Luego de más de 20 días de haber recibido el resultado, Rojas asegura que al enterarse sintió que un balde de agua fría era lanzado a su cuerpo. En la actualidad luce tranquila, en el Pasiemu
Por Jonathan Maldonado
La fe inquebrantable de Johannys Rojas, de 44 años, está tallada en su mirada. Con su Biblia en mano, suele recorrer las áreas del Punto de Asistencia Social Integral Especial Municipal (Pasiemu), donde lleva más de 20 días aislada, tras haber sido informada que arrojó positivo a la prueba PCR.
Rojas laboraba en el Punto de Asistencia Social Integral (PASI) Escuela República de Cuba, cuando recibió la noticia. Allí trabajaba en la cocina, junto a otro grupo de damas que acude de manera voluntaria a las instalaciones para prestar sus servicios. “Cuando me confirmaron lo de la prueba, sentí que me caía un balde de agua fría por todo el cuerpo”, soltó.
“No sé cómo explicarlo, es demasiado fuerte. Tú piensas que te vas a morir, no más, hasta aquí. Pensaba en mi hijo, hija, mi esposo, mis nietos”, prosiguió Rojas mientras dejaba claro que durante las primeras horas no paraba de llorar y la depresión comenzaba a ganar terreno frente a su actual escenario.
Desde el principio no presentó síntomas, solo “decaimiento, nada más”. Detalla que la prueba se la aplicaron porque trabajaba en un PASI y, por seguridad, tenían que cerciorarse de que todos estuvieran sanos ante un virus tan escurridizo como el covid-19.
“Era para descartar porque, como sabes, ahí llegan los connacionales provenientes de diversos países, como Colombia, Ecuador y Perú. Entonces, a los colaboradores siempre nos aconsejan que debemos estar haciéndonos la prueba. En ese momento salimos dos contagiados”, aseguró
De inmediato, su esposo acudió a la institución para brindarle apoyo. “Llorando le digo, negro, no puede ser. Él me respondió, negra, quédate tranquila, nosotros vamos a salir de esta. Y entre los dos luchamos duro, fuerte”, rememoró la fémina al tiempo que puntualizó que al principio fue llevada al Punto de Asistencia Social Integral Especial Liceo Nacional San Antonio, donde estuvo cuatro días.
Una vez fue habilitado el Pasiemu, fue trasladada a este punto de uso exclusivo para los sanantonienses, funcionarios, médicos y demás trabajadores de la contingencia por la pandemia.
Salmos 21, 23 y 91
Aferrada a la palabra de Dios, Johannys Rojas halla el sosiego leyendo los salmos 21, 23 y 91. La mayoría de veces los comparte con sus compañeras de habitación. “Soy cristiana y entre todas oramos mucho”, señala quien ve el proceso de aislamiento como una experiencia que le ha permitido valorar más la vida.
“Dios nunca nos abandona, siempre y cuando estemos al lado de Él. Por eso, no dejo de leer la Biblia, la cargo conmigo para todos lados”, acotó para luego hacer énfasis en la necesidad de sacar lo mejor a cada vivencia, sin juzgar ni señalar.
Para la dama, el salmo 23 es uno de sus preferidos. “Dios es mi pastor y nada me faltará”, cita la corta frase que, día tras día, le da esperanza. “No podemos decaernos ni perder la fe en Dios, porque Él siempre va a estar ahí, para darle la mano a uno. Yo estoy esperando los resultados, luego del tratamiento, sé que ya estoy sana. Cuando digan que soy negativo, lo primero que voy a hacer es dar las gracias al Creador”, subrayó.
“Me he sentido en familia”
Su paso por el Pasiemu ha estado signado por la solidaridad y el compañerismo. “Desde el primer momento que llegué, me sentí en familia, ha habido una buena atención con nosotros; el alcalde, William Gómez, se ha portado muy bien con cada uno”, reconoció mientras agradecía el apoyo que ha tenido por parte de las autoridades.
Rojas destaca las atenciones que han recibido: “Nos dan el desayuno, el almuerzo y la cena”, indicó mientras nombraba los insumos que le han entregado: “ventiladores, colchones nuevos, kits de higiene, lámparas. Además han instalado duchas portátiles y televisión por cable. Y con mis compañeros, hemos sido unidos, hemos aceptado tal cual nuestras condiciones”.
Tres años en la frontera
Johannys Rojas es migrante interno. Salió de su estado, Aragua, hace ya tres años, en busca de mejores oportunidades. En San Antonio del Táchira vio la posibilidad de dedicarse a la economía informal, junto a su esposo. “Comencé vendiendo empanadas, arepa y café, en el área del sellado”, especificó.
12 meses después, con el cierre de los puentes por los sucesos del 23 de febrero, cambió de espacio y se mudó al terminal de pasajeros de la ciudad fronteriza, donde también se dedicó a la venta de empanadas y arepas.
“En el terminal trabajaba de madrugada: de 12:00 a.m. a 6:00 a.m. Después me puse a trabajar vendiendo comida rápida en el centro, siempre en compañía de mi pareja. Luego, cuando llega la pandemia, que no nos permitían trabajar como tal, todas las cosas se nos pusieron muy difíciles. Duré como dos meses sin trabajo, mi esposo no tenía nada que hacer. Pasamos muchas necesidades. Mi hijo, mi esposo y yo la pasamos muy fuerte”, lamentó.
Una amiga, cuenta, fue quien la incluyó en el PASI Escuela República de Cuba para que laborara en el área de cocina, donde espera volver una vez cumpla con todo el proceso de aislamiento. Su esposo e hijo también resultaron positivo. Esta semana ingresaron al Pasiemu. “Esto no es un juego, debemos tener mayor prevención y conciencia”, dijo.