Mario Valero Martínez
Las imágenes de las ciudades en cualquier parte del mundo difundidas en los reportajes televisivos y en las redes sociales, invariablemente muestran los contrastantes escenarios de calles vacías o con escasa movilidad humana y los centros de salud para la atención de los afectados por el coronavirus. La mascarilla es el artilugio identificatorio de estos días, la palabra cuarentena se repite como mantra de salvación y los lamentables datos estadísticos describen el momento de la cruda y diferenciada realidad global. Todo ha sido muy rápido, violento. Pero las ciudades no están solas, detrás de las fachadas residenciales está una parte del mundo urbano en resguardo, habitando en sus íntimas geografías personales, debatiéndose entre la incertidumbre y el optimismo.
“Quédate en casa” es el eslogan reiterado que expresa la acción inmediata y necesaria, la responsabilidad del momento. En estas circunstancias la casa se convierte en el inesperado refugio, tal vez insoportable para seres claustrofóbicos. Pero en nuestro hábitat la casa siempre ha tenido otros significados, es el pequeño espacio construido de afectuosos lugares, a decir de Gastón Bachelard en La poética del espacio, “la casa alberga el sueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz”. Aunque en estos días se promueve como el ámbito preventivo, no imaginamos la casa como fortificación, muro o muralla, esas figuras no tienen cabida en la descripción de este, nuestro micro-territorio de arraigos, morada de los afectos.
Las ventanas de la casa nos conectan a la reducida visual del paisaje inmediato con sus luces y sus sombras diarias, no permiten observar al solitario transeúnte de rostro cubierto y paso apresurado. Sin embargo, desde allí añoramos el paisaje urbano de la cotidianidad. La puerta principal se no asemeja al umbral que se atraviesa con cierto temor para ir al encuentro en ese afuera, con una geografía humana definida por el uso del espacio en aislamiento, el distanciamiento físico, la movilidad restringida y la percepción topofóbica del entorno. Quién diría, en esta eventual rutina, el espacio se impone al tiempo.
En el interior de la casa tenemos otras ventanas, las que abrimos en nuestros artilugios electrónicos y nos conectan a través de los espacios virtuales con las otras realidades de nuestro ámbito nacional en sus múltiples escenarios. Las protestas no cesan y aunque este es un derecho adquirido, se ha convertido en una acción de elevado riesgo carcelario. La represión se agudiza, el deterioro de las condiciones de vida se empeoran, los servicios públicos colapsan. No describimos nada nuevo, es lo vivido durante todos estos años, síntesis de lo que va dejando la revolución bolivariana. Cada día somos más vulnerables.
Pero hay otro ámbito irritante observado desde las ventanas del ciberespacio, conformado por el delineado uso politiquero de la pandemia que se refleja en varias escenas. Por una parte el enfoque represivo del problema. Aquí no se enfrenta la pandemia desde una perspectiva de salud pública enlazada con criterios pedagógicos y todo tiene un tufo cuartelero que se empeñan en imponer a la sociedad. El funcionario uniformado humilla a un grupo de ciudadanos que, seguramente por causas necesarias, no cumple la cuarentena, obligándolo a repetir el ejercicio predilecto de la tropa llamado salto de rana. El refugio de los retornados del exterior es concebido como campamento militar. En otro escenario se estigmatizan a las comunidades y las empresas que tienen algún personal contagiado, se amenazan a gobernadores no afectos al régimen. Odiosas comparaciones se realizan con las cifras de los países del entorno para celebrar un supuesto primer lugar de no contagiados. Todo eso conforma una ambiente de miseria humana.
Hasta hace un par de meses se negaba la masiva huida venezolanos a otros países producto de su estado de vida precaria, se mofaban de los emigrantes, se vilipendiaban en cadenas nacionales, pero en estos días del desesperado retorno de los inmigrantes que han quedado desamparados en sus lugares de destinos consecuencia de la expansión del coronavirus, el régimen venezolano manipula sin rubor esa tragedias personales y familiares, anunciando su regreso a un inexistente paraíso socialista. La verdad es que mucha gente se fue pobre y retorna obligada, pobre, frustrada, con historias del cruce de fronteras relatadas en mayor tormento. Nada ha cambiado en sus lugares de origen, pero ahí están sus moradas.
A pesar de todas esas circunstancias, desde estas ventanas de la casa no dejamos que nuestros sueños nos abandonen. / @mariovalerom