Gustavo Villamizar Durán
Hay seres muy incómodos. Ante la mirada de quienes acompañan sus últimos momentos parecen fallecer, se registra tal suceso y sus restos van a dar a alguna fosa de algún camposanto. No obstante, los aires fuertes de la historia avivada por los pueblos, rompen los catafalcos para que resurjan fortalecidos, vitales, brillantes, señeros, a trashumar campos y calles ávidas de su luz. Esas presencias luminosas para los más, resultan tormentosas para los andantes de la injusticia, la iniquidad, el avasallamiento, la violencia y la muerte.
Durante la semana que ahora termina, la prensa española y alguna del continente americano, reseñó tímidamente con vergüenza, un bochornoso acto cometido por militantes de un partido fascista de aquellas tierras con pretensiones de gobernar por sobre las leyes e instituciones, bajo el estandarte del odio y la arrogancia. En estos días del cumpleaños 237 del inmortal Simón Bolívar, los polluelos incubados por el franquismo y otros tintes, agredieron la estatua que rinde homenaje al hijo de Caracas en un parque madrileño. Pintaron grafitis denostantes a la memoria del Libertador, enrostrando su supuesta condición de traidor a la corona que su espada arrojó por los suelos, para siempre. ¿Traidor quien derrotó al mayor imperio y sus aliados hace 200 años, para reivindicar a su pueblo sumido en la ignorancia y la mayor pobreza? ¿El Héroe genial que liberó a un continente sojuzgado y expoliado por la satrapía que auspició el genocidio de más de 80 millones de nativos?
Contrario al persistente propósito de los criptonazis de afectar la figura y el legado del Genio de América, surgieron incontables respuestas, manifestaciones, indignación de pueblos y pronunciamientos confirmantes una vez más: Bolívar está vivo! en la vigencia de su pensamiento y la vitalidad de su sueño.
Los insultantes, un escaso grupo ciertamente, actuaron con sevicia en un espectáculo de jaquetonería sin percatarse que más que el odio y la ira, lo que exudaban desde el fondo de su felonía es intenso miedo, es el pánico de saber que 200 años después de infligir la más humillante derrota al imperio español y la Santa Alianza de entonces, el fuego libertario de Bolívar sigue inflamando las conciencias del continente y el planeta, vigilándonos esperanzado desde la “atalaya del Universo que pusieron las manos de la Eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes”.