Aún me pregunto cómo se vería la escena en la casa del barrio, los platos vacíos sobre la mesa del comedor desde hace unos cuantos días y la televisión encendida con la obligada transmisión gubernamental describiendo un país inexistente. La escenografía, el atrezo y el encuadre perfecto en la pantalla para que el personaje anuncie el contacto con otro falseado escenario; por unos instantes la cámara se queda enfocándolo, él mirada hacia los lados y en raudo movimiento abre una gaveta de su presidencial escritorio, toma una empanada y se engulle la mitad en un solo bocado; alrededor están sus imperturbables adláteres ¿Cuántas veces habrán observado esa escena? Es el festín solitario de quien días antes había declarado con sonora guasa: “Venezuela es Venezuela, jodidos, pero felices”.
Desde el barrio se podría imaginar esas gavetas repletas de carpetas con planes para el país, folios con decretos urgentes para resolver la insoportable inflación, hojas tipo carta escritas con medidas para atender la desnutrición, cuartillas con soluciones a los graves problemas médico-asistenciales, urgentes folios con alternativas para contener expansivas endemias como la difteria y la malaria, ensayos sobre la alarmante deserción escolar, diseños para atacar la inseguridad, unas cuartillas para recuperar la productividad y tantas otras situaciones que nos hunden en la miseria cotidiana. También podría haber conjeturado que esas gavetas estaban llenas del indispensable material para la eficaz gerencia, unas resmas de papel, algunos borradores, unos cuantos clips, un par de lápices, carpetas con ganchos, unas pegatinas, una tablet de última generación. Pero no, nada parecido, ahora sabemos con certeza lo que se guarda en los cajoncillos del impecable escritorio de madera presidencial. El reality show ha superado la imaginación.
Es probable que la escena del escritorio en el barrio haya generado la humana irritación y la animadversión contra el desparecido Supremo Hacedor y sus herederos de la Revolución Bolivariana; qué otra cosa pueden esperar del desventurado ciudadano que tiene enormes dificultades para adquirir los alimentos básicos de consumo diario o de aquellos que la necesidad obliga a someterse al control del patriota carnet para el reparto de las esporádicas migajas que van quedando del derroche y la corrupción.
Pero todo converge en la inevitable visualización de la brutal distancia entre la opulencia de unos pocos y el empobrecimiento de la mayoría ciudadana que deambula entre la cruda realidad de las colas callejeras y los abarrotados pasos de fronteras. Estas no son escenografías decorativas, son los tristes paisajes que se pretenden ocultar con una cínica vicepresidencia para la felicidad y ahora con la represiva legislación disfrazada de castigo al odio e imponer el silencio. Lo que faltaba en revolución ¡el colmo! Como dijo por ahí un especialista en la materia, hasta nuestras emociones las quieren reprimir. ¿Fortaleza o debilidad? Amanecerá y veremos.
Cuentan en los 140 caracteres del Twitter que por el desliz televisado destituyeron al Ministro de (des)información y propaganda del régimen a quien, además, dieron un ejemplar castigo nombrándolo Ministro de Cultura. Ninguna sorpresa, es parte del refrito guion revolucionario del siglo XXI con sus grasientos bordes y su rancio olor al fondo.
@mariovalerom
Mario Valero Martínez