Néstor Melani
A una reflexión en nuestros artistas tachirenses…
¡Barcelona la hice mía! del alma. Como una margarita en flor de los mosaicos romanos y de la eternidad de un beso.
Ciudad vieja, catalana. Como de amor una rosa o el violonchelo de Pau Casals. De Montjuic y más de pasión «El Arco de San Juan», el ir y venir por la Plaza de Catalunya, donde Gargallo había descrito la pureza de los griegos y de gracias, más allá de la casa de Reus o la Pedrera de Gaudí.
Me fui a España para aprender a dibujar como los salmos o entender que Spinel, trescientos años atrás, muy lejos, le había puesto una cuerda a la vihuela y de allí nació la guitarra. Fui con una pensión de los militares para asentarme en la Llotja: «L Escolar D’ Artes i Creaciones», en las romerías góticas de vinos y poetas, de mujeres buenas y de espacios donde caminó Picasso. Nonel, Casas y entre tantos, Pablo Gargallo.
Aún siento las emociones de las sesiones de dibujo, donde se transforman las emociones y de pertenencias están las verdades del arte. Por ello no es perturbar un retrato cubierto de hipocresías, o reproducir algún elemento inmóvil.
Es, pues dimensionar las extensiones verdaderas del arte con el espíritu, con la eternidad.
En mis clases vi a Pablo Gargallo, su obra más infinita y pura, única, jamás parecida a los moldeadores de arcilla o los cantores de piedra después de Carrara, era ver y saber, aprender los elementos y los valores de ser escultor.
Pere Cara fue conmigo a Madrid para que de recortes cubistas viésemos a Guernica, de allí la guerra de aquel siglo XX, cien años dolorosos, con el hombre haciendo dominios y borrando creencias y con pestes y odios, con países humillando a otros por intereses y valores materialistas, en la mediocridad de los mercaderes de artes; quien de lienzos y mármoles, la otra sal perdida en muchos ríos.
Y del alma entendí la pureza del escultor, venido de las expresiones de Gaudi. Del decir de Juan Gris y en Francia evolucionar más que todo para ver de Belmondo, caminar con Modiglani, cuando estaban las piedras, porque la Venus de Milo vino de un barco del Adriático y los otros signos que pudieron navegar con la «Vittoria de Samotracia» para hacerse del hierro las soluciones y rivalizar con Julio González los equilibrios, porque la forma vibra, se mueve, es sonar de un mundo de conciertos, en el ser, en las existencias. Desde saberes de Buñuel, más del «Perro Andaluz», entre un Dalí más escritor que pintor describiendo el «Mito trajico de Millet». En una mujer desnuda frente al espejo o la paloma volando a posarse en la alcoba de un mago.
Para decirlo en la dignidad del arte.
Y en aquella escuela de las artes y venido Gargallo de las delicias poéticas, porque Antonie Tapies lo dijo desde Andrea Verrochio, cuando creó los caballos verdes voladores como el mito de «Pegasso» para el estádium olímpico de Barcelona y después, en París, Humberto Buccioni se influyó y para no decirlo, Giorgio Chirico compuso sus oníricas presencias con el ideario de Gargallo. Y Giacomenti modeló de hierros personajes surreales. Cuando Brancussi sabía del mármol «El Tenedor de Lira», en siglos milenarios porque hasta el venezolano Oswaldo Vigas se inspiró dibujando a la manera de tan interesante creador, sutil, secreto, lírico, amargo.
Allí, en la Llotja, viví los sentidos de entender, como un escultor evolucionó en su mundo, porque artista sin búsquedas no es valor, deja de ser y se convierte en un artesano.
En la poesía del metal de Pablo Gargallo están las luces y dibuja en el aire, como flotando de los delirios entre el cuerpo y el infinito.
Muchas horas de sesiones, de museos, de valores, de ir y venir.
Del alma y de la fuerza de una lágrima cristalizada y fundida en un crisol en las purificaciones del bronce en la gota de amor de los sueños.
Ayer divisé al escultor de la modernidad en las hojas volando de los árboles, en los destellos del relámpago del Catatumbo. En una Venezuela que deberá emprender las defensas por los creadores verdaderos, de los que de un credo han sabido permanecer únicos y en evoluciones sagradas.
Ahora en aquellos recuerdos de mis vivencias y viajes. Más de nuestros maestros escultores sin ninguna defensa de sus obras, cuando desde Lorenzo González en una plaza de un pueblo tachirense o de «Capino» Silvestre Chacón en un mercado de Tariba, porque después de Eduardo Ramírez Villamizar nuestra escultura dice verdades. Y hasta los relieves de Francisco Narváez, del museo de Bellas Artes de Caracas, hablar de haber venido de la elocuencia de Pablo Gargallo como soluciones esotéricas en la delicia que concede el modelar y ver los testimonios de conjugaciones de muchas realidades en piedras, bronces y materiales diversos. Cómo Gargallo pudo recortar las líneas y beatificar el aura. Mientras en San Cristóbal vernos en Pedro Mogollón parafraseando las bailarinas de Degas y muy adentro un gigante rostro rupestre como un tolten de piedra del escritor Gallegos.
Como si Rimbau estuviera mirando desde el telón de los teatros y la luna de España. La de Francia naciendo o la misma de América olvidada en un concierto…
Tiempos después, en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas volví a ver obras de Pablo Gargallo. Y en mis viajes a La Habana, allí en el Museo Nacional habitaba junto a Wilfredo Lam como un ritual de la musicalidad de un escultor consagrado. En Buenos Aires y la concepción sublime del Moma en New York.
Y sobre las cien lunas sería interesante que nuestra escuela de Artes, la que fundó Elbano Méndez Osuna, pueda comenzar a decir cómo de pan, la arcilla y aromas, un yunque exprese y hable de los códigos más auténticos.
Y en este recuerdo de La Llotja de Barcelona se asienta la pureza de un cielo en aquellas memorias que vimos en las obras escultóricas del notable maestro…
De dónde se hablará con los tiempos. Y los siglos reclamarán las presencias…
Y esta noche de silencios lograr escribir otro recuerdo…
Néstor Melani-Orozco*
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* Narrador. Cronista de La Grita. Artista Plástico. Dramaturgo.
Premio Internacional de Dibujo «Joan Miró»1987. Barcelona España.
Maestro Honorario.
Doctor en Arte.