Regional
El distanciamiento social desafía la cultura ciudadana del tachirense
7 de junio de 2020
El mayor impacto provocado por las medidas de contención del avance de la pandemia, y por lo tanto el que mayores resistencias ha conllevado, ha sido de orden cultural
Freddy Omar Durán
De la noche a la mañana, el gentilicio venezolano donde mantener la proximidad con propios y extraños para cualquier tipo de interacción social; donde para comunicarnos prácticamente debemos estar uno encima del otro; donde no saludarnos de beso, abrazo, estrechando las manos o con un efusivo saludo puede ser considerado un gesto de descortesía; tan afín a grandes agasajos con conocidos y desconocidos; así como a participar en eventos masivos, especialmente de carácter deportivo;, ha tenido que acomodarse de la noche a la mañana a eso que llaman “distanciamiento social”.
De otra parte, una mermada economía nos ha enseñado hace más de una década, a ir a establecimientos que se ajusten a nuestro esmirriado bolsillo, e incluso, aunque ya eso ya es una especie extinta, donde se distribuyen productos a precio regulado. Recibir beneficios del estado, o hacer gestiones en oficinas públicas, también ha implicado permanecer en aglomeraciones por horas, o hasta días, bajo el sol, la lluvia y el sereno, aunque estos dos últimos fenómenos durante la cuarentena han quedado en stand by. De igual forma tenemos que la mala prestación de los servicios públicos inevitablemente han traído concentraciones ciudadanas, y esto es visible en lo que tiene que ver con el transporte público, la atención bancaria, y las demoras en los puntos electrónicos de ventas por fallas en la internet y la energía eléctrica.
Y ni que hablar de la política, cuando las fuerzas en pugna dan demostración de su fuerza movilizando grades rebaños de sus aliados. También es el caso de comunidades que no les ha quedado otra que salir a la protesta por no contar con lo más básico, llámese esto, gas, agua, luz, vialidad etc. Esto ha quedado anulado por la cuarentena, no solo en Venezuela, aunque uno que otro foco de disturbio, ha hecho su aparición, especialmente obligado por la imposibilidad de muchos hogares de contar con los energéticos necesarios para preparar sus alimentos, siendo obligados a, por ejemplo, el uso de la leña.
Es necesario
Sin embargo, y por recomendación muy subrayada por la OMS, el uso del tapabocas y el distanciamiento social, se constituyen en condiciones sine qua non. Se insiste que en los países donde más brutal ha sido la expansión de la covid-19, esto se ha debido al no respeto del distanciamiento social, teniendo en consideración lo volátil y virulento del virus con capacidad de cubrir una distancia de tres metros en el aire entre una infectado y una persona sana.
Por lo que se ha visto en estos tres largos meses de cuarentena, en principio los funcionarios de seguridad ciudadana, y de los responsables de las zonas comerciales y bancarias donde mayor concentraciones humanas se presentan, se mostraron preocupados porque el distanciamiento social se cumpliera; sin embargo sin conciencia ciudadana cuidar esta medida preventiva resulta imposible, así a cada persona se le asignara un vigilante particular. Todavía prevalece la idea de lo que pasa de puertas adentro en los hogares nos compete; mientras que lo que sucede en las “afueras” le corresponde a los estamentos oficiales. Algo que solo en parte es cierto y efectivo…
Con la flexibilización de la cuarentena, que no solo ha sido decisión gubernamental, sino de un gran sector de la población, que por la necesidad, se ha visto en la obligación de no quedarse tanto tiempo en casa, la aglomeración de personas se ha hecho inevitable, y no está sujeta a cautela alguna, a excepción de la que cada quien asuma. Confiar en su tapabocas, y muy discretamente alejarse del “vecino” es la estrategia más usual, aunque en un autobús atestados de pasajeros eso sea casi que misión imposible.
De nada vale que a alguien le de por organizar el caos, porque bien o se le acusa de “metiche”, o se le mira con suspicacia, tal vez deseoso de tomar una posición de ventaja, especialmente en las colas. En este sentido, pueden más los resquemores de muchos, por no decir los traumas, provienen de tantas ocasiones en que tanto vivaracho aprovecha de influencias y descuidos para hacerse los primeros en las colas, lo que ya es considerado una forma de injusticia, sin mayor penalidad que el insulto, u expresiones agresivas que pueden tomar un cariz más peligroso.
Esta semana mucha más gente ha tenido que bajar a San Cristóbal de otros municipios, y esto ha conllevado que en las paradas de sus respectivas localidades se presenten más aglomeraciones, e igual, luego de cumplir sus gestiones en la capital tachirense, ocurra para aguardar el transporte que los devuelva a sus hogares. Muchos conductores, que no se cansan de recibir las recriminaciones de la policía e incluso de los mismos pasajeros, no quisieran llevar más allá de la capacidad de la unidad, cuando por las malas o por las buenas se colman, e incluso por el camino los que ya están cansados de esperar se abalanzan sobre ellas como un depredador sobre su presa. Otros conductores, en cambio, no le ven mucho sentido movilizar a tan pocos pasajeros, en tanto no solo deben ofrecer el sustento a sus hogares, sino que no cuentan con el combustible suficiente para hacer tantos viajes, esperanzados de que se realice la promesa oficial de ser abastecidos de manera preferencial.
Cerca de los bancos la anterior semana las aglomeraciones de tarjetahabientes en sus alrededores era la nota característica, aunque se procuraba que en su interior se mantuviese el menor número de personas posible. Un horario más restringido, por número de cédula y prácticamente actividad bancaria semana por medio, obligó a muchos al sacrificio por un poco de efectivo y la solución a problemas que les impedía hacer sus transacciones financieras.
De otra parte, muchos establecimientos obligados por la prevención sanitaria, han reinventado su modalidad de atención al cliente, y prácticamente han lanzado vitrinas casi a la calle, mientras su clientela espera en las aceras, alguna en filas con sus reglamentario distanciamiento, otra apiñada en la entrada. Los locales que si permiten el ingreso normal de compradores, los conminan al distanciamiento y no le permiten permanecer sin tapabocas. Si bien los obedientes son muchos; los desentendidos abundan, que perfectamente pueden pasar a convertirse en indignados cuando no irascibles. Sin embargo, cuando ya se va acercando la hora del cierre, y en la calle amenaza el trasporte público con desaparecer a eso de las dos de la tarde, la inquietud general hace olvidar el distanciamiento.
¿Soluciones?
Como afirmó Astrid Restrepo, señora con sus canas encima, mientras esperaba en una cola de un banco, luego de venir de otra para pedir el gas, y haber viajado en una buseta al tope, mientras estaba ya preocupada por el gentío que ya debía de haber en la parada de la única unidad que la llevaría de regreso a Santa Ana, la solución estaría una radical transformación de la cultura ciudadana, acostumbrada a que todo tiene que ser obligado para hacer lo que se debe hacer, cual si fueran bestias de carga, incluso si eso redunda en beneficio de la salud suya y de todos. Pero también exclama una pertinente observación.
–Si las cosas funcionaran, si los servicios públicos fueran más eficientes, si todo lo tuviéramos mas al alcance de nuestros hogares, si no fueran tal difíciles las comunicaciones, si no tuviéramos que lanzarnos a esta lucha por la sobrevivencia día a día, tal vez no tendríamos necesidad de exponernos como lo estamos haciendo para resolver tal o cual asunto.