Logró lo que otros venezolanos estancados al otro lado de la frontera hoy anhelan
Freddy Omar Durán
Después de casi un mes, Marisol Sandoval está tranquila de haber regresado sana y salva a su hogar. Fue a Bogotá a visitar a su hijo y, sencillamente, la intempestiva aparición de la cuarentena, tanto en Colombia como en Venezuela, no solo demoró su decisión de retornar, sino que una vez tomada, la lanzó a una complicada aventura que la obligó a alojarse en cuatro refugios.
Dio cuatro veces negativa en los exámenes para detectar el covid-19; no obstante, algunos de sus compañeros de viaje tuvieron que ser trasladados, en Guasdualito, estado Apure, a hoteles donde eran hospedados, a quienes les detectaban indicios de la enfermedad.
La incertidumbre comenzó en la capital colombiana, donde montados en los autobuses que los llevarían hasta Guasdualito -el destino más viable, pues ya había reporte de colapsos en la frontera con el Norte de Santander-, dos días esperaron en dos terminales y allí durmieron. Tuvo que interceder la alcaldía bogotana para que despachara el transporte lo más pronto posible, pues en el grupo había niños con hambre y sed.
Fue un tiempo para descubrir la solidaridad de muchos colombianos que se acercaron a ofrecerles un plato de comida.
— A las mujeres -afirmó Sandoval- que estaban en las unidades, en Bogotá, les tocó que armar fogatas para hacerles atoles a los niños. Gente venía en camionetas y traían ollas con sopa, arroz con pollo, pan y café con leche. Mientras tanto nos hacían revisiones médicas para ver si teníamos algún síntoma extraño. La gente traía harina y ollas porque se traían sus cosas de Bogotá. La gente espontánea llegaba con ollas y les daban sopas y arroz con pollo, y de alguna manera reconfortaron su viaje. Hacíamos uso de los baños en los terminales que eran muy limpios.
Ya autorizados a viajar de un tirón, llegaron hasta el puente internacional José Antonio Páez, frontera con Apure, donde debieron dormir y los sorprendió la lluvia mientras se disponían a ser trasladados al primero de los tres refugios en que se establecerían en Apure.
—Ahí fumigaron las maletas -continuó en su relato-, y a nosotros mismos. Pasábamos uno por uno y tuvimos que responder una serie de preguntas. Cuando nos caía un tremendo palo de agua, un grupo de guardias nacionales nos llamaron para que nos protegiéramos en el comando mientras llegaba la buseta que nos sacaría de ahí.
Calor, mosquitos, falta de agua y una insuficiente alimentación fueron los suplicios a soportar en su estadía; pero fuera de eso, aseguró que no les daban malos tratos. Los traslados se hicieron necesarios, en vista de que eran más y más los venezolanos de retorno, y no había ya dónde alojarlos. Apenas las cosas mejoraron un poco en el segundo refugio en que estuvo; pero fue necesario el traslado, pues eran más y más los venezolanos de retorno.
— Después llegaron los médicos e hicieron las pruebas rápidas. En las tres salí negativa. Los que salían positivos eran trasladados a un hotel, donde se les daba tratamiento. Teníamos que llevar nuestra agua en un tobo, y hubo un momento en que muchos gritaban hacia la calle “tenemos hambre”, pues apenas, al desayuno y la cena, nos daban una arepita, y el almuerzo era arroz con sardinas. Los de Guasdualito se condolieron y nos llevaron mangos. Hubo quienes vendieron el kit plástico que llevaban para no mojarse, a cambio de unos panes, y con los pesos le pedían el favor a algún vigilante para comprar algo — narró.
Al cumplir los 24 días de cuarentena, cuando creyeron que ya en cuatro horas estaría en San Cristóbal, se enfrentaron a un recorrido en el que hacían paradas por horas en los puestos de la Guardia Nacional, que insistían en verificar los papeles que decían que los ocupantes de los autobuses estaban libres del covid-19. Partieron en la madrugada, y solo entrada la noche cumplió Marisol su itinerario, mientras otros tendrían que esperar otro poco más, antes de llegar a Mérida y Trujillo.
—Hasta que un capitán de la Guardia no venía a verificar no nos dejaban pasar— expresó.
Al llegar a la sede del IDT, las cosas mejoraron notablemente, y agradece mucho la manera amable en que fueron asistidos. No obstante, allí no permanecería sino una noche, para posteriormente ser llevada en vehículo particular a su casa, gracias a la cola de una de las personas que allí prestan su servicio.
—Nos dieron buena comida y buena habitación. Dormimos en el IDT, como es debido, y se portaron muy bien con nosotros -recordó-.
Finalmente, Sandoval aseveró que siempre estaba en contacto telefónico con los suyos, tanto en Bogotá como en San Cristóbal.
—El que no tenía chip venezolano, o no tenía celular, recurría a otros que les prestaban sus teléfonos. Fue una verdadera odisea la que vivimos, y la que sigue viviendo mucha gente que debe retornar a su país.