Jessica y Karla, oriundas de Caracas y Barinas, respectivamente, arribaron hace más de dos años y medio a la frontera en busca de oportunidades, para sobrevivir ante la difícil situación económica que vivían en sus regiones de origen.
Una vez llegaron a la zona, aprovecharon el gran flujo de personas que viajaban hasta San Antonio del Táchira -algunas con intenciones migratorias, otras con el propósito de comprar mercancía en La Parada o Cúcuta- para vender refrescos, chucherías y café, en la Redoma del Cementerio.
“Nos iba muy bien; uno hacía también para mandarle a la familia. En mi caso, tengo cuatro hijos”, precisó Jessica mientras cargaba dos costales repletos de botellas de refrescos vacías.
Al disminuir drásticamente el tránsito de personas como consecuencia de la pandemia, ambas tuvieron que ingeniárselas para seguir obteniendo ingresos en una ciudad donde mermó, casi en su totalidad, la economía informal.
“Ahora recorremos todo el municipio para recoger las botellas”, resaltó Karla, para luego dejar claro que la gente, al verlas, suele apoyarlas con lo que tengan de plástico. “Nos lo regalan”, detalló.
A las 6:00 a.m., salen de sus casas para hacer las largas caminatas por la jurisdicción fronteriza. “Lo que hacemos es para pagar el alquiler y medio comer”, subrayaron las féminas desde el populoso barrio 5 de Julio.
Pasan las trochas una vez a la semana
De lunes a domingo, Karla y Jéssica se enfocan en su oficio. “Los domingos solemos pasar la trocha para vender el plástico en La Parada, en Colombia. Por cada costal nos dan entre 3.000 y 4.000 pesos”, aseguraron.
Aunque saben de las restricciones que hay y el riesgo que se corre frente a la pandemia, señalaron que no tienen otra opción. “Seguiremos cruzando las trochas”, enfatizaron.
Jonathan Maldonado