Aunque la temporada invernal les recuerda su delicada situación, lo cierto es que la acción devastadora de un terreno, en deslave silencioso pero constante, ya ha dejado a más de uno sin vivienda en Mata de Guadua mientras los vecinos de los damnificados ruegan no ser los próximos en tan triste destino.
Freddy Omar Durán
La espera, sin esperanza, sigue entre los que lo han perdido casi todo y están a un paso de la calle; así como entre los que ven en sus propiedades signos preocupantes de deterioro, en una crisis desde todos los órdenes que requiere una decidida intervención técnica municipal, estadal y nacional en la zona.
La situación afecta sensiblemente a los sectores Araguaney, Taller El Toro, por donde han visto desfilar altas autoridades municipales y regionales, así como peritos expertos que han ofrecido diversas versiones del mal. No obstante, la crisis de habitabilidad se extiende desde Mata de Guadua hasta lo que propiamente vendría a ser El Valle, municipio Capacho.
Las versiones sobre el origen de los derrumbes, por parte de los técnicos, se concentran en fallas geológicas y nacientes ubicadas a gran profundidad; sin embargo, los afectados se inclinan por graves fallas en el sistema de cloacas y los ductos de agua servida: prueba de esto, los ríos que corren de manera impetuosa por la empinada cuesta de la calle Araguaney cada ve que llueve, y el torrente que retumba por la zona verde a su costado, y que pasa de lado por una boca de calle tapada. Además, cuando se presentan fallas en el suministro de agua, los malos olores comienzan a cundir, provenientes de una cañería averiada.
Sin tener a dónde ir
Basta con pasar accidentalmente por el apodado “Paso Malo”, un desafío a la mecánica de los vehículos y a la seguridad personal, pronto a quedar totalmente vedado, y contemplar postes de luz a punto de venirse abajo, para darse cuenta de que las cosas no marchan bien por esos lares.
Pero más dicientes son los testimonios, como los de los más directos afectados, entre ellos la enfermera Luz Mary Pérez, quien junto a sus dos hijos, y dos nietos, recientemente recibió de parte de Protección Civil la advertencia del desalojo inmediato.
Visibles grietas, que desaforadas toman el piso y trepan paredes que amenazan con desplomarse de un momento a otro, avalan el veredicto de los funcionarios de seguridad. Pero para la señora Pérez no puede ser de perentorio cumplimiento porque, sencillamente, no tiene a dónde irse.
—Hemos metido papeles y papeles y nada que nos ayudan, esto ya va para 9 años largos -afirma Pérez- El último oficio que hicimos se dirigió a Defensa Civil y nos mandaron a desocupar. Por debajo de la casa pasa agua, eso se siente. Al frente siempre permanece un charco, y por la parte de atrás, las matas hasta se han caído de tanta humedad, incluso con un fuerte verano. Todo el tiempo agua, agua. A mi casa han venido alcaldes de San Cristóbal y de Capacho, aunque no se ponen de acuerdo a qué municipio pertenece el problema.
Aunque lleva 26 años viviendo en el sector, Lucía Salamanca no dudaría en marcharse, antes de quedarse bajo escombros; pero no tiene ella, ni su hijo, los medios económicos para el traslado. Esa es la emergencia que la acecha, pues hay otras que la abordan diariamente, como el gas, el aseo, las telecomunicaciones y la electricidad. Esta última no solo se relaciona con la ola de apagones que afectan al Táchira; sino con los deslizamientos que desestabilizan las líneas de alimentación energética.
—Cada vecino sufre sus propias fallas en sus casas -afirma Salamanca- y debe bajarse de la mula, con pesos, para que alguien se suba y arregle la respectiva conexión. Si usted ve los postes, están todos podridos, a nivel del suelo. Pesitos también necesitamos para los que pasan recogiendo la basura. Tenemos que subirla hasta la parte alta de la calle Araguaney. La otra vez nos dejaron botada la basura porque solo teníamos billetes de 500 bolívares.
Ya tres vecinos se rindieron y los escombros de sus viviendas fueron ocupados por el monte, mientras que a Anabela Vásquez, con la edificación en pie, su hija alérgica la obligó a vivir alquilada. Sin embargo, no se trata de un asunto aislado, de unas cuantas casas. En otras se han visto obligados a clausurar ciertas áreas para evitar el colapso de la totalidad de la edificación. Otras ya muestran los efectos de estar en uno de los extremos de un dominó en declive, y sus paredes ceden al peso de sus aledaños. Por estas, y razones de solidaridad humana, el resto de la vecindad, considera aprehensivos los estragos de la naturaleza y la deficiente ingeniería, pues podrían estar en la lista negra de los damnificados del mañana.