Le vi cantar junto a Edith Piat. Poseía la voz del amor, venía a Buenos Aires, era estudiante de Filosofía, hermosa, quizás más adentro que La Gioconda y más sutil que una bella flor…
Allí estaba París con su monumentalidad y su plaza de La Concordia, más la iglesia de la Magdalena, en las riberas del Sena o de delicias los Campos Elíseos.
La ciudad madre de Las Comunas. Así lo entendimos, la catedral de Notre Dame y Mobtmatre. O el Barrio Latino. Muchas veces fuimos a París desde Barcelona de España. En Catalunya, tiempos de estudiantes de la Llotja, donde también estudió Picasso.
Pero, entre tantas visitas, por fin el Louvre. El museo más importante del mundo. Con sus escalas y la fuerza gigantesca de sus colecciones. La Vittoria de Samotracia. La Venus de Milo, quien trajo a Francia Napoleón Bonaparte en sus conquistas. La obra de Rembrandt o los inmensos lienzos del Renacimiento. La pirámide de cristal del arquitecto Leoh Ming Pei ‘el Japonés’, violando los códigos de sus siglos.
En uno de estos viajes fue sagrado estar presente frente a la tabla de Leonardo Da Vinci. Su Gioconda. La misteriosa mujer de Francesco del Giocondo. Liza Gehrardini. El secreto del pintor que llevó en sus misterios. Y siempre entendí el saber que muy joven la había realizado en el monasterio de Monserrat, en Catalunya, donde Julio II era solo un abate. Quien años después se convertiría en papá en Roma y protector de Miguel Ángel Buonarroti.
Al estar frente a la Mona Lisa se definen los mundos del arte. Desde las evocaciones, antes y después del Renacimiento.
No hay palabras. Hay silencio, quizás más la fe que toda la magnificencia del arte.
Allí están las escuelas y los futuros desde las fuentes del manierismo, hasta el sublime espacio del Impresionisno; está lo surrealista, hasta el ser clásico y genio, entre el rostro de la Madonna vestida de negro, su sonrisa espera la connotación del visitante y en su rostro subliminalmente está oculto del genio cuando sería anciano, llamado el mismo Da Vinci. Tiempo y siglos. 500 años inventando las expresiones y acusando las geometrías del punto para convertirlo en las otras realidades geométricas de la modernidad.
Horas enteras fueron nuestras miradas frente a la pintura más discutida del mundo. Entre artistas y críticos. Donde un Dios deja los colores para hablar con las multitudes y Leonardo aún camina por el paisaje de fondo sabiendo los secretos extraterrestres de un caballero sideral entre la pureza de un piano y el secreto mágico de un gran dibujante.
Vimos a París, desde 1982 hasta 1987. Porque allí vivió Picasso, o Amadeo Modigliani, Courbet, Degas, Jack Louis David, nuestros venezolanos disidentes de las corrientes académicas francesas, entre ellos Pascual Navarro, Hugo Baptista, Oswaldo Vigas, Jesús Soto. Vimos cómo Rafael Monetarios frecuentó aquellas presencias, hasta nuestro Armando Reverón… Y ellos, como nosotros, se sostuvieron de la pintura de La Gioconda para definir el más extenso secreto que está allí, en una tabla.
La que Marcel Duchamp pintó desnuda y Salvador Dalí, en New York, le colocó bigotes… Con cartas de Buñuel y los testimonios de la esclava madre de Leonardo, quien llevó en su vida como una tortura, pues muy niño su padre, sir Piero, lo separa de aquella mujer Mora y lo lleva a vivir con su abuelo.
Por esto se ha descrito que La Gioconda es la madre del pintor…
Volveremos un día. Para ver morir el horizonte que describe el paisaje del verdadero creador de la ternura del museo y entre presencias del renacimiento. Y después el Museo donde Francisco I defendió la pureza de los genios… y guardó la tabla de La Mona Lisa, el secreto más tormentoso de Leonardo.
Un día de invierno en el gris azul de París… Con flores y palomas blancas volando en las adoraciones. Y contemplar de nuevo, quizás ya vieja a la jovencita Argentina que cantaba en las calles entre mendigos, vagabundos y poetas delirando una catedral en llamas.
Y por siempre un amor viajero.
Néstor Melani-Orozco*
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*Narrador. Cronista. Pintor. Artista Plástico. Dramaturgo. Escritor.
Premio Internacional de Dibujo “Joan Miró 1987. Barcelona España.
Maestro de la Cultura.
Doctor en Arte.
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De Mi Libro:
En una lágrima en el mármol
Escritos en la Cuarentena
Néstor Melani-Orozco*