Regional
Alto costo de la vida y escasez de ingresos preocupan a la comunidad del barrio El Río
19 de junio de 2020
Con la expectativa de lo que vaya a ocurrir con la cuarentena en los próximos días, la comunidad del barrio El Río de San Cristóbal resiste el confinamiento a media luz, buscando mil maneras de sobrevivir, y cuando no puede desplazarse a otros sectores no le queda otra opción que recurrir a la oferta comunitaria, en la que el manejo de pesos no se apiada de muchos bolsillos que no han sabido por meses lo que es un ingreso estable.
Freddy Omar Duran
La actividad comercial que allí se desenvuelve, nutrida especialmente por una economía hogareña y de los tradicionales abastos, ofrece una alternativa para no tener que correr riesgos y evitar mezclarse con las muchedumbres de los grandes mercados, pero para tomarla se hace necesaria la posesión de moneda extranjera.
Para Nelson Herrera, trabajador de una cauchera, “lo más complicado es la comida, porque se especula mucho con ella, y ni reciben bolívares. Dígame con la verdura, aquí porque vienen camiones a venderla, a precios del mercado, tienen punto y hacen la competencia. Acá se lo quieren comer a uno vivo”.
Junto al dueño del establecimiento, Alexánder Vásquez, lo encontramos arreglando el tanque de gasolina de una camioneta, y aunque ellos no se especializan propiamente en la mecánica, asumen esa labor, ya que saben que no se puede perder ni una gota de gasolina, “porque eso vale oro”.
En los momentos en que le es permitido, el negocio se ha mantenido abierto, confrontando múltiples amenazas: la falta de energía eléctrica, las presiones de los organismos de seguridad, la ausencia de clientes, y hasta la inseguridad.
—Ha estado el trabajo muy flojo —agrega Herrera-. Dios quiera que esto se solvente, que levanten la cuarentena para volver a trabajar. Eso deseamos todos.
—De verdad, lo más duro es que han venido a cerrarnos el negocio –complementa Vásquez-. Cerramos, pero igualito abrimos…Nos reclaman porque no es la hora de trabajar, y porque mucha gente viene acá sin tapaboca, y qué culpa tenemos… Imagínese, yo trabajo con corriente, y paso toda una mañana sin hacer nada de pesos, y cuando ya puedo abrir, vienen y me mandan a que no lo haga.
El dejar su negocio solo también ha sido motivo de preocupación para Alexánder Vásquez, a tal punto que prácticamente se ha mudado a vivir a su local.
—Yo tengo mi casa arriba –señala una carretera rumbo a una loma-, y desde que esto de la cuarentena está, yo vivo prácticamente aquí, duermo aquí. Así no me aburro y, además, usted sabe que la situación está muy crítica y uno no sabe si la gente por necesidad vea esto solo y quiera meterse. Me ha costado obtener lo poquito que tengo, para perderlo así.
No ha habido ningún inconveniente, afortunadamente, y la situación no ha sido distinta a la que se ha vivido en otras comunidades similares de San Cristóbal. Entre los mismos vecinos se conminó a mucha gente, que por una u otra razón atravesó la frontera, a que se hicieran sus exámenes con el fin de descartar el covid-19. Más le preocupa el no poder cocinar con gas, que le ha traído a su hogar emergencias médicas por suplirse con la leña.
—Se les ha dicho –acota Herrera-, vayan y háganse sus chequeos. Fueron, se estuvieron por allá dos días y luego regresaron. Eso ocurrió en los primeros días de la cuarentena. Pero en ese sentido todo es normal, aquí realmente la gente está preocupada es en cómo ganarse el pan diario. Pero la situación es tremenda. Y lo del gas…hace un mes nos llegó un operativo para las bombonas de 10 kilos, pero en una familia de 5 personas, ¿cuánto puede durar eso, y con pocas horas de luz? Mi familia está ahogada con la leña. Mi hija la hemos tenido que llevar dos veces al hospital, ahogada; los niños no están acostumbrados a eso, como en los tiempos de los abuelos. Ella se llena de flema, y hay que hacerle drenajes. Así bregamos y vamos adelante como el elefante…
Al menos hay transporte
Por las mañanas, el transporte pasa hora y media; pero más que motivo de queja por la frecuencia, el que al menos se cumpla con el servicio, ya para la comunidad del barrio El Río es un alivio, en vista de la cierta lejanía que tienen con el resto de la ciudad.
La iglesia del sector sirve de punto de parada para esperar la buseta, y da lugar a una alta concentración de personas.
De allí, el señor Juan Valencia sale dos días a la semana a laborar en el mercado de Táriba, lo que, por el escaso transporte y los costos del pasaje, representa un “gran sacrificio”. Ha sido testigo de cómo han subido las ventas al mayor de la venta de verduras, pues muchos optan por comerciar con este producto, como un modo de supervivencia, dentro del horario comprendido de tres de la mañana hasta, más o menos, las once de la mañana.
—No podemos salir casi a la calle…¿y la comelona qué? Ahí es donde está el detalle. Esto no sabemos hasta dónde va a llegar. Porque yo no veo enfermos, ni fallecidos. Que siete días sí, que siete días no…¡Ah!… El trabajo de dos días ya se lo come uno de inmediato. No hay ni gasolina, para decir uno voy a ir por unas frutas y las vendo aquí. La hija mía tiene mes y medio sin tanquear, y se dedica a viajes y mudanzas y no ha podido trabajar.