Sabido es lo mortal que han resultado los apagones y bajonazos del servicio eléctrico para muchos artículos del hogar en estos años; pero también los daños pueden venir vía accidentes caseros, mala manipulación de los artefactos o un abuso de los mismos.
Lo cierto es que, una vez ocurrido el daño, pueden darse tres alternativas: mandarlo a reparar o adquirir uno nuevo; sin embargo, la tercera resulta la más escogida: lanzarlo al cementerio de electrodomésticos que en los hogares se está formando, sin ofrecerse soluciones inmediatas.
Ni inmediatas, ni a mediano ni a largo plazo, pues los esmirriados ingresos económicos de muchos hogares no lo permiten, y menos si no hay un ingreso en divisas, pues en moneda extranjera cobran los técnicos, y en ella muchas veces se pagan los repuestos, sobre todo si hay que mandarlos a traer de Cúcuta.
A la desesperación y los improperios le sigue la resignación, cuando ya el aparato no da señales de vida, aunque últimamente la resignación casi se da de modo automático. Cuando los bajonazos y sobrecargas irrumpen con sus espeluznantes intermitencias en bombillos y televisores, lo que aterra no es la posibilidad de una fuerza paranormal maligna, sino las pérdidas para su bolsillo que le va a traer este tsunami energético, y es por eso que todos en el hogar se ven obligados a pegar carreras, para apagar aquello que esté encendido.
Colección de inservibles
A Gloria Sandoval de nada le valió transformarse en toda una Yulimar Rojas, para salvar su nevera. Igual se averió y no cuenta con los alrededor de 180 mil pesos para acondicionarla. Una fluctuación literalmente le pateó la retaguardia a su electrodoméstico, pues lo hizo vibrar, de tal modo que uno de los estrechos tubos por donde sube el gas de refrigeración se rompió y permitió el escape del mismo.
Hasta los momentos, su nevera forma parte de su colección de objetos inservibles, de la que también hace parte un televisor plasma, al que se le partió su pantalla por un incidente hogareño.
En este caso, el repuesto resulta tan caro, e imposible al menos conseguirlo en el Táchira, que lo mejor sería comprar uno nuevo, pero con un ingreso personal que a duras penas supera el salario integral mínimo, tal vez ahorrando tenga la posibilidad de hacerlo dentro de 10 años, porque ni pensar en un crédito financiero, casi inexistente en este país.
Su televisor lo obtuvo como funcionario público, en una época en que el Gobierno organizaba megajornadas en las que hacía entrega de los famosos “Haier”. Ella duda que esas facilidades vuelvan a ocurrir.
—He intentado no tener productos perecederos en la despensa -afirma Sandoval-, pero me di cuenta (de) que eso me estaba saliendo más costoso; tenía que salir más a los abastos y entonces, por ahorrar, hemos terminado malnutridos. No sé cómo, pero tengo que hacer un esfuerzo para arreglarla, así sea pidiendo plata prestada.
Panteón de electrodomésticos
Alicia Ramírez, por su parte, tiene un noble panteón en su casa, integrado por un ventilador, un televisor, una nevera y una lavadora. Para ella, el costo del servicio técnico para nada se conduele de personas que no tienen ni para comer.
—Por el momento –sostiene Ramírez-, con la lavadora no se ha podido. Dos meses atrás, por la pura mano de obra me cobraban 100 mil pesos. Para ver televisión me tocó sacar el viejito, que tenía escondido por allá y en el que toda la vida mi mamá vio sus programas. Ahora todo se cancela en pesos, pues para nada sirve el bolívar, y lo poco que uno agarra es para comer. Y la nevera, afortunadamente, mi mamá me permitió usar la de ella para guardar mis cosas, rogando a Dios que a esta no le toque el turno de dañarse.
Su salud en riesgo
Para Teresa Sogamozo, todo ha sido de sorpresa en sorpresa: con los “sube y baja”, su televisor se apagó de repente, sus dos lavadoras paralizaron sus ciclos –primero una y luego la suplente-, y el equipo de sonido intempestivamente dejó de darle alegría a su casa. Pero para ella, el asunto ha ido más allá de una incomodidad, para constituirse en un riesgo para su salud.
—Hace más de 6 meses, cuando salió esto del covid-19, yo estaba asustada porque tenía problemas respiratorios y de inmediato me fui a hacer la prueba, y me salió bien. De todas maneras, me hice una radiografía en los pulmones, y ahí aparecieron manchas, precisamente por estar cocinando tanto a leña. Se imagina que una persona que encima de que debe respirar ese humo que lo daña a uno por dentro, le venga el covid-19, lo mata. Tengo un mes que no cocino a leña, porque una señora me prestó una cocina eléctrica, y esperando que algún día llegue el gas. Mi esposo debe ayudarme con la cocina, cuando no queda otra, sino la leña para preparar los alimentos. Yo estuve malísima, yo pensaba que estaba más de aquel lado que de acá. Ahora no puedo soportar ni que me fumen cerca, me da alergia—narró.
No está tan resignada a perder sus electrodomésticos; pero va poco a poco, siendo sus prioridades el televisor y la lavadora; de esta ya le van a averiguar el repuesto en Cúcuta.
—Me vale 45 mil pesos la arreglada del televisor con un vecino; la lavadora, por encimita, me sale en 50 mil pesos, y eso comprándole la tarjeta que se le quemó, y que, más o menos, en Cúcuta vale 70 mil pesos. Por miedo a que, para completar, se me eche a perder la nevera también, un vecino me prestó un protector, y si medio veo un movimiento de luz raro, corro a desconectarla. Hace rato se me dañó y me salió todo en 35 mil pesos. Hacer estos arreglos no es un lujo, es una necesidad. Ojalá tuviera plata para comprarles uno a todos los aparatos, pues eso es un sufrimiento muy grande cuando se deterioran. Yo tampoco puedo lavar a mano, porque el olor fuerte del detergente me cae mal, por el mismo problema de los pulmones. Ahora todo es en pesos para uno arreglar sus cositas.
Freddy Omar Durán