A eso de las diez de la mañana, un cúmulo de nubes oscuras invadió el horizonte, haciendo presagiar que, en cualquier momento, se desataría la lluvia.
Raúl Márquez
La señora Lucía (nombre ficticio) sacó una bolsa de plástico grande y cubrió parte de la ropa que muestra a los potenciales clientes, ordenada sobre una pequeña mesa.
Las otras prendas de vestir —monos deportivos, blusitas, camisas, franelas, pantalones para niños— forran la parte exterior de un gran ventanal de una tienda que administra un amigo y que durante dos años, ha sido la vitrina para su mercancía.
Recuerda, con añoranza, cuando años atrás llegó a administrar un local de ropa ubicado en El Nula, Alto Apure, con el cual –asegura- pudo sacar adelante a sus dos hijos mayores.
Pero la crisis económica fue desnivelando la balanza de sus ganancias, con respecto a los gastos, y tuvo que dirigirse a probar suerte a San Rafael de El Piñal, en donde ya hace tiempo había adquirido una casita en donde vive con su hijo menor.
Aunque de vez en cuando vende una que otra blusita, la llegada del nuevo coronavirus ha reducido de modo alarmante las ventas, que según sostiene ya venían en declive, por lo que ahora también vende chupetas, galletas y caramelos.
En cuanto a sus hijos mayores, comenta que «ellos tuvieron que irse a Chile con sus esposas, por la situación del país, y gracias a Dios les ha ido bien, aunque con lo de la pandemia se han visto cortos y se les ha dificultado ayudarme».
Mientras su hijo degusta una chupeta, Lucía, a sus 46 años, aún tiene esperanza en que la situación mejore.
En tal sentido, explica que su meta es volver a tener una tienda, como Dios manda, en San Rafael de El Piñal, para de este modo no estar de arriba para abajo con la mercancía.
«Hace días sostuvimos una reunión con el alcalde, Haylly Chacón, en donde se llegaron a varios acuerdos. Ojalá en esta ocasión pueda ser tomada en cuenta y me apoyen para formalizar la venta», apunta la dama.
Otra de las inquietudes que la abruman tiene que ver con las fallas registradas en los servicios públicos, que oscurecen aún más el panorama del día a día en medio de la cuarentena provocada por la COVID-19.
Así pues, para ella, es inaudito que siendo Venezuela un país petrolero, no tengamos gasolina ni gas. Cada noche le pide a Dios que cesen los largos cortes eléctricos, y que la plata alcance para la comida.
«Siempre le pido a Dios salud para seguir luchando por mi hijo menor. Y por él es que cada mañana me levanto, así llueva, y me vengo a vender mis cositas. La cosa está muy difícil, hay mucha injusticia, pero debemos seguir adelante», dijo con voz temblorosa.