Tomar la decisión de emigrar es un paso valiente, así como enfrentarse a los desafíos y adversidades que esa determinación trae consigo. Han sido cientos de miles los jóvenes universitarios que dejaron sus estudios en Venezuela en busca de mejores condiciones de vida dada la situación de su patria, como la hiperinflación. Ahora en tiempo de pandemia por las circunstancias de cuarentena en todos los países, se acentúa el reto, y pesa más estar lejos de casa y de la familia.
Jesús Eduardo Contreras Rivas cursaba el octavo semestre de Ingeniería Industrial en la Universidad Nacional Experimental del Táchira. En el 2017 tomó una decisión que cambiaría radicalmente su existencia: emigrar. “Quería una mejor calidad de vida, sin inseguridad, con servicios básicos que funcionaran, y para mi crecimiento personal”, es parte de lo expresado por el joven, quien a la par de estudiar, trabajaba, y pese al apoyo de su familia, sus ingresos ya eran insuficientes en aquel entonces para el pago de la residencia estudiantil y los alimentos. La hiperinflación crecía.
Al principio, no fue sencillo, cuando Jesús Eduardo Contreras llegó a Quito tuvo en frente un panorama totalmente desconocido, inició como vendedor informal, había dejado el campus universitario por el entorno de una ciudad donde la pauta era sobrevivir, lejos de sus familiares. Su tenacidad lo llevó a superarse, hasta posicionarse actualmente como subchef de un restaurante.
Una nueva responsabilidad en la pandemia
Los inicios de Jesús Eduardo Contreras en Ecuador, conforme fue avanzando el tiempo, estuvieron marcados subsecuentemente por empleos inestables y subpagados, mientras se daba la regularización de los documentos legales. Luego mejoró, pero vino un nuevo giro, “después de un mes de conseguir un empleo donde me pagaban lo justo por las horas trabajadas y con todos los beneficios de ley, llegó la pandemia”, dijo el joven. El horizonte cambió como nunca antes.
La cuarentena hizo que el local de comida donde laboraba Contreras lo convirtieran en cooperativa, pues los dueños ya no tenían cómo pagar sueldos. Redujeron los contratos a medio tiempo, para no perder la continuidad con el Seguro Social, y se ganaba de acuerdo a las pocas ventas, todo en un país que llamó la atención del mundo por las muertes a causa de la covid-19 en algunas de sus ciudades, como en Guayaquil.
En la crisis más grande, la responsabilidad de Jesús Eduardo era mayor, pues iniciando su estadía en Quito se reencontró con Génesis, una amiga del Táchira, al tiempo empezaron a salir. Sus soledades lejos de Venezuela se unieron en una compañía de amor, de equipo, que ya está por cumplir tres años. Fue el florecimiento de la alegría después de un invierno espinoso en la transición de un país a otro, y dio frutos, porque de esa unión recientemente nació el pequeño Cristopher.
Ahora con una compañera y un bebé que atender y alimentar, la vida de Jesús Eduardo era otra definitivamente. En el restaurante, por el estado de excepción no tenían un salario fijo, los primeros meses de la pandemia llegaron a ganar muy poco y con el pago del alquiler, los servicios, y todas las necesidades y requerimientos del niño, fue una situación cuesta arriba. Él y Génesis, precavidos, emplearon sus ahorros y pudieron solventar ese panorama.
No todos contaron con la misma suerte. Amigos de la pareja perdieron sus trabajos en la radicalización de la cuarentena en Ecuador. Algunos conocidos se dedicaron a hacer repartos a domicilio por medio de las aplicaciones para ello, por lo que pudieron salir adelante; “otros, no con las mismas posibilidades, la pasaron mal, pero siempre buscando alternativas para sobrevivir a la pandemia”, explicó Contreras.
Familia y expectativas
El entorno familiar siempre va a estar presente en la mente y los corazones de los que han tenido que partir de Venezuela. Por años, fechas como cumpleaños y Navidades, o incluso eventos penosos como los sepelios, se han caracterizado por ausencias debido a la situación. Jesús Eduardo y su nueva familia mantienen el contacto con Venezuela.
“Es difícil, a veces no han pasado ni 15 minutos de una videollamada y se les va la luz”, explicó Contreras, y alegó que también teme algún contagio por parte de sus familiares en esta época del coronavirus, por el estado de la situación hospitalaria de su país natal.
Los abuelos de Cristopher lo han visto desde el nacimiento, de manera virtual. Ellos son parte de las incontables familias venezolanas que nunca han podido tocar o besar a sus parientes nacidos en otras tierras. Incluso, ¿cuántos deseos de un abrazo a los que partieron se ven diluidos a través de la distancia? Solo Internet hace que una pantalla sea la ventana para la interacción, en una nación donde los cortes de electricidad y las fallas de las telecomunicaciones son el pan nuestro de cada día.
Sobre la pandemia, Jesús Eduardo Contreras espera que pase pronto, mientras, exhortó a cuidarse respetando las medidas de bioseguridad y distanciamiento social. Respecto a su país, anhela que se solucione todo, para poder regresar y abrazar a sus padres, a su familia, y que todos conozcan personalmente al nuevo integrante de ese linaje, el bebé Cristopher.
Aulas de clase en Venezuela por horas de duro trabajo en Ecuador. La vida de un estudiante con responsabilidades, pero también esparcimiento, por la existencia de un compañero de vida y ahora también padre de familia. Con retos como una pandemia mundial que sopla de manera huracanada en contra del camino a seguir. Esa es la experiencia de Contreras.
Jesús Eduardo es el vivo ejemplo de muchos jóvenes a los que les tocó vivir una crisis que obligó a cambiar metas y sueños por mejores condiciones de vida en otras naciones. Venezolanos de bien, trabajadores, que se esfuerzan fuera de su patria para reinventarse y crecer, llevando a su tierra y a su familia presentes en sus memorias y sentimientos, con la esperanza de mejores tiempos por llegar, y el deseo de un abrazo, o un “te quiero” presencial, para los seres amados que tuvieron que dejar atrás.
Por: Juan José Contreras