El 7 de marzo ocurrió lo que nadie creyó posible: un 90 % del territorio nacional fue hundido en una “oscurana”, que trajo consigo un silencio telecomunicacional, que en algunos sembró la incertidumbre y en otros el pánico, en una desconexión con la realidad que se prestaba para la especulación, y la preocupación de quienes no sabían de la suerte de sus seres queridos.
Freddy Omar Durán
Para muchos fue una especie de apocalipsis que hundió a la población en la total incertidumbre
A un año del megapagón, el estado Táchira sigue padeciendo sus consecuencias, y desde entonces los cortes de luz han cubierto un espectro temporal, que va de las tres horas hasta casi un día completo.
Desde hace mucho, los apagones eran un fenómeno reiterado en el estado Táchira, que el resto del país miraba como algo ajeno, lejano; hasta que el 7 de marzo ocurrió lo que nadie creyó posible: un 90 % del territorio nacional fue hundido en una “oscurana”, que trajo consigo un silencio telecomunicacional, que en algunos sembró la incertidumbre y en otros el pánico, en una desconexión con la realidad que se prestaba para la especulación, y la preocupación de quienes no sabían de la suerte de sus seres queridos.
En momentos de máxima conflictividad del Gobierno nacional con la oposición, que había recibido el espaldarazo decisivo de naciones extranjeras, la versión oficial se inclinó a que todo se había tratado de un sabotaje a través de un ataque cibernético; mientras que otros se contraponían a la misma afirmando que solo había sido la eclosión de años de descuidos y promesas incumplidas del sistema eléctrico nacional.
De una frontera de refriegas y estridencias –con breves apagones en las zonas en conflicto- del muy reciente intento de ingreso de la ayuda humanitaria atajado por fuerzas de seguridad del Estado, se pasó a un silencio sepulcral.
Precisamente, por esos días se conmemoraba un año más de la “Siembra eterna del presidente Hugo Chávez”, lo que para los suspicaces no se trataba de una casualidad.
Todo ocurrió como un shock, que contrario a lo que muchos especularon desde las tinieblas, no desencadenó en una violencia desenfrenada, aunque sí propició saqueos en 14 estados, siendo el Zulia uno de los más afectados, con al menos 460 establecimientos. Igual ocurriría en el Distrito Capital y en estados como Anzoátegui, Bolívar, Delta Amacuro, Mérida, Aragua, Carabobo, Lara, Monagas, Sucre, Falcón, Barinas y Miranda. Las muertes por los apagones se relacionaron con el colapso en los servicios de salud, y al menos un accidente craneoencefálico, que se sitúan en cifras por el orden de los 80 fallecimientos, lo que ha sido absolutamente negado por el Ministerio de Salud, que afirma que ninguna ocurrió en tal situación.
El Táchira, aún afectado
El Táchira, desde el 7 hasta el 10, lentamente fue despertando de un sueño o, mejor, de una nebulosa pesadilla, donde los celulares y las redes informáticas quedaron totalmente fuera del aire. Esa situación, totalmente inédita y desesperante en su momento, un año después ha pasado a ser una de las tantas cosas a la que nos acostumbramos, como las colas por gasolina, la escasez de gas, etc.
En ese entonces, la conservación de alimentos fue un asunto delicado, y muchos optaron por comerse lo poco o mucho que podía haber en la nevera. El hielo se constituyó en un artículo de primera necesidad, y se encareció.
En el espectro radioeléctrico tachirense, las emisoras colombianas permitían a unos cuantos enterarse de lo que pasaba; e incluso con señales de telefonía del vecino país se establecían los primeros contactos con el mundo y el resto de Venezuela. No obstante, era la Radio Bemba, donde muchos rumores se filtraban, la que servía a muchos para saber qué estaba pasando. Aunque ya el peso había ganado importancia dentro de la economía regional, fueron aquellos los días de su fulgurante triunfo, en tanto los bolívares en efectivos escasean, y muy difícilmente se podía cancelar con tarjeta.
Aunque no de esas dimensiones, otros megapagones le sucederían, despertando los malos recuerdos de aquel nefasto acontecimiento, en los meses de abril y julio del año pasado, y febrero del presente año. Pero, más allá de esos catastróficos momentos, el apagón ha sido parte de nuestra cotidianeidad; pese a que en un principio el Gobierno nacional anunció que el programa de racionamiento sería solo por tres meses… tres largos meses que aún no terminan. Desde entonces, las ciudades tachirenses se han acostumbrado, por ejemplo, a terminar su jornada productiva a las 4 de la tarde; así como también a prescindir de la vida nocturna, y a dormir más temprano. Tener una planta eléctrica marcaría la diferencia en los negocios que se negaban a pasar horas muertas; pero este ha sido un lujo, que en medio de una crisis económica, no todos se han dado, y menos cuando el gasoil también ha escaseado. Esta situación, con el 2020 venía siendo superada, incluso el programa de racionamientos aparentaba ser más racional, hasta que, desde el 15 de febrero, se han recrudecido los apagones.
Antes del 2019, los apagones en el Táchira fueron vinculados a varios factores, entre ellos el robo de cables de alta tensión, que muchos antisociales perpetraban para hacerse del cobre, a ser vendido en Colombia, como afirmaría el entonces ministro de Energía Eléctrica, mayor general Luis Motta Domínguez.
…un sabotaje
(TEXTO) Aunque se estableció que se trataba de un sabotaje, apenas por el mismo se detuvo a 6 personas. Otras detenciones, alrededor de 600, se relacionaron con la ola de saqueos en el país. Sobre las pérdidas millonarias que el megapagón significó, tampoco hay cifra oficial -algunas fuentes manejan los 500 millones de dólares- además de que tales efectos económicos no se pueden limitar a ese lapso más agudo, sino a lo que sus consecuencias siguen provocando hoy en día.
Si hoy alguien tiene que prender una vela para alumbrarse entre la oscuridad, al apagarla no debería olvidar el “cumpleaños feliz”.
Breve cronología
Jueves 7 de marzo: el megapagón se inició “antecito” del atardecer, y sencillamente los tachirenses, ya un poco acostumbrados a las fallas eléctricas, durmieron con la seguridad que amanecerían con el servicio eléctrico reestablecido.
Viernes 8: al mediodía, la sensación general era que “esto iría para largo”, y especialmente entre los negocios y los medios de comunicación se establecía un plan para no forzar las plantas eléctricas, entre los que las tenían por supuesto. Muchos se resignaron a suspender el plan rumbero del fin de semana.
Sábado 9: una población se inquietaba más con los rumores de saqueos y de comercios que preferían regalar la comida a perderla. Muchas emisoras ya estaban al aire, y por ellas muchos informaban a sus familiares de su situación para librarlos de preocupaciones.
Domingo 10: algunos se resignaron y otros sencillamente sentían aprehensión ante la perspectiva de que el mal se extendería por una semana.
Lunes 11: esos temores se disiparían, con el regreso de la energía en gran parte del territorio nacional; sin embargo, la “normalidad” se recuperaría el jueves, aunque hasta el día de hoy no se puede afirmar que ella haya llegado del todo, y menos en el estado Táchira.