Carlos Orozco Carrero
La noticia se regó como pólvora por el pueblo. ¡Se está falseando el puente de la quebrada de San José, señores! –¿Cómo es eso, amigo? El alboroto cundió entre todos y eso trajo la preocupación de los habitantes de la bella aldea. ¿Se imaginan ustedes que ese puente llegue a caerse? De inmediato salió una comisión de expertos en falseo de puentes a revisar el daño comentado en La Grita entera. Efectivamente, en la parte baja de la estructura se notaba una enorme grieta, producto de una fuerza interna que empujaba desde abajo y amenazaba con sacar de cuajo la parte que conduce al Camino Real. Los de la comisión llegaron con cara seria y de preocupación para dar la impresión de conocimiento en ingeniería de puentes. Claro, la gente se alborotó y un remolino de guelefritos estorbaba la inspección profesional. Al fin, llegó un policía y mandó a apartar a los observadores. Se veía en lo profundo del pedazo de tierra una especie de masa de color marrón en su exterior y blanca por dentro. –¡Una yuca…Una yuca…Una yuca! Una enorme yuca intentaba salir a la superficie en su natural crecimiento. La fuerza del tubérculo empujaba la estructura del puente y ya lo había cuarteado en la cimiente que va a la aldea. La recomendación oficial fue arrancarla de raíz para evitar contratiempos posteriores. Ahí fue que la gente se asomó con cuchillas, barretones y hachas. Le sacaban trozos enormes y los repartían entre los presentes. Todos llevaban y organizaron el arrancamiento para dar orden al proceso. Cuentan que todavía hay pedazos de yuca arriba, cerquititica del puente del Llano de los Zambrano. -¿Quién le contó eso, carretico? – Eso fue el profesor Gerardo Mora, quien nos echó esa historia. Recuerdo que la Luna estaba espléndida una noche que bajábamos con Cotofio de disfrutar de un puerco asado y escuchar unos discos en la rock-ola que tiene él. -Sigan tomando miche para que vean el diablo una noche de estas, comentó Pulqueria.
No hay sentimientos más encontrados que los que uno aprecia en un velorio de angelito. Siempre fui reacio a tocar en eso eventos, donde la madre llora el fallecimiento de su bebé y ruega a los músicos de la comarca para que le toquen al angelito no bautizado y este pueda ir al cielo. Claro, siempre recibía los regaños y convencimientos de Epifanio Guirigay, Delfín García, Miguel Mora y compadre Teofilito Ramírez, maestros y compañeros de vida en Pregonero. Se tocaba en la casa de la familia del niño esa noche y había que llevarlo al otro día a la iglesia y después al cementerio, acompañando con canciones y versos alusivos a los angelitos que ya podían ir al cielo y a los niños vestidos con ropita especial para tal ocasión. Es la vida en nuestros campos hermosos de Uribante y sus costumbres religiosas.
En una conversa entre viejos amigos en la plaza Jáuregui, llega Pirulo y me dice: -Carreto, están jugando los de Pregonero contra La Grita en el estadio viejo. Me sacudí la tierra del pantalón y les dije: -Voy para allá, amigos. Es bajando hasta el campo deportivo. Llegué y vi el autobús de Expresos Continente. Ese que tiene unos letreros al costado que dicen: San Cristóbal, El Cobre, La Grita, Pregonero y por el otro lado dice lo mismo, pero al revés. Le pregunte a Eliel sobre el juego. Estaban jugando fútbol y no conocía a ningún jugador. -¿Cómo va el juego? Pregonero 9 contra 0 de La Grita, me respondió. Nunca les habíamos ganado a los muchachos de Jáuregui en ese deporte. Una cajita de cerveza y a esperar a los jugadores para felicitarlos y brindar con ellos. Cuando finalizó el encuentro, fui corriendo a abrazarlos. No conocí a ninguno de los muchachos. Eliel me dijo: Carretico, son trabajadores de la represa y si no termina el juego ya, creo que les metemos unos cinco goles más. Cosas del deporte rey, caballeros.