Gustavo Villamizar Durán
La guerra económica mediante su arma mortal del bloqueo disimulado en ”sanciones”, lanzado sobre el país por el gobierno norteamericano y sus adláteres, junto a errores de la revolución en materia económica, han llevado a la nación a una fuerte crisis que afecta a la población, con excepción de los sectores de la burguesía y la llamada clase media alta. Esta circunstancia, sustentada con mayor fuerza por un feroz ataque a la moneda, ha logrado destrozar el salario con la desvalorización del signo monetario de manera que resulte en realidad una valía ridícula, que en medio de una hiperinflación inducida no alcanza a cubrir las mínimas necesidades.
En medio de esta inmisericorde agresión que impide al país la venta de petróleo, persigue el transporte del hidrocarburo, paraliza la compra de alimentos, medicinas, equipos, repuestos y todo insumo industrial, además del escamoteo de activos de la nación, la prohibición de operaciones financieras y la persecución de cuentas nacionales en todo el mundo, la población ha tenido que acudir al rebusque que permita de alguna manera, equilibrar las cuentas para seguir adelante. Debemos obviar en este aspecto aquellas familias en las que algunos integrantes emigraron o salen, trabajan, ahorran y vuelven, los cuales aportan al alivio de la situación de los suyos.
El rebusque en la Venezuela de la guerra multidimensional, ha mostrado infinidad de fórmulas y aplicaciones, las cuales tienen características muy diversas. Encontramos entre ellos la reaparición de oficios olvidados, como la reparación de calzado, el arreglo y renovación de piezas de vestir, las peluquerías a domicilio, la elaboración de dulces, helados, ponqués y pastelitos, las ventas de garaje y otros tantos que pudiéramos llamar de iniciativa personal. Hay otros que tienen que ver más con el aprovechamiento del desabastecimiento, el acaparamiento y la hiperinflación, que son obviamente delincuenciales aunque parezcan muy sanos, entre los que destaca el “bachaqueo” que varía su actuación según como se presente la situación económica. El negocio es la venta en espacios públicos, de alimentos las más de las veces escasos. Lo mismo, las ventas de lubricantes para autos, “chivas” (neumáticos usados), refrescos de contrabando y hasta medicinas de dudosa procedencia. Son negocios manejados al puro estilo de las mafias y evidentemente, en él juegan papel importante los monopolios de la distribución de rubros fundamentalmente de alimentos y de primera necesidad.
Y hay “rebusques” definitivamente delictivos, entre los que destaca el contrabando de muchos productos, en los que reina el del combustible hacia Colombia, Brasil y el Caribe, que resulta un negocio de incalculables dimensiones, en el que se involucran mafias ligadas al narcotráfico colombiano que dominan el negocio protegidos por el paramilitarismo, en el cual también participan directamente funcionarios de PDVSA, concesionarios de estaciones, efectivos militares y policiales, transportistas del sector de carga y servicio público, numerosos vehículos particulares, entre otros que se benefician jugosamente.
No puede obviarse el rebusque, a veces descarado, proveniente de la corrupción de funcionarios de la administración pública, los cuales cobran comisiones o simplemente, aplican el consabido “sablazo” para cualquier gestión.
Otro sector que ha podido resolver su situación es el de los asalariados de la empresa privada, los cuales a expensas de las cuantiosas ganancias de los empresarios especuladores, han desistido de su renuncia presionando la dolarización del salario.
Pero hay un sector en condiciones realmente precarias con tendencia al agravamiento, el cual está ubicado en la administración pública. Es un sector de buena formación, solidez profesional y extensa experiencia, negado a caer en actividades de sobrevivencia y menos, en prácticas delictivas. Entre los muchos integrantes pueden contarse en él médicos y profesionales de la salud del sector público, educadores, profesores universitarios, investigadores de trayectoria, profesionales y técnicos de la industria petrolera e industrias básicas del país, cuyo retiro o “deserción” puede resultar una catástrofe mayor, con el agravante de que su reposición o la formación de sustitutos, resultará por demás lenta y onerosa. Es el momento preciso para que el estado venezolano asuma la superación de tan lamentables riesgos, creando en la mayor brevedad un sistema salarial justo que solvente la difícil circunstancia de depauperización que viene atravesando este sector. No hay futuro sin educación sólida, investigación científica y manejo competente de los altos procesos industriales