Opinión

El Cristo roto (parte II)

23 de septiembre de 2020

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Pedro A. Parra

¿Qué sabes tú? ¡Respétalo!. Yo, ya lo perdoné; yo, me olvidé instantáneamente y para siempre de sus pecados. Cuando un hombre se arrepiente, Yo perdono de una vez, no por mezquinas entregas como vosotros. ¡Cállate! ¿Por qué ante mis miembros rotos, no se te ocurre recordar a seres que ofenden, hieren, explotan y mutilan a sus hermanos los hombres? ¿Qué es mayor pecado? Mutilar una imagen de madera o mutilar una imagen mía viva, de carne, en la que palpito Yo por la gracia del bautismo. ¡Oh hipócritas! Os rasgáis las vestiduras ante el recuerdo del que mutiló mi imagen de madera, mientras le estrecháis la mano o le rendís honores al que mutila física o moralmente a los cristos vivos que son sus hermanos.

Yo, contesté: No puedo verte así, destrozado, aunque el restaurador me cobre lo que quiera ¡Todo te lo mereces! ¡Me duele verte así; mañana mismo te llevaré al taller! ¿Verdad que apruebas mi plan? ¿Verdad que te gusta? ¡No, no me gusta!, contestó el Cristo seca y duramente. ¡Eres igual que todos y hablas demasiado! Hubo una pausa de silencio. Una orden, tajante como un rayo, vino a decapitar el silencio angustioso: ¡No me restaures, te lo prohíbo! ¡¿Lo oyes?! Sí Señor, te lo prometo, no te restauraré. Gracias, me contestó el Cristo. Su tono volvió a darme confianza.

¿Por qué no quieres que te restaure? No te comprendo. ¿No comprendes ¡Señor!, que va a ser para mí un continuo dolor cada vez que te mire roto y mutilado? ¿No comprendes que me duele? Eso, es lo que quiero, que, al verme roto te acuerdes siempre de tantos hermanos tuyos que conviven contigo: rotos, aplastados, indigentes, mutilados; sin brazos, porque no tienen posibilidades de trabajo; sin pies, porque les han cerrado los caminos; sin cara, porque les han quitado la honra; todos los olvidan y les vuelven la espalda.

¡No me restaures, a ver si viéndome así, te acuerdas de ellos y te duele. A ver si así, roto y mutilado, te sirvo de clave para el dolor de los demás! Muchos cristianos se vuelven en devoción, en besos, en flores sobre un Cristo bello, y se olvidan de sus hermanos los hombres, cristos feos, rotos y sufrientes. Hay muchos cristianos que tranquilizan su conciencia besando un Cristo bello, obra de arte, mientras ofenden al pequeño Cristo de carne, que es su hermano. ¡Esos besos me repugnan, me dan asco!, los tolero forzado en mis pies de imagen tallada en madera, pero, me hieren el corazón. ¡Tenéis demasiados cristos bellos! Demasiadas obras de arte de mi imagen crucificada, y estáis en peligro de quedaros en la obra de arte.

Un Cristo bello, puede ser un peligroso refugio donde esconderse en la ayuda del dolor ajeno, tranquilizando al mismo tiempo la conciencia, en un falso cristianismo. Por eso, ¡debieran tener más cristos rotos, uno a la entrada de cada iglesia, que gritara con sus miembros partidos y su cara sin forma, el dolor y la tragedia de mi segunda pasión, en mis hermanos los hombres! Por eso, te lo suplico, no me restaures, déjame roto junto a ti, aunque amargue un poco tu vida.

Sí ¡Señor!, te lo prometo, contesté. Y, un beso sobre su único pie astillado, fue la firma de mi promesa.  Desde hoy… viviré con un Cristo roto.

¡Señor!, yo tampoco voy a restaurar tu rostro; voy a dejarlo tal cual lo conocí a través de esta narración, pero, sí voy a pedirte, así mutilado como estás, golpeado y afligido, nos ayudes a todas las mujeres, hombres, adolescentes, niños, padres y madres de familia, y, a todos aquellos hijos de una misma madre, y, del mismo apellido pueblo, a rescatar la fe y esperanza perdidas; a que nos des aliento para poder recibir a los hijos que tenemos forzosamente fuera de nuestro país; a que nos des la fuerza y valor necesarios para reconquistar la paz, la libertad, la democracia, la justicia y la solidaridad.

¡Hemos pecado ¡Señor!, lo reconocemos; pero, estamos viviendo  unos días muy crueles y difíciles: hambre, sed, oscuridad, falta de alimentos, asesinatos, violaciones, mucha sangre, sudor y lágrimas. Envíanos a un Simón de Cirene, no para que nos ayude a llevar esta pesada cruz, sino para que nos ayude a que tengamos la oportunidad de volver a vivir, porque, hoy día “estamos viviendo sin vivir”.

*Profesor 

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