Con una túnica blanca, Sandra Signarsdotter recorre la nave de la iglesia Gustaf Vasa en Estocolmo para saludar a los feligreses, un ritual que cumple desde su ordenación y una escena conocida para los fieles de la Iglesia de Suecia, donde ya hay más sacerdotisas que sacerdotes.
En el país nórdico, a menudo presentado como mensajero de la paridad y donde los ministros del culto de la Iglesia de Suecia tienen el título de sacerdote, las estadísticas son claras: desde julio, el 50,1% de los sacerdotes son mujeres, frente a un 49,9% de hombres.
Es «probablemente» la primera Iglesia en el mundo que actualmente cuenta con más sacerdotisas que sacerdotes, estima el Consejo Ecuménico de las Iglesias.
En la Iglesia luterana de Suecia, que cuenta con 5,8 millones de miembros en un país de 10,3 millones de habitantes, las mujeres «están aquí para quedarse», asegura Sandra, ordenada sacerdotisa hace seis años. Desde 2014, es además una mujer la que está a su frente, Antje Jackelén.
En Gustaf Vasa, ante una escasa audiencia, «este domingo, el servicio será oficiado por tres mujeres», señala Signarsdotter, de 37 años.
Fue en esta imponente iglesia blanca en el centro de la capital sueca donde una mujer, Anna Howard Shaw, una pastora metodista sufragista estadounidense, predicó por primera vez en Suecia.
Fue en 1911, con ocasión del congreso internacional de mujeres, y mucho antes de que fuesen autorizadas a convertirse en sacerdotisas en la Iglesia luterana sueca, un derecho obtenido en 1958.
«Los hombres no le permitieron subir ahí», cuenta Sandra, señalando con el dedo el púlpito de mármol sobre ella. «Solo se le permitió estar abajo», abunda, situándose en medio del altar.
Un lugar con gran simbología, donde este domingo el sermón lo pronuncia Julia Svensson, una estudiante en teología de 23 años, cuya mentora es Sandra. La joven, algo tensa, subirá al púlpito.
La feminización de la profesión se ve desde la universidad. Las mujeres son cada vez más numerosas en los cuatro años y medio de estudios que se requieren antes de ser ordenadas.
Los protestantes consideran que el sacerdote es un experto, un teólogo, que ejerce un ministerio y no un sacerdocio, al contrario de la visión de la Iglesia católica, que se opone a la ordenación de mujeres.
«El rol del sacerdote hoy ya no es lo que era antes, reviste otras exigencias sobre […] la creatividad, la capacidad para gestionar numerosas situaciones diferentes», explica Sandra.
«Aún queda mucho camino»
Consecuencia inesperada de esta feminización: las ventas de la estilista Maria Sjödin, apreciada por las mujeres sacerdotisas, nunca han sido tan buenas.
En su taller de la periferia sur de Estocolmo, la diseñadora recibe a una sacerdotisa, una clienta fiel.
Maria Sjödin comenzó por casualidad en el negocio de ropa para sacerdotes y pastores. Un día, su hija le presentó a su nueva amiga, cuya madre es sacerdotisa.
«Me preguntó si podía confeccionarle una camisa de sacerdote, pues no le gustaba la […] de hombre que debía llevar», recuerda. Esta pieza es aún hoy una de las más solicitadas.
En la Iglesia, la paridad no es salarial y las sacerdotisas ganan de media 2.200 coronas (213 euros; 252 dólares) menos al mes que sus pares masculinos, según el diario especializado Kyrkans Tidning.
Igualmente son escasas las mujeres que llegan a puestos clave: de las 13 diócesis solo cuatro están dirigidas por mujeres.
«Aún no hemos logrado la igualdad», lamenta Sandra. «Aún queda mucho camino», asegura.
A su lado, Julia insiste: «Para mí, no hay Iglesia sin representatividad». Si ha elegido ensayar con Sandra, es porque se reconoce en su «voluntad de cambiar las cosas».
Tras un momento de silencio, Sandra rompe el hielo: «Un día, un compañero me dijo ‘que trasero tan bonito tienes'». «Incluso como sacerdotisa, sigo siendo vista como un cuerpo», deplora.
Pero aún alberga la esperanza de que la institución se libere «de las estructuras patriarcales de la sociedad», un objetivo que persigue a diario.
AFP