Negocios quebrados, incremento del desempleo, pasos ilegales, proliferación del buhonerismo, migración interna en busca de otras alternativas, son parte de las consecuencias en cinco años del cierre de la frontera más activa de Latinoamérica.
Por Bleima Márquez
“Fue un golpe muy duro para quienes hacemos vida en la frontera, porque hubo un tiempo en el que se trancaron prácticamente las operaciones comerciales, como la importación, exportación y tránsito aduanero. Estas actividades se cerraron totalmente y quedamos prácticamente sin hacer nada”.
Así lo señaló Manuel Hernández, residente de San Antonio del Táchira y dueño de una importadora que cerró porque, al igual que a otros comerciantes, la reserva económica que tenía fue mermando poco a poco.
Para Hernández no fue fácil. A medida que la situación apretaba tenía que tomar decisiones. “En mi caso, hubo que empezar a despedir personas porque en realidad ya no era posible mantenerlas. Los ingresos no eran iguales, se habían reducido mucho”, lamentó.
Aliviaron la carga
En el 2017 se dio una pequeña apertura -recordó Hernández-. Después de haber cerrado casi un año las actividades aduaneras, abrieron el puente y permitieron la circulación para importaciones desde Colombia, de lunes a jueves, y otras veces hasta el viernes, en horas de la noche, entre las 7:00 y 11:00. “Esto alivió un poco la carga de los empresarios”, dijo.
Esa nueva modalidad les dio un pequeño respiro. Pero no era lo mismo que cuando la frontera estaba abierta a plenitud, porque del 100 % solo había un movimiento del 40 %, y los ingresos eran equivalentes a esa relación.
“Solamente para pagar alquiler, papelería y algunos empleados que quedaban, además del sueldo de quienes estábamos al frente de la agencia de aduanas. Pero no era lo mismo de antes, cuando estaba abierta a plenitud”, recordó.
Hernández consideró que el incidente que propició el cierre de la frontera no era suficiente para tomar una decisión tan fuerte, como la de cortar los lazos históricos, económicos, familiares y sociales que existen con Colombia. “No era para que el Gobierno hubiese tomado esa decisión tan estrepitosa, que ahora ha generado problemas mayores”, apuntó.
Show político de Guaidó
De acuerdo con lo dicho por Hernández, del 2017 hasta enero de 2019 se abrió la frontera, de 7:00 a 11:00 de la noche, y permitió algunas operaciones de importación de Colombia hacia Venezuela. Esto pudo aliviar un poquito la carga, aunque no lo suficiente.
“El show político desastroso que montó Guaidó fue un error garrafal, porque pusieron los contenedores y cerraron totalmente el paso por los puentes internacionales. El comercio de carga, el internacional. Nos quedamos sin nada”. precisó.
Luego de ese sombrío episodio, los importadores y exportadores debieron despedir gente. “Esto lo afecta psicológicamente a uno y a la familia. Por ejemplo, en un principio teníamos alrededor de ocho empleados, quedamos reducidos solamente a cuatro y luego trabajando solo tres personas, porque en realidad, a pesar de los esfuerzos, no se pudo”, aseveró.
A juicio de Hernández, “el concierto y el intento de ingresar una ayuda humanitaria fueron errores graves”, porque no midieron las consecuencias políticas ni económicas.
“Ese acto político no tuvo ningún efecto a nivel nacional. No lograron absolutamente nada, no tenía objetivos claros. Si era por sacar al Gobierno, por qué no hicieron la entrada de la ayuda humanitaria por La Guaira, que queda más cerca de Caracas. Desde aquí no iban a tumbar al Gobierno”, reiteró.
Con molestia, recordó que como consecuencia de esas acciones irresponsables, el Gobierno instaló contenedores en el puente. “Allí sí terminó todo, se acabaron las almacenadoras, las agencias de aduanas, se entregaron locales. Usted viene a San Antonio y Ureña y ve gran cantidad de locales cerrados”.
Recordó que entre San Antonio y Ureña había al menos unas 200 auxiliares de la administración aduanera y tributaria, entre transportes internacionales, agencias de aduanas, operadores logísticos y las almacenadoras. “Después que colocaron los contenedores, hasta luego, hubo que bajar las santamarías, y más nada”.
Partiendo de su experiencia, Manuel Hernández piensa que fue un gran error lo hecho el año pasado con la ayuda humanitaria. “A la final no llegó, no lograron entrar; y lo que consiguieron fue exponer al pueblo a una masacre; gracias a Dios, no pasó de ahí”, precisó.
Además de las fuertes repercusiones, cerraron totalmente el paso por el puente y como consecuencia había que pasar por las trochas o caminos irregulares. “En las llamadas trochas se ven muchísimos motorizados, taxistas y trabajadores, precisamente porque se vivía y sigue viviendo del intercambio comercial con Colombia, y esto no lo puede evitar absolutamente nadie, incluso ningún gobierno”.
Comercio informal
Pero no solamente el comercio legalmente establecido se vio perjudicado con el cierre del puente internacional Simón Bolívar, también un nutrido número de personas que se han dedicado al comercio informal, actividad económica que genera el sustento de muchas familias.
Ahora el comercio informal funciona día y noche, es la forma de sobrevivir. Luego de ese capítulo que generó el cierre total de la frontera, el paso por las trochas se hizo normal y ahora, con las medidas para evitar la propagación de la pandemia, pareciera haberse incrementado.
Pero los efectos nefastos de esto cinco años no se sintieron solamente en los municipios fronterizos, son como un eco que llegó a la totalidad del Táchira e incluso más allá. Cientos de familias que vivían del intercambio comercial migraron a otros poblados para tratar de sobrevivir.
Tal es el caso de Alexánder Jiménez y Lucero Hoyos, una pareja que tiene un hogar conformado por cinco hijos. Ellos viven en el barrio Marco Tulio, una populosa comunidad de San Cristóbal, y siempre han trabajo por su cuenta.
La crisis económica del país los obligó a buscar nuevas plazas para el comercio informal, por eso decidieron probar en Cúcuta – Colombia, donde vendían frutas, verduras y hortalizas. Esta pareja contó que todos los días, muy temprano, viajaban desde San Cristóbal hasta el vecino país. “Compraba frutas y las vendía allá, en la Sexta”, afirmó Jiménez.
Cuando cerraron la frontera, en el año 2015, Alexánder y Lucero no pararon de trabajar, continuaron con la actividad económica que les garantizaba el sustento de su familia, pero atravesar la frontera era cada vez más complicado porque se vieron obligados a pasar por las trochas o caminos irregulares. “Nos vimos muy afectados o, mejor dicho, nos neutralizaron”, comentó Jiménez
Cuando en el 2017 permitieron el paso peatonal por el puente internacional Simón Bolívar, esta pareja cruzaba caminando con mercancía a cuestas, pero lograban llegar y ganarse la vida. Luego se fue complicando y decidieron llegar a su destino atravesando los caminos irregulares.
Para Alexánder y Lucero, la llegada del COVID-19 entorpeció aún más el trabajo informal, “porque en Venezuela y en Colombia cerraron todo”. Fue entonces cuando tomaron la decisión de mudar su negocio a la misma ciudad donde siempre han vivido y formaron su familia.
Decidieron recorrer las calles de la capital del Táchira, ofreciendo frutas y verduras, porque pensaron que ubicarse en las inmediaciones del mercado Los Pequeños Comerciantes no era la mejor opción. “Allí, en el mercado, no hay movimiento de nada y menos ahora que con esta pandemia cerraron todo”, indicó Alexánder.
Aseguraron que cuando trabajaban en Cúcuta obtenían mejores ingresos y ahora solo alcanza para subsistir. “Con las ventas hacemos lo de la papa, lo del día a día”, afirmaron los dos, pero son optimistas y piensan que esta crisis será superada y podrán trabajar con mayor holgura para salir adelante.