Jonathan Maldonado
A los virajes de la frontera, por los cierres de los pasos binacionales en diversas ocasiones, se suma el efecto ocasionado por la llegada de la pandemia. La informalidad, que había ganado terreno en los últimos años, se ha visto paralizada como consecuencia de las medidas tomadas para frenar la expansión de la covid-19.
La avenida Venezuela, en San Antonio del Táchira, es un ejemplo palpable. Esa arteria vial, antes del 14 de marzo, cuando Colombia decidió cerrar los puentes para evitar los contagios, se veía atestada de ciudadanos que iban y venían de Colombia, cruzando el puente internacional Simón Bolívar.
Los vendedores informales, por su parte, se desplegaban en diferentes puntos de la avenida para ofrecer sus productos. Muchos eran migrantes internos que, tras quedarse a vivir en los municipios Bolívar y Pedro María Ureña, optaban por engrosar la lista de personas inmersas en la informalidad.
La Parada, primera localidad con la que se tropiezan los venezolanos una vez cruzaban el tramo binacional, era otro punto abarrotado de ciudadanos venezolanos que se dedicaban a comprar cabello, vender refrescos, café, cigarrillos. Otros, entretanto, ofrecían sus paquetes para viajes a departamentos neogranadinos o países como Ecuador, Perú y Chile.
Esta imagen se mezclaba con el constante movimiento de ciudadanos que atravesaban el puente para comprar en Colombia productos de primera necesidad, algunos con objetivo de trabajo, otros con la intención de abastecer su hogar. Para ello, la mayoría dependía de las remesas de familiares en otras naciones.
“Da tristeza tanta desolación”
Yohana Camargo, de 39 años, lleva 14 años vendiendo productos en un kiosco de la Redoma del Cementerio. “Ha sido un poco duro, nos han tocado momentos difíciles, ya que a veces sí se puede abrir y otras veces no”, lamentó la dama, quien suele empezar la jornada a las 10:00 a.m. y a las 3:30 p.m. ya se está recogiendo para evitar estar en la calle durante el lapso que dura el toque de queda.
Camargo destacó que el cierre de frontera los ha limitado en todas las áreas, pues “siempre nos hemos necesitado de parte y parte”. Recalcó que para buscar los alimentos y medicinas en el vecino país, se ha vuelto muy cuesta arriba. “Los productos que vendo, algunos son venezolanos, otros colombianos”, puntualizó.
Aceite, café y azúcar son parte de los artículos con sello neogranadino que están exhibidos en su local. Asevera que la mayoría de clientes suele pagar en pesos y aclara que quien desee cancelar con bolívares, también puede hacerlo. “Ahorita se está utilizando es esa moneda, la colombiana, pues nos permite trabajar con mayor tranquilidad”, dijo.
“Hoy llegaron los uniformados (jueves), y como les dije que vendía productos de primera necesidad, me dejaron seguir con mis labores, situación que no pasó con mis compañeros, quienes se vieron obligados a cerrar”, enfatizó Camargo mientras calificaba de injusto lo sucedido.
Igualmente, lamentó la desolación que se ve en las calles de la Villa Heroica, como también se le conoce a San Antonio del Táchira. “Antes llevábamos la etiqueta de la frontera más viva de Latinoamérica. Da tristeza ver todo esto. Sería muy bueno que entre los dos países hablaran, establecieran esa armonía que tanto se requiere”, añadió.
“Ahora soy mototaxista”
Gustavo Salazar, de 50 años, lleva el mismo tiempo de la pandemia como mototaxista. Antes se dedicaba a la marroquinería, pero el virus trastocó el panorama y lo empujó a buscar una alternativa que le permitiera seguir llevando el sustento a su hogar.
“La crisis de la pandemia me hizo ser mototaxista. Ha sido una experiencia que me ha permitido ganar solo para comer, ya que la gente no tiene casi dinero para pagar un carrera”, destacó el progenitor al tiempo que manifestaba su preocupación por la situación de la actividad económica: “todo se ve cerrado”.
Antes del cierre de los puentes por la pandemia, el escenario, para Salazar, era mejor. Ese flujo migratorio pendular se convirtió en la panacea de muchos, ya que solían vender sus productos entre ese gran grupo que transitaba por las principales vías, en especial la avenida Venezuela, que conecta con la aduana principal.
“Somos dos países hermanos y deberían abrir la frontera, con todas las medidas que sean necesarias ante el virus”, manifestó para luego estimar que, en lo que resta de año, la situación no va a mejorar por el coronavirus.
Panadería: Su motor para seguir
Jaclyn Contreras, de 39 años, tiene casi un lustro con su panadería. La instaló en un espacio de su casa, lo que evita pagar alquiler. “Al principio pusimos una quincallería, pero con el tiempo no pudimos seguir, ya teníamos que comprar cosas en San Cristóbal y la situación de la moneda cambió mucho”, destacó.
Sus padres han trabajado en el mundo del pan, lo que les facilitó el negocio, pues ya contaban con el conocimiento y los instrumentos para llevar a cabo el oficio. “Al comienzo fue muy complejo, ya que nos ha tocado traer la materia prima de Colombia, y segundo, la cuestión con la luz nos limitaba mucho. Ya casi no la quitan”, remarcó.
Contreras dijo que su principal dolor de cabeza, como dueña de su negocio, es el gas. Aseguró que se ha visto en la necesidad de repagarlo. “Una bombona de 18 la compramos en 60.000 pesos, y si no la conseguimos en el pueblo, nos toca pasar al lado colombiano y adquirirla, pero rinde menos”, subrayó.
“Las ventas han subido un poco porque tenemos precios accesibles. El pan canilla, por ejemplo, lo vendemos en 500 pesos; el pan azucarado y el de leche a 1.500 pesos; galletas en 100 pesos. Optamos por hacer tortas, de 6.000 y 8.000 pesos, salen bastante. La de medio kilo vale 15.000 pesos, solo decorada por encima con crema de mantequilla”, especificó.
Aunque su panadería la tiene en su hogar, aclaró que la maquinaría sí la tiene en un local donde debe pagar alquiler. “Son máquinas alemanas y son muy grandes, todas heredadas de mis padres. Mi familia, 16 integrantes, está involucrada en este oficio”, señaló.
La dama usa la palabra triste para calificar lo que se vive en la frontera. “Ahorita se gana es para comer, mas no para progresar. Creo que los cierres que se han dado en los puentes, desde el 2015, han ocasionado parte del declive. Solo hay que ir al centro de la ciudad y ver el panorama. Es bravo lo que estamos viviendo”, agregó.
Jonathan Maldonado