes, luchadores y de valores sólidos, lo que considera que hoy en gran parte se ha perdido. “para mí es un orgullo porque hemos pasado barreras muy fuertes; pertenecer a la selección Táchira era un logro algunas veces inalcanzable. Debíamos pedir cola de Rubio a San Cristóbal para ir a entrenar beisbol y superar muchas dificultades. Eso nos hizo ser otra clase de gente”.

Se siente agradecido por las oportunidades que le ha brindado la vida: “Mañana nos podemos morir, pero podemos dejar una actitud de vida. La actitud cambia la sociedad. Hoy veo con desasosiego, la falta de transparencia en la gente, el egoísmo. Hay que buscar su propia escalera, porque en esta vida estamos por un momento nada más y a las personas hay que enseñarles que su trabajo y su vida debe ser respetado, a que su forma de vivir tiene que ser respetada”.

A Dios le agradece la vida porque es un milagro y el tesoro más grande que otorga. “estoy agradecido con Dios, con mi familia, con la semilla de amigos que sembré, que están ahí y no hay manera de retribuir el granito de arena que nos dan. Para mí es un triunfo un paso. Todo tiene un mañana y hay que esperarlo con cariño y fortaleza”.

Su convicción la pone en práctica cada día, cuando recibe a niños de las escuelas en su casa para aleccionarlos y orientarlos. Tal vez, porque en ellos ve un reflejo de aquel pequeño enamorado del deporte, que con muy pocos años pero desbordante de pasión, jugó en alpargatas, porque lo importante no es precisamente el exterior.

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