una semana de tensiones entre los organismos de seguridad, que deben atender a las órdenes de sus superiores, y un sector del comercio, que debe atender las necesidades de su hogar, se respiró durante estos días bajo el esquema 7+7 acordado por el Gobierno nacional.
Comercios no vinculados a productos y servicios prioritarios, creyendo que iban a poder laborar como días atrás, cuando ya veían una tímida reactivación del aparato productivo, se toparon con funcionarios policiales más rigurosos en el cumplimiento de la cuarentena, y que los conminaban al cierre de sus locales.
Hasta los vendedores informales de tinto, cigarrillos y llamadas por teléfono celular se vieron obligados a levantar sus bártulos cercanos a la plaza Bolívar, y optaron mejor por ir en su vagar al encuentro de la clientela en el perímetro del centro.
De otra parte, en algunos cajeros automáticos se dispensaba efectivo, por el cual se formaban pequeñas colas en sus cercanías de tarjetahabientes, con sus reglamentarios tapabocas y no tan amplios distanciamientos. Mientras que los establecimientos autorizados por la naturaleza de sus productos y servicios seguían en el mismo desenvolvimiento de estos días de cuarentena, hasta la una de la tarde, aproximadamente.
Sin convencerse del 7+7
La perspectiva de que la próxima sea su semana de gracia, no consuela a muchos que fueron encuestados en el centro de San Cristóbal, pues, entre otras cosas, si el comportamiento de la clientela no es el mejor prácticamente corren el riesgo de perderla, amén de que apenas si tendrían escasas horas de la mañana para aprovecharla debidamente.
El esquema 7+7 no acaba de convencer a Yady Restrepo, quien diariamente debe ir y venir desde el sector Lomas Bajas de Capacho Nuevo, para atender su local de ropa y calzado, y hoy se vio presionada a bajar la santamaría, pese a las razones esgrimidas por ella y otros negocios aledaños al suyo, no dedicados a la venta de alimentos u otros productos prioritarios, ante los funcionarios policiales, que sencillamente les decían que era la orden y que no había otra, en tanto la próxima semana sí iban a tener más facilidades, para al menos trabajar en la mañana.
—Estamos ahora aquí por la necesidad de trabajar. Yo tengo que venirme desde Lomas Bajas a buscar el sustento de mi hogar. Sabemos que no son productos de primera necesidad, pero es con lo único que contamos para sobrevivir —expresó—.
Con tres hijos en su hogar, Darwin Colmenares, establecido por los alrededores del Centro Clínico, se defiende como sea, ya sea reparando teléfonos celulares o cortando pelo, pero igual se queja de lo que considera cierta persecución policial.
—Parece como si estuviésemos vendiendo droga —se quejó Colmenares—.
Sus observaciones alrededor del 7+7 se centran en lo rápido que vuela esa semana, con apenas unas horas mañaneras fructíferas.
—No sirve porque, por ejemplo, en la semana que nos tocaría trabajar pueden presentársenos otros inconvenientes. Yo tenía que llevar a mis hijos a un chequeo médico la semana pasada. Y cuando viene la próxima semana, resulta que no nos dejan, y entonces nos quedamos sin el chivo y sin el mecate -declaró-.
Las dificultades en los puntos provocadas por los apagones eléctricos y electrónicos, también es algo que solidifica una economía en pesos, en la cual hasta él ha caído, pues la gasolina para su moto la debe cancelar en esa moneda.
—La luz se va y eso hace que las personas se vean acorraladas —sostuvo Colmenares—. Si no hay puntos, hace que las personas busquen monedas extranjeras, y empuja a su vez la inflación y que uno viva en zozobra económica. Uno quiere ofrecerle al cliente la mejor atención y que puedan cancelar en bolívares, pero cómo hace uno.
Ve su situación difícil; pero reconoce en él las herramientas suficientes para sortearlo. No así lo considera en otras personas de precarios o nulos ingresos en la actualidad.
—Yo sé de personas en peores condiciones que la mía, que están esperando a que se levante la cuarentena para re≠ solver sus problemas económicos.
Freddy Omar Durán