Duró encerrado, aislado, en una habitación, 22 días. Para él, la primera semana es la más difícil, “porque duele mucho el cuerpo. En las noches era lo más fuerte, me ataca mucho dolor de cabeza, garganta, músculos, no me daba sueño”
Por Miriam Bustos
“Yo al principio no tomé las medidas, no le paraba mucho al covid-19, y en la oficina donde trabajo como tanatólogo o preparador de muertos en Santiago de Chile, atendía a la gente, sin siquiera usar tapaboca. Gracias a Dios ya estoy recuperado”, narra Rafael Andrey Cañas Anndersen.
Entre sus metas no estaba migrar, pero el amor por su pareja lo llevó al Ecuador, donde casi de inmediato la relación terminó. En este punto, debía decidir. Regresar a Venezuela, no era opción, pues vendió casi todo para costear los pasajes de ambos a ese país. Se armó de coraje y partió a Chile, donde finalmente, hace casi 2 años, resolvió vivir solo.
Al igual que muchos venezolanos, Rafael se estrelló con la realidad de ser migrante. Luego del desamor que lo lanzó a Chile, con tristeza y amargura conoció quiénes realmente eran amigos y quiénes fingían serlo. En noviembre de 2018, apenas llegó al terminal de Santiago, una amiga de su mamá que se suponía que lo buscaría, lo dejó a la buena de Dios. Ahí supo que estaba solo.
Resolvió. Entre su directorio telefónico halló a un amigo funerario al que le había enseñado a preparar cadáveres, y éste le echó la mano. Lo albergó donde estaba viviendo, una funeraria abandonada.
“En Venezuela yo estaba acostumbrado a comodidades, a la independencia económica, pero en ese momento estuve tan agradecido. Teníamos pocas comodidades, dormíamos los dos en un colchón inflable, que a la media hora ya estaba sin aire –ríe Rafael-, y nos bañábamos con el agua del lavamanos. Esos primeros 14 días comíamos pan con natilla al desayuno, almuerzo y cena…fue difícil. Son cosas que mi familia en Venezuela no sabe, lo sabrá ahora, pero de verdad no quería preocuparla”, recordó.
Los siguientes meses la situación no cambió mucho. Tuvo varios empleos. En algunos fue víctima de xenofobia, pero continuó.
Su propósito era trabajar en una funeraria como “preparador de muertos”, y finalmente, en febrero del año pasado lo logró, en una muy cotizada de Santiago de Chile.
El destino se confabuló para que así ocurriera, luego de muchos obstáculos. Después de mes y medio “como cosas de Dios”, ante la renuncia del tanatólogo de esa funeraria, Rafael asumió el cargo.
Vive en la misma funeraria, en una cómoda habitación que le habilitaron. Pero, fue también allí donde contrajo el temido coronavirus. Junto con él, otras seis personas de la empresa, incluyendo a la hija del dueño, que estuvo varios días en UCI.
Enfermé, pero no temía morir
“Fue hace como dos meses que nos contagiamos. Aunque a los fallecidos por coronavirus los entregan en bolsas selladas, pudo haber sido los familiares de los muertos, los que nos contagiaron. Yo al principio no tomé las medidas, pero gracias a Dios ya estamos recuperados”.
—Duré en mi habitación, encerrado 22 días. La primera semana es la más difícil, duele mucho el cuerpo. En las noches era lo más fuerte, me ataca mucho dolor de cabeza, garganta, músculos, no me daba sueño. Gracias a Dios no me dio fiebre ni malestar para respirar, Mis jefes me enviaban la comida a la habitación. No sentía miedo de nada, la verdad no le tengo miedo a la muerte. Pero le daba gracias a Dios que me dio acá y no en Venezuela.
Narró que sus jefes se portaron muy bien. “Del mes, no trabajé 22 días y de igual forma me pagaron el mes de sueldo. Lo mejor de emigrar ha sido entrar a esta empresa. Mis jefes me hacen sentir como en familia, con ellos no he sentido nunca la palabra discriminación”.
Dijo que ahora el personal de la empresa está muy protegido. “Para casos de Covid, usamos trajes especiales, botas de seguridad antifluídos, mascarilla de doble filtro 3M, lentes, overol multiusos, un overol desechable y tres pares de guantes, porque es en tres fases que manipulamos los cuerpos, el último par se queda en el féretro. Posteriormente nos desinfectamos con amonio cuaternario. La urna sella y se forra con una especie de Envoplast, pero de mayor tamaño. Eso se hace tanto por seguridad propia como de los demás”.
Las leyes chilenas no permiten la “preparación de cadáveres”; sin embargo, hay funerarias, como la que trabaja Rafael, que ofrecen ese servicio, para complacer las necesidades de sus clientes, sobre todo, de otras nacionalidades. Tal como ocurrió con un ciudadano del Medio Oriente, cuyo cadáver preparó para preservarlo por mes y medio, sin que se descompusiera.
Es decir, sí se hace, pero a escondidas. Ni siquiera permiten colocarles algodones en la nariz o sellarles los ojos con pegamento a los fallecidos. Prepararlos, es un delito.
Regularmente, salvo casos especiales, el precio por preparación de cadáveres es de 120 mil pesos chilenos. Tras introducirles el formol y extraerles los fluidos, bañan los cuerpos, los desinfectan, los visten, maquillan y pasan a las urnas para que la familia los vele entre 24 y 48 horas. Esa labor le lleva a Rafael entre media hora y 2 horas.. En el caso del ciudadano oriental, fueron 2 días de trabajo. Desde el inicio de la pandemia, las funerarias suspendieron este servicio.
Rafael no tiene un ritual cuando inicia el trabajo en los cadáveres, pero al finalizar, se persigna. “Trato a todos con respeto porque sé que estoy preparando a un ser humano”. Confesó que no les teme a los muertos, pero contó que algo muy extraño le pasó cuando no podía cruzarle las manos sobre el pecho, a un difunto.
“No he tenido sustos, pero con este señor pasó que no podía mantenerle las manos cruzadas, se soltaban cada vez que lo hacía. Una abuelita que vio lo que pasaba se acercó y me dijo: ´puede ser que mi esposo esté esperando a mi hija´. Y efectivamente, cuando la hija llegó, le pidió la bendición, y ella misma pudo cruzarle las manos. Otra cosa que me ha pasado es que, con ciertos cuerpos, es como si me absorbieran la energía. Termino muy agotado, me debilitan, y eso que apenas los preparo en media hora”.
“El primer vuelo, lo agarraría yo”
A pesar de estar estable y de estar haciendo lo que le gusta, Rafael “Cachorro” Cañas, confiesa estar “como cansado” de preparar cadáveres. Revela también que “si en Venezuela hubiera un mínimo cambio, no lo dudaría, agarraría el primer vuelo a mi país. He llorado. Me hace mucha falta mi abuela. Extraño a mi familia, a mis amigos, sobre todo los diciembres me pegan mucho, como nadie tiene idea. Aquí en Chile esos días son súper apagados. La cultura es diferente. Claro, es algo muy personal lo que estoy diciendo, pero es lo que siento. Lo único que me haría quedar, es que consiguiera el amor de mi vida, pero como no lo estoy buscando, no creo que suceda”, reflexionó jocosamente sobre el último comentario.
El Cachorro Cañas
En San Cristóbal, estado Táchira, Rafael es ampliamente conocido. Sus más cercanos lo llaman “Cachorro”. A sus 30 años, es uno de los tanatólogos más conocidos y capacitados del país, y es no es para menos, ese “lidiar” y manipular cadáveres lo lleva en los genes. Su padre ha estado en este trajinar casi 40 años y logró hace 16, tener su propia empresa funeraria, la “Génesis”.
Como todo padre, el de Rafael quería que hiciera una carrera universitaria, pero al notar que a “Cachorro” sólo le apasionaba ese mundo, sobre todo el de “arreglar muertos”, lo apoyó, con la condición de que se preparara para que fuera el mejor. Aún adolescente, Rafael dejó sus estudios en la Ucat, viajó a Medellín, Colombia y se capacitó en Tanatopraxia (conjunto de prácticas que se realizan sobre un cadáver desarrollando y aplicando métodos tanto para su higienización, conservación, embalsamamiento, restauración, reconstrucción y cuidado estético del cadáver, como para el soporte de su presentación).
Al regresar, dictó talleres en varios estados del país. Empezó a conocerse en Táchira, y otras funerarias requirieron sus servicios. Su primer trabajo, a los 16-17 años, fue un sacerdote.
“Fue el primer cuerpo que preparé solo… me acuerdo como si fuera hoy. Recuerdo que llegué a la funeraria Paolini, y la familia del cura no creía que yo era el tanatólogo. Todavía guardo de recuerdo, una lágrima de él”, contó “Cachorro” desde Santiago de Chile.