Este domingo, Día del Niño, la chiquillada ya no colmará plazas ni centros comerciales con su alegría y sus ganas incombustibles de jugar con sus amiguitos; una ausencia que será tan sentida como las de las aulas, silenciadas por una amenaza que ellos no comprenden y también los llena de angustia como a sus padres.
Tampoco muchos no tendrán su “detallito”, la compra del cual animaba una pequeña temporada comercial en jugueterías, restaurantes y parques de atracción; en parte porque a esos establecimientos la rigurosidad de la cuarentena les veda su apertura, y también en estas especiales circunstancias han debilitado la capacidad adquisitiva de padres, quienes apenas si tienen la posibilidad de brindarles a sus hijos lo necesario para su subsistencia.
Sencillamente, el entorno natural para su desarrollo –que en los últimas tiempos es el mundo en general, más aún con la disponibilidad que tienen de dispositivos electrónicos de todo tipo- se les ha trastornado completamente y, en algunos casos, esto podría acarrearles traumas psicológicos o por lo menos generar muchas inquietudes que con relativo éxito los padres deben afrontar con sencillas y sinceras explicaciones, cuidando de no transferir en sus susceptibles mentes su propia carga de angustias.
Hay niños que han tenido que vivir el confinamiento casi absoluto, algo que, dependiendo de su hábitat y del acompañamiento de sus mayores, puede tener su nivel de nocividad. Hay otros que, aun pudiendo salir, han tenido que cambiar sus costumbres de higiene, de relacionarse con otras personas, y con la gente de su edad, a quienes ya no ven con la misma frecuencia de antes. Algunos ya han perdido contacto con sus abuelos, incluso con sus padres mismos –por diversas circunstancias-, conformándose apenas con contactos virtuales en videollamadas.
No obstante, muchos niños podrán ver el lado bueno a la cuarentena, pues han podido compartir con sus progenitores mucho más que en tiempos en los cuales estos se apartaban de sus escuelas, mientras sus papás permanecían gran parte de su tiempo en sus sitios de trabajo. La palabra “coronavirus” o “covid”, tal vez sea para ellos motivo de terror o, por el contrario, el refuerzo de su madurez, adquiriendo responsabilidades para con ellos mismos y con las personas que les son cercanas.
Dos madres, una docente y una comunicadora social nos abren una ventana a ese universo que ellos, para bien o para mal, han creado en estos tiempos
Entendiendo el virus a su manera
Kelly García, poetisa y docente de aula, ha compensado esa ausencia de escuela, que sí le ha pegado a su hija mayor, inventando las mil y una actividades apoyadas por las nuevas tecnologías
—Mis hijas -afirma García-, las pequeñas, no podían entender por qué ya no podían ir al colegio y poco a poco le íbamos explicando, sobre todo a Mía, la más grande. Para ella fue un choque emocional muy fuerte, porque a ella le gusta mucho estar en su colegio, y ya no estar con sus profesores y sus compañeros no lo aceptaba, más cuando de clases presenciales pasamos a clases virtuales. En un país con mala calidad en los servicios, para ella era frustrante y se preguntaba “¿ahora qué voy a hacer con mis actividades, cómo las voy a entregar? Afortunadamente, los profesores, que siempre estaban pendientes y fueron muy solidarios, decían que las podían entregar cuando ellas pudieran, cuando tuvieran internet. Al final, pudo entregar todas sus actividades, a veces a destiempo. A medida que fueron pasando los meses, como todo ser humano, nos fuimos adaptando en este nuevo tipo de vida y logramos hacer todo tipo de cosas maravillosas, como videos de baile, de canciones, de obras de teatro, de juegos y un sinfín de actividades. Creo que las madres, los padres y representantes que lograron en buena medida afrontar estas situaciones, se dieron cuenta de que en la vida hay prioridades, y ante todo, el amor que tenemos por nuestros hijos y su protección.
Para la periodista Blanca Castejón, ha sido distinto el modo como Luigi, de 5 años, y Ronald, de 10, han entendido la situación de impacto global
—El mayor -nos contó Castejón- siempre ha sido un poco más preocupado y analítico, entonces se ha inclinado por el tema ambiental, para conocer cuál es el origen del virus. Él, desde sus palabras, ha disertando sobre eso en las escaleras del edificio con otros niños: que si fue el murciélago, que sino fue el murciélago, etc. Y en el caso del niño menor, se lo ha tomado con mucha calma, sabe que tiene una máscara especial para él, la exige y pide que se la ponga cada vez que va a salir. Cada vez que se lava las manos, canta uno de esos temas educativos que pasan por la televisión. Entiendo que el caso de mis hijos no es similar al de otros niños, que muchas veces no dejan salir; yo a mis hijos los dejo salir, siempre y cuando lleven sus máscaras; pues yo vivo en un apartamento pequeño y no puedo tenerlos encerrados eternamente y por siempre. Un día lo intenté y el estrés en casa era crónico, hacían travesuras, peleaban entre ellos, fue así como empezamos a hacer caminatas y otras rutinas para sobrellevar esta situación con más tranquilidad. Yo trato de no hablar del tema, de contagiarlos de mi angustia. Ellos creen que esto va a pasar pronto y que en algún momento volveremos a una normalidad relativa.
Freddy Omar Duran