Razones de supervivencia y familiares para un peregrinaje que repiten a diario, así le ha tocado a muchos tachirenses en esta época de pandemia
Freddy Omar Durán
Con el servicio de transporte urbano y suburbano totalmente paralizado, en un más rígido periodo de cuarentena, y escasas posibilidades de recibir una “cola”, se podría decir que la movilización de quienes no disponen de un vehículo particular, entre Capacho Independencia y San Cristóbal, se ha paralizado absolutamente.
Pero no es así, por muy variados motivos aún a costa de largas caminatas, no pocos se desplazan, y la supervivencia representa el principal alegato, uno difícil de objetar.
Así se corroboró en el comienzo de esta semana cuando apenas si los caminantes podían cruzar por el puesto de control de El Mirador, donde los vehículos no oficiales, y sin justificación aceptable tenían vedado el paso, mientras tanto a eso del mediodía cerca de la estación de servicio de Zorca Providencia esperaban algunos el aventón humanitario que nunca llegaba, muchos a sitios tan lejanos de ahí, como Capacho Viejo.
Tal vez el miedo ante un posible contagio no facilita las colas. Para las camionetas de lujo con todas las alcabalas abiertas y que pasan a gran velocidad por la carretera nacional, el mundo de los peatones extenuados no existe.
Alrededor de 3 horas de subida y un poco menos de bajada puede tomar ese trayecto a pie, soportable por cuerpos jóvenes y saludables, que no obstante también se resienten del esfuerzo. No obstante, son los representantes de la tercera edad, considerados población de riesgo ante la amenaza del covid-19, los que se empeñan en un peregrinaje largo, obligados ante todo por la necesidad.
Las casualidades de la vida y el vivir en un mismo municipio transformaron a Silverio Nieto y Ezequiel Ochoa en compañeros de andanzas. Saben que estaban advertidos de que el transporte urbano no operaria y, sin embargo, no por ello dejaron de cumplir con obligaciones que les requieren desplazarse bastantes kilómetros.
Ellos conocen perfectamente al riesgo que se exponen, y del anuncio hecho con antelación de que el servicio de transporte ha sido suspendido
–Vengo desde el Sambil, y me dedico al mantenimiento de equipos –afirmó el señor Nieto, de 68 años de edad-, porque yo con lo único que cuento es con la pura pensión, y 400 mil bolívares valen un paquete de café y uno de azúcar, eso es todo. Son dos fiebres que podemos sufrir durante esta cuarentena: una, la del coronavirus, y otra, la del hambre, que es la más brava.
— Yo digo una cosa: mientras los organismos oficiales tienen el transporte para movilizarse donde sea, y cuentan con su salario fijo, nosotros no sabemos qué hacer; ah, pero cuando necesiten de nuestros votos, sí nos movilizan, desde donde sea. De mí dependen mi esposa, mi hija y mis tres nietos -dijo-.
A su lado está alguien que también se echa el viaje de ida y vuelta entre Capacho y el Terminal de Pasajeros de La Concordia, todos los días, para vender productos de limpieza, y sin agregar más a lo dicho, asienta ante las declaraciones de los venerables señores.
—Desde la semana pasada ando en este trote. ¿Cuál es el problema de que al menos nos deje la buseta cerca de El Mirador? ¿Es que se le pega el virus a la buseta? Mientras controlen que no haya muchos pasajeros y todos lleven tapabocas… -expresó-.
Sugerencias como la anterior se vuelven comunes entre quienes necesitan el servicio del transporte; no obstante, y como han subrayado las autoridades, pese a las advertencias de cuidar de que no haya sobrecupo, cuesta mantenerse a raya y, además, de lo que se trata es de disminuir a como dé lugar la posibilidad de un contagio, lo que se logra con menos transeúntes por San Cristóbal, teniendo en cuenta las preocupantes cifras de afectado por covid-19.
Pero el señor Mora, de 76 años, tiene una razón de peso para bajar a la entrada de El Valle, sector apenas un poco más cerca de Capacho: su mamá, de 100 años. Prácticamente, la cuarentena lo puso al retiro en su oficio de chofer en el Terminal de Pasajeros, con una experiencia de 26 años en Expresos Alianza, y últimamente en la línea Panamericana. Afortunadamente, goza del respaldo de sus cuatro hijos.
—Esto es un martirio, un sacrificio para el ser humano que no puede salir. ¡Que nos tenemos que quedar en casa! Pues que nos lleven de comer a la casa. Ya uno no puede hacer nada. Nos tiraron a aguantar hambre. Día por medio vengo a ver a mi viejita, que tiene 100 años de edad. Cerraron el terminal; nos quedamos sin trabajo.
Muy cerca de ellos está Domingo Sánchez, quien carga 30 kilos en un bulto para abastecer su negocio, y como sea, y sobre cualquier advertencia, tres veces a la semana llega a San Cristóbal en busca de mayor economía.
—Yo vi bastante fluido el centro hoy, así no venga gente de otros municipios. Igual la gente va a salir a buscar el sustento para su hogar –narró-.
Por horas contemplan el transitar de los automóviles, con la esperanza de la buena fe de algún chofer; pero como ya ha demorado bastante, siguen su camino cuesta arriba…