En medio de la catástrofe humanitaria, de la propagación acelerada del Coronavirus, de la cuarentena político-militar,entre otros horrores que padece Venezuela, la hegemonía roja ha desplegado una enésima ofensiva despótica para terminar de extinguir la soberanía popular, como bien señala Gehard Cartay, y para obstruir o bloquear cualquier posibilidad de participación electoral. El proceso para llegar hasta acá, ha sido paulatino y habilidoso, pero creo que no deberían quedar más excusas que justifiquen los asaltos. Al menos, claro está, que el justificante sea un mandonero del poder o un testaferro económico o político que, no por casualidad, suelen ir ligaditos.
En verdad, nada de esto representa una sorpresa. Un proyecto de dominación lo que pretende, obviamente, es dominar el poder, controlar el poder. Puede que en algunas situaciones haya algún tipo de inspiración ideológica, al menos al principio, pero el transcurrir del tiempo decanta las cosas hacia un despotismo sórdido y depredador, cuyo único interés es el continuismo. Por eso el contubernio con la criminalidad organizada es tan notorio, que las fronteras se disuelven. Si alguien tenía dudas al respecto, le debería bastar seguir un tanto lo que pasa en Cabo Verde, con uno de los capos de la mafia bolivarista, caracterizado por reconocidos voceros de la hegemonía como «agente del gobierno bolivariano». Sobran las palabras.
Y alguien tendrá derecho a preguntar: ¿qué puede ser lo bueno de una realidad tan mala? Y la respuesta debería ir en el sentido de que, por fin, se acepte la realidad tal cual es. Se acepte que el conjunto de los venezolanos está atrapado en una trampa muy difícil de desarmar, pero no imposible. Se acepte que es un error terrible el seguir el juego de la supuesta salida inmaculadamente democrática, cuando la democracia ha sido y es aplastada. Se acepte que es absurdo calificar a la hegemonía de tiranía –que lo es, desde luego– y al mismo tiempo entrar en pretendidas negociaciones para «normalizar» la vida colectiva. Se acepte lo que se tiene que aceptar, salvo que se sea un ingenuo irremediable o un pillo irremediable.
¿Lo bueno de lo malo, en los términos acá planteados, está garantizado? No, no lo está. Pero el propio proceder de la hegemonía no permite que los cuentos de camino sigan formando parte de la retórica de los sectores de la oposición política que están llamados a enfrentar el poder establecido, y a promover un cambio efectivo como lo ansía la gran mayoría de la población. Como descarto que la resignación sea una alternativa, siquiera concebible, y como creo que Venezuela sí puede alcanzar un futuro muy distinto al presente, es un deber el buscar motivos que mantengan viva la esperanza y que, así mismo, la puedan dinamizar. El motivo señalado: lo bueno de lo malo, es uno de ellos. Pero no debe quedarse en meras palabras sino en acciones concretas, constitucionales, consolidadas y constructivas para nuestro país.