Pedro Alejandro Parra F. *
Una vez un Sacerdote estaba dando un recorrido por la Iglesia, al mediodía, y, al pasar por el altar decidió quedarse cerca para ver quien había venido a rezar. En ese momento, se abría la puerta, el Sacerdote frunció el entrecejo al ver a un hombre acercándose por el pasillo; el hombre estaba sin afeitarse desde hace varios días, vestía una camisa rasgada, tenía el abrigo gastado cuyos bordes habían comenzado a deshilacharse… el hombre se arrodilló, inclinó la cabeza, luego se levantó y se fue.
Durante los siguientes días, el mismo hombre siempre al mediodía estaba en la Iglesia, cargando una maleta, se arrodillaba brevemente y luego volvía a salir; el Sacerdote un poco temeroso empezó a sospechar que se tratase de un ladrón… por lo que un día se puso en la puerta de la Iglesia y cuando el hombre se disponía a salir, le preguntó: ¿qué haces aquí? El hombre dijo que trabajaba en una fábrica camino de la Iglesia y tenía media hora libre para comer y aprovechaba ese momento para rezar; sólo me quedo unos instantes ¿sabe? Porque la Iglesia queda un poco lejos, así que solo me arrodillo y digo… ¡Señor!, solo vine nuevamente para contarte cuan feliz me haces cuando me liberas de mis pecados, no sé muy bien rezar, pienso en ti todos los días; así que ¡Jesús!, éste es Juan, reportándose!
El Sacerdote, sintiéndose un tonto, le dijo a Juan que estaba bien, y que era bienvenido a la Iglesia cuando quisiera.
El Sacerdote, se arrodilló ante el altar, sintió derretirse su corazón con el gran calor del amor, y, encontró a Jesús mientras sus lágrimas corrían por sus mejillas; en su corazón, repetía la plegaria de Juan: ¡Sólo vine para decirte ¡Señor! cuán feliz fui desde que te encontré a través de mis semejantes y me liberaste de mis pecados; no sé muy bien cómo rezar, pero, pienso en ti todos los días; así que, ¡Jesús!, soy yo reportándose!
Cierto día, el Sacerdote notó que el viejo Juan no había venido; los días siguieron pasando sin que Juan volviese para rezar; continuaba ausente, por lo que el Sacerdote comenzó a preocuparse, hasta que un día, fue a la fábrica a preguntar por él; allí le dijeron que Juan estaba enfermo, que pese a que los médicos estaban muy preocupados por su estado, todavía creían que tenía una posibilidad de sobrevivir.
La semana que Juan estuvo en el hospital trajo cambios; él, sonreía todo el tiempo y su alegría era contagiosa; la jefe de enfermeras no podía entender por qué Juan estaba tan feliz, ya que nunca había recibido ni flores, ni tarjetas, ni visitas. El Sacerdote se acercó al lecho de Juan con la enfermera, y, ésta, le dijo mientras Juan escuchaba… ¡ningún amigo ha venido a visitarlo; él no tiene adonde recurrir! Sorprendido, el viejo Juan dijo con una sonrisa: “La enfermera está equivocada; pero, ella no puede saber que todos los días, desde que llegué aquí, al mediodía, un querido amigo mío viene, se sienta aquí en la cama, me agarra las manos, se inclina sobre mí y me dice…¡Sólo vine para decirte Juan, cuán feliz soy desde que encontré tu amistady te liberé de tus pecados; siempre me gustó oír tus plegarias, pienso en ti cada día; así que Juan, éste es Jesús, reportándose!”
Hoy, amigas y amigos, estamos viviendo en nuestra Venezuela una situación muy difícil y seria; estamos muy tristes, a veces, nos toca llorar en silencio para que nuestro llanto no sea sentido por nuestra esposa, por nuestros hijos, por nuestros hermanos y hermanas, por nuestra familia. Soñamos en abrazar a nuestros hijos que están también sufriendo en el exilio; estamos locos por cantarles “estas son las mañanitas que cantaba el Rey David…”; pasamos hambre y sed, y el dinero no nos alcanza para nada y estamos deprimidos ante tanta angustia y preocupación.
Por ello, les invito que hagamos como Juan, que, no perdamos la fe y la esperanza; que pensemos que tenemos la protección de un ¡Padre! que, tarda pero no olvida, y, tengamos la voluntad de tomar un pequeño tiempo de cada día y digámosle: ¡Aquí estoy ¡Señor Jesús!, reportándome! .
*Profesor