Poco o nada queda del bullicio que caracterizaba a Peribeca, pueblo turístico por excelencia. Tampoco de sus calles abarrotadas de personas que acudían a disfrutar la belleza de este rincón del Táchira, a deleitarse con sus comidas, postres o bebidas típicas.
Norma Pérez
Los fines de semana eran los más concurridos, pues el lugar era el preferido de propios y extraños, tanto por sus atractivos como por la cercanía a San Cristóbal.
La crisis económica comenzó a alejar a los visitantes. Después se sumaron la pandemia y la escasez de combustible. Muchos negocios debieron cerrar sus puertas. Se acallaron voces y música. La soledad llegó a Peribeca.
“Hay que sobrevivir”
Desde hace 23 años, Carlos Mora tiene una venta de cachapas en Peribeca. Siempre ha sido parte de esta comunidad y recuerda cuando abría su negocio de miércoles a domingo, pues la demanda de su producto era grande.
“Antes ofrecíamos nuestros servicios casi toda la semana porque llegaban muchos clientes. Después empezó a disminuir. Ahora solo trabajamos sábado y domingo, y en la gran mayoría de los casos piden para llevar. Son muy pocas las personas que se acercan al negocio, pero seguimos porque hay que sobrevivir”, dice quien ha pasado toda su existencia en este pequeño pueblo, otrora próspero.
De los ocho empleados que tenía, solo quedan tres y son miembros de su familia: Él, que es el encargado de preparar las cachapas; su esposa y su hijo. Como el local está ubicado en la casa de sus padres, no paga alquiler y eso le ayuda a permanecer todavía abierto. Está consciente de la situación actual y se adapta para preservar la calidad de los alimentos que ofrece al público.
“Pienso que, además de la cuarentena, lo que más afecta es la escasez de gasolina, porque si la gente consigue o la compra a precios altos, debe racionarla para diligencias prioritarias. Venir al pueblo, además de consumir el combustible, también genera gastos. Entonces, esto es una limitante”.
Su negocio es uno de los pocos que aún funcionan, ya que son numerosos los que cerraron debido a la reducción de las ventas, la imposibilidad de pagar empleados o adquirir insumos. Por ello, tomaron la decisión de desistir y buscaron otras fuentes de ingreso para mantener a sus familias.
“Actualmente son unos seis negocios los que permanecen abiertos. Ese Peribeca, que era full, con colas para entrar al pueblo, comprar, siempre festivo, se acabó”, dice con nostalgia y comenta que para enfrentar los cortes de energía eléctrica debió adquirir una planta que le permita conservar los alimentos frescos y prestar el servicio.
Otro aspecto que resaltó es el mal estado de las vías de comunicación, lo que, aunado a los demás problemas, dificulta llegar hasta el lugar.
Carlos Mora se mantiene al frente de su venta de cachapas, recibe a los escasos clientes con todas las medidas de bioseguridad requeridas. Mientras tanto, espera tiempos mejores.
(Intertitulo)
Esperar para casarse
Con su imponente diseño colonial, que va a la par del pueblo, la iglesia “Nuestra Señora del Carmen” de Peribeca era muy cotizada por quienes decidían realizar algún sacramento religioso.
Muchos novios anhelaban contraer nupcias en el sagrado recinto, cuya construcción finalizó en 1964; y fue remodelado posteriormente con un diseño del arquitecto Jesús Manrique.
Sus paredes albergaron, además de matrimonios, bautizos y confirmaciones, primeras comuniones, misas de acción de gracias y regulares. Actualmente su párroco es el presbítero Emiliano Zabala.
También esta actividad cesó. Al igual que todas las iglesias, solo puede celebrarse misa sin público y a puertas cerradas. Los planes de bodas en el templo soñado deberán esperar.
Por los momentos ya no resuenan los pasos de multitudes en las calles empedradas de Peribeca. El pueblo recobró la tranquilidad que tuvo en otros siglos. Su actividad comercial se detuvo, en detrimento de muchos. Volvió el silencio.