Carlos Chacón solo podrá reconstruir mentalmente la edificación de dos pisos que habitaba con su familia y la de su primo hermano, en plena entrada del sector Zorca-Buenas Aires, pues La Zorquera la arrasó completamente.
Con su dedo, señala una cocina, un sótano y una sala, ya inexistentes, pues ni de un piso se puede hablar, en un socavón donde a duras penas sobresale una silla de mimbre.
—Aquí –relató Chacón, quien trabaja de almacenista y chofer—, la corriente se llevó todo: mi carro, mi moto, mis papeles. Me dejó sin nada. Esta propiedad es de una tía que se fue para España y me permitió hace como tres años habitar en el primer piso. Yo tenía todos mis corotos aquí, cocina, nevera cama, microondas… todas las comodidades. Estoy esperando a ver cómo me puedo levantar otra vez, pero es difícil. Mi automóvil fue a parar kilómetros abajo y se atascó en el puente de la vía principal de Zorca-San Isidro; y mi moto no sé si se fue con la crecida, pues sabemos que estaba con la bicicleta de mi hijo, y esa, estamos seguros, está enterrada.
De hecho, con ayuda de varias personas y de la retroexcavadora, tuvieron que partir en dos el modelo Dodge blanco, de los años 60, para desenterrarlo. Todavía la chatarra está en la calle, como monumento del desastre.
Fue una ola
Su historia, con diverso grado de dramatismo, se repite entre las más de 250 familias afectadas en la zona comprendida entre San Joaquín y Zorca-Providencia, a lo largo de La Zorquera, con su dosis de angustia y penalidades, pero también de milagros.
—Primero subió la quebrada –continuó Chacón-, luego bajó, y de nuevo, de un solo golpe, volvió a crecer, y casi que ni me dio chanche para sacar a mi familia y la de mi primo por el techo. A los ocho minutos se elevó como una ola y dio contra la casa. que se desprendió toda. Otra ola que venía de la carretera chocó contra esta, y eso afectó a la vivienda del frente, al otro lado de la quebrada, que como usted ve, está casi en el aire. Eso sonó horrible…
Con la primera crecida se dio el aviso para la fuga y, ya más a salvo sobre la carretera, presenció Chacón, con sus seres queridos, el desplome de la edificación en medio de una implacable lluvia, que alimentaba un cauce que transportaba sus enseres y pesados troncos. De haber dudado Chacón del desalojo, acontecimientos más trágicos habrían ocurrido.
—Yo saqué a mi familia por el techo de zinc. Nos fuimos por la escalera, y en la pared había un descanso, por donde sacamos a mi hijo, a mi esposa, a la pareja de mi primo y su bebé. Ella al principio estaba renuente, porque pensaba que el techo no iba a aguantar; y sí lo hizo. A la vecina, Rosaura Jiménez –cuya casa da directamente a la carretera-, no se le cayó la casa; aunque sí lo perdió todo; ella sufre de diabetes, asma e hipertensión, y su esposo no tiene movilidad en uno de sus brazos; se sostenían vendiendo helados, y también tenían unas gallinitas, ya grandecitas, que perdieron. Con el agua hasta las rodillas, ellos pudieron salir por la puerta.
Sin certeza del mañana
Por ahora, la preocupación de Chacón no es desenterrar sus pertenencias y las de su primo, pues está entregado a recuperar la escuela Ana Felicia Naranjo o mejor conocida como escuela Pie de Cuesta, que en estos momentos los aloja en uno de sus salones.
—La gente del Clap mandó mercado y la alcaldía de Capacho nos aprovisionó de gas. La ropa no ha faltado, gracias a la colaboración de muchas personas. Estamos arreglando las instalaciones eléctricas y del acueducto.