Opinión

Pasión por el Táchira …lo que somos 2

9 de noviembre de 2020

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Julieta Cantos


Tuve la fortuna, cuando ingresé a principios de los 70, para estudiar la carrera de Arquitectura, en la Universidad Central de Venezuela, de incorporarme justo luego de la reapertura de la universidad, después de dos años de cerrada, por la intervención del gobierno del Dr. Rafael Caldera, ante la incomprensión de lo que significaba un movimiento de renovación motorizado por estudiantes y profesores, en búsqueda de un mejor pensum de estudio, más actualizado, más cónsono con nuestra realidad, más integrado entre lo conceptual-teórico, y lo práctico…es decir, más sistémico. Yo la verdad no estaba consciente de lo que eso significaba, ni las implicaciones que tuvieron esas reivindicaciones en nuestra generación, primero como estudiantes, luego como profesionales.

Y normalmente eso es lo que suele pasar: tomamos como ciertas, como derechos adquiridos, situaciones previas a nosotr@s, que fueron arduamente discutidas y luchadas. Lo cierto es que cuando ingresé, debíamos -como requisito previo- cursar lo que denominaban propedeútico, un semestre de introducción a la carrera, en donde se impartían materias como Geometría descriptiva, Introducción a la Filosofía, Dibujo y Metodología, entre otras. Ingresamos cerca de 700, aprobamos alrededor del 10 %. A partir de allí entendimos la necesidad del significado de la lucha por el cupo y la inclusión social en lo académico, en el conocimiento. Este tiempo nos permitió integrarnos con la universidad, con sus espacios: la biblioteca central, el aula magna, los corredores y espacios interiores entre una facultad y otra, sentir ese paso de bachiller a gente adulta, con vocación de estudio…de algo. Vincularnos con los espacios de nuestra facultad, comprender la torre que concentraba las aulas, a diferencia de la planta baja, en donde existían los talleres de diseño. Descubrir que aquella sensación maravillosa al recorrer esos espacios, se debía al maestro Carlos Raúl Villanueva, arquitecto venezolano, creador de esos espacios. Incluida la sensación de subir las escaleras de emergencia laterales, en donde la lluvia nos salpicaba. Toda la edificación concebida con el principio de la ventilación cruzada, del manejo de la orientación y de nuestro clima tropical, ardiente y lluvioso. Fue aprender a entender íntimamente que es mejor salpicarse con la lluvia, que tener edificaciones cerradas, herméticas, en un clima como el nuestro; y yo tuve la suerte de asistir a las últimas charlas magistrales del maestro Villanueva, en el auditórium de nuestra facultad.

La selección de las materias, que correspondían a cada semestre, y del profesor que las impartía, se realizaba en función del horario que se escogiera; al llenarse ese curso había que escoger el que fuera quedando. Yo era madrugadora, por lo que llegaba siempre temprano, y escogía los horarios mañaneros…y resulta que aleatoriamente me tocaron los mejores profesores…por cuestión de horarios. Tuve a Manuel Puig en Construcción, pausado, conceptual, directo, con experiencia acumulada…y, sobre todo, sentido común. Nos hizo entender la importancia de conocer el comportamiento de cada material y permitir usarlo sin enmascararlo. Darle la oportunidad de desarrollar sus cualidades según el tipo de construcción que se deseara. Mi contacto con la Filosofía, para entender la Arquitectura de otra manera, en Introducción a la Filosofía, fue García Bacca. Enrique Arnal fue mi maestro de maestros en Estructuras, explicando por qué habían colapsado las edificaciones en el terremoto de Managua, y haciendo comparaciones con las que se habían vencido en el de Caracas. Era lo conceptual, con la aplicación práctica, era el desarrollo de la lógica, a través del conocimiento. Mis paseos por la facultad me llevaban a visitar los diferentes talleres de diseño que convivían en la planta baja. Estos talleres se clasificaban según sus  concepciones, en la forma de ver la arquitectura. Desde lo meramente formal, hasta lo fundamentalmente conceptual. Yo escogí intuitivamente, en mi primer semestre, uno liderizado por Luis Jiménez, y resultó ser un taller donde los grupos de alumnos se mezclaban desde el primer semestre hasta el décimo en torno a un proyecto único, cuyos objetivos se iban adaptando al requerimiento del aprendizaje de cada semestre, era lo que llamábamos talleres horizontales con autoevaluación…yo en primer semestre intercambiando conocimientos con condiscípulos de diferentes niveles, en donde aprendía de ellos, y ellos también de mí, de la frescura y la inocencia no tocada aún por lo académico…y encima, la posibilidad de desarrollar criterios para ejercer la evaluación de uno mismo y del otro…la universidad me recibió con lo mejor de los cambios, producto de la renovación. Y así, en este descubrir permanente, me topé con Juan Pedro Possani, un ícono en nuestra facultad, un ícono como arquitecto, un ícono de la renovación académico, -como pensador crítico, y fue a través de él que me topé con un seminario dedicado al ocio…allí entendí la necesidad del tiempo libre, tiempo libre para pensar, tiempo libre para ser libre. A partir de allí, mi vida se transformó. Permanentemente, Possani fue un referente en mi formación, no tenía miedo a ser cuestionado o criticado, pero defendía ferozmente sus posiciones. Me lo topé innumerables veces, una de las últimas, como profesor invitado por la UNET, en el curso de formación profesional para la escogencia de profesores para la carrera de Arquitectura. Allí compartimos en mi casa, dirimiendo los aciertos y desaciertos  de su vida personal y profesional. Eso somos. Somos lo que comemos, lo que leemos, lo que escogemos defender. Somos nuestras acciones. ¡Gracias Possani!

P.D.: al envío de este artículo recibí la impactante noticia de la partida de nuestro amado Temístocles. ¡Definitivo! La gente buena y sabia se junta, y emprenden viajes siderales hacia nuevos destinos…me imagino la algarabía del Universo abriendo las puertas del cielo a estos dos grandes maestros: Possani y Temo.

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