La tarde del 11 de enero de 1960, Rodrigo Daza Porras, entonces sargento del Cuerpo de Bomberos de San Cristóbal, estaba en el techo de la basílica, combatiendo un gran incendio que se inició por la sacristía
Por Armando Hernández
Durante las labores de extinción de un gran incendio que el 11 de enero del año 1960 ocurrió en la basílica de Táriba, el entonces sargento del Cuerpo de Bomberos de San Cristóbal, Rodrigo Daza Porras, estuvo a punto de perder la vida, cuando el piso bajo sus pies cedió y en medio del fuego que estaba combatiendo cayó al vacío, desde una altura considerable, sufriendo lesiones de extrema gravedad que lo mantuvieron al borde de la muerte por más de diez días, logrando sobrevivir gracias a lo que considera un milagro de la Santísima Virgen de la Consolación de Táriba.
A pesar de la gravedad de lo ocurrido, Rodrigo Daza no dejó de ser bombero y siguió en la profesión, hasta alcanzar el rango de coronel y ocupar por más de diez años la comandancia de la institución. Pasa a retiro, en calidad de jubilado, tras más de treinta años de servicio en favor de la ciudadanía.
Fue un incendio terrible
El Cnel. Daza Porras recuerda con gran claridad lo que ocurrió ese lunes 11 de enero de años 1960. “Estaba en el cuartel de La Ermita, el único cuartel de bomberos que existía para la época en San Cristóbal, cuando a eso de las cinco y media de la tarde sonó la alarma”, dijo Daza. Al anuncio de “Prevenida la sección de guardia”, que es la voz que indica sobre un incendio, “todos corrimos y abordamos la unidad de combate de incendios, que arrancó inmediatamente con luces y sirena funcionando. No sabíamos con exactitud qué se estaba quemando, ni dónde, porque esa información solo la recibió el conductor de la unidad a través de la radio”.
Daza dice que en la medida que se acercaban a Táriba, observaban la gran humareda, que por sus dimensiones hacía presumir un gran incendio. “Nos sorprendimos al ver que era la basílica de nuestra amada Virgen la que ardía en llamas, y nos apresuramos a luchar contra el fuego”. Rodrigo recuerda que logró subir al techo de tejas y ubicarse sobre una columna de madera, mientras que el comandante de la institución, su hermano, Justo Pastor Daza Porras, se colocó a su lado, sobre una escalera. Desde allí comenzaron el ataque en el área de la sacristía, donde el fuego era realmente fuerte y ameritaba ser atacado, a un mismo tiempo, por varios flancos.
El piso se hundió bajo sus pies
Daza, con voz trémula y gran emoción, describe lo ocurrido. Un accidente terrible que casi le cuesta la vida. De pronto el piso se hundió bajo sus pies y cayó desde una altura considerable, entre el fuego y escombros. Después supo que su hermano, Justo Pastor, también había caído, pero sin mayores consecuencias, porque la escalera en que estaba amortiguó la caída. Rodrigo Daza quedó inconsciente. Sus compañeros lo trasladaron al hospital de Táriba, pero no existían equipos para atenderlo y fue remitido a la Clínica Los Andes, ubicada en la zona céntrica de San Cristóbal, donde fue hospitalizado. El diagnóstico fue sobrio. Fractura del cráneo, con pronóstico grave. Se mantuvo en estado de coma, por más de diez días batalló por su vida y logró vencer a la muerte. Para colmo de males, una enfermera le aplicó en un brazo una inyección que le provocó un trombo que degeneró en infección, siendo necesaria una intervención quirúrgica. Fue dura y difícil la recuperación, pero consiguió sobrevivir.
Explica que, transcurridos sesenta años de aquel terrible accidente, no sabe con exactitud lo que provocó el incendio; es posible que fuera por una vela que quedó encendida, se habla de un problema de electricidad y hasta se especula sobre un anafre, cuyas brasas fueron encendidas para el uso del incensario.
Incendio devastador
Según se recuerda, el incendio fue particularmente destructivo y solo la acción mancomunada de los bomberos, demás autoridades y fieles, evitó la destrucción de la basílica. Ejército, Guardia Nacional y Policía se unieron a la feligresía en las labores de extinción, y los bomberos de Cúcuta llegaron para ayudar ante la gran conflagración.
El fuego causó daños en los techos de la sacristía, un corredor, las capillas del Nacimiento y de la Santísima Trinidad. La gente, junto a los sacerdotes, logró sacar a la sagrada Virgen y todas las imágenes de la Iglesia; los ornamentos y la mueblería fueron llevados a la plaza Bolívar, Concejo Municipal y casas vecinas.
Días después, con la presencia del señor obispo diocesano, el gobernador del estado, decenas de sacerdotes y cientos de fieles, la Virgen de la Consolación fue sacada en procesión por las principales calles de Táriba, hasta el colegio Nuestra Señora de la Consolación, para agradecer a Dios por haber podido sofocar el gran incendio, durante el cual se observaron actos de heroísmo por parte de los bomberos, sacerdotes y fieles. Cada uno ayudando o tratando de salvar algo del voraz fuego. Daza describe el siniestro como bastante fuerte, porque había muchas cosas combustibles, madera, caña. El techo era de teja y había mucha caña brava, comenta luego.
Le agradece a la Virgen
Rodrigo Daza lo expresa con agradecimiento. “La Santísima Virgen de la Consolación salvó mi vida”. Narra que a causa del fuerte golpe que recibió en la cabeza, quedó sin sentido y en grave estado. “Los médicos esperaban lo peor, por la fractura del cráneo. Fueron casi doce días batallando por mi vida y logré salir airoso. El 23 de enero me dieron de alta y salí de la clínica por mi propio pie, para sorpresa de los médicos, que temían un fatal desenlace”, dice luego.
“Por eso creo y soy devoto de la santísima Virgen”, alega. Considera que forma parte de ese grupo de privilegiadas personas que, con la ayuda divina, han logrado superar momentos difíciles y obtener curaciones que parecían imposibles.
La historia nos reseña un caso similar, el 19 de agosto de 1690, cuando un grupo de trabajadores, bajo el mando del albañil jefe Juan Báez, colocaban las tejas en el techo de la capilla mayor y de pronto se hundió, arrastrándolos al vacío. Era víspera del Domingo de Ramos, y los trabajadores salvaron la vida, lo cual fue considerado como un milagro de la Virgen de la Consolación.
En mayo de 1875, un terremoto causó daños severos a la iglesia de Táriba. Pese a la destructiva intensidad, este movimiento telúrico no dejo víctimas, lo cual fue calificado como un milagro de la patrona del Táchira. El templo fue colocado entre los inmuebles destruidos totalmente por el temblor.