Eliseo Suárez Buitrago
Hace relativamente poco tiempo escribí, para este importante diario, un artículo titulado Educación, salud y trabajo, y apuntaba allí que sobre este trípode se apoyan el bienestar socioeconómico y cultural de una sociedad y de cualquier país que aspiren desarrollarse armoniosamente para lograr importantes riquezas tangibles e intangibles.
Este referido trípode tiene la particularidad de no estar conformado, como los otros, por rígidas estructuras físicas sino por la acción humana pues son las personas mismas quienes cumplen las tan importantes actividades de educar, procurar la salud y trabajar. La primera de ellas, la educación, es el soporte esencial que se inicia en el hogar, si es un buen hogar, y continúa con la escolaridad prolongándose hasta lo académico y profesional, sin importar fecha ni edad que le pongan fin a tan importante actividad formativa.
Pero también, aún sin aulas ni escolaridad, o sea informalmente, durante toda nuestra existencia podemos aprender, adquirir más y más conocimientos, y cumplir la tarea pedagógica de enseñar. Pues, la propia vida y el mismo comportamiento humano son escuelas que sabiéndolas conducir son ricas fuentes de enseñanza-aprendizaje y, por lo tanto, de enriquecimiento y superación cultural.
Indudablemente, la educación no es una simple inquietud de los seres humanos, sino una de las más importantes necesidades para convivir en la sociedad, y constituye el más sólido pilar del aludido trípode. Con buena educación y la mejor formación profesional podemos emprender los mejores caminos que nos conduzcan a alcanzar éxito en cuantas actividades nos propongamos. Ciertamente, la educación formal, planificada e integral es indispensable para llevar una mejor vida, para trabajar y producir, la necesitamos, pues, en todo y para todo, razón por la cual debemos considerarla como sagrada.
La Constitución vigente venezolana en los artículos 102 y 103 establece normas al respecto: “la Educación es un derecho humano y un servicio público”, y agrega, “corresponde al Estado asumirla como función indeclinable”. A propósito de estos mandatos, cabe una interrogante, ¿el régimen que actualmente ejerce el poder en Venezuela estará cumpliendo cabalmente estas obligaciones? Lamentablemente, la respuesta es negativa. Pues desde hace un buen rato la educación venezolana ha estado y sigue estándolo en su peor momento.
El año escolar recién finalizado fue atípico, incumplimiento de los contenidos programáticos –sin echarle toda la culpa a la pandemia- pues, alegremente y sin motivos que lo justificaran se dieron innecesariamente días libres (como para caer simpático, sin caer en cuenta del daño que con ello se ocasionaba). También, muy buenos docentes ante la inestimable situación económica que confrontaban se vieron obligados a buscar vida fuera del país. Las carencias en los servicios públicos y la triste situación socioeconómica provocadas ha afectado poderosamente la calidad de la educación y la vida en general. Con hambre y sin buena salud es imposible rendir provechosamente en las tareas educativas ni en las otras labores. (Volveremos . . .)