Cesar Pérez Vivas
Cada vez que termina un año hacemos un balance del mismo. De sus logros y fracasos. De sus avances y retrocesos. Desde hace ya varios ejercicios anuales, los venezolanos tenemos un saldo negativo. Han sido años catastróficos.
Este 2020 pasará a la historia, no solo por lo que corresponde a nuestra específica realidad, sino por los acontecimientos planetarios, como el año único. Y ciertamente que lo es.
Es el único año de la historia en que el mundo ha tenido que detenerse y confinarse. El fenómeno del COVID-19 ha generado la pandemia más global de la historia. El virus se movilizó en el planeta a la misma velocidad con que se mueven los hombres de estos tiempos. Por tal razón los efectos surgidos, igualmente han abarcado a la totalidad de los países del globo terráqueo.
El tratamiento de la pandemia exige una serie de restricciones, tan severas, que han terminado confinando a buena parte de la población mundial a sus hogares con consecuencias inmediatas en la economía, la política, el ambiente, la salud mental, la educación y la vida social de la humanidad.
Para nosotros los venezolanos la irrupción del virus ha venido a completar el cuadro de postración y pobreza, que otro virus, más letal, había ya generado: el socialismo del siglo XXI.
A la destrucción de la economía, la infraestructura, la unidad familiar, las instituciones, la paz y la convivencia civilizada, el virus chino vino a completar la destrucción ya alcanzada por la dictadura.
El COVID-19 se convirtió en la excusa perfecta para solapar la tragedia causada por el chavismo, y en la excusa para someter a la población a más severas restricciones en sus derechos fundamentales.
Cuarentenas a destiempo, ausencia de recursos técnicos, humanos y materiales para afrontar la enfermedad, se convirtieron en un elemento presente en nuestra vida cotidiana, sumado al demoledor efecto de la hiperinflación y carencia de combustible, justificado o disfrazado como parte de las limitaciones impuestas por la presencia del virus chino.
Lo cierto es que la pandemia llegó como anillo al dedo de la dictadura chavista para justificar su catástrofe económica y política, y de esta forma ejercer mayor control social sobre una población, cada día más inmovilizada por el hambre y las necesidades materiales.
Es el cuadro perfecto para que la cúpula roja lance su plan hacía la dictadura total. Así como este 2020 será recordado universalmente como un año único, lo será también en nuestra historia. El régimen criminal aprovechó esa triste circunstancia, para lanzar el más burdo y descarado fraude destinado a instalar un simulacro de parlamento.
La Asamblea resultante del evento del pasado 6 de Diciembre de 2020, termina siendo una copia de la tristemente célebre Asamblea Constituyente que muere este 31. Con el agregado de un minúsculo número de personas, provenientes de los grupos que el régimen buscó como actores de reparto en su teatro de mala factura, la nueva Asamblea oficialista no será en nada distinta a la que ha mandado Diosdado Cabello desde el 2017.
Maduro no ha ganado nada nuevo. Al contrario ha reforzado su ilegitimidad, luego de haber destruido al país. No ha respetado ni la constitución, ni las leyes. Ha hecho lo que le ha venido en gana. Ha gobernado por decreto y el resultado está a la vista de todos.
Que ahora instale un simulacro de Asamblea, con una sargentada llevada al Capitolio, sobre la base del robo de las tarjetas de los partidos opositores y la flagrante violación al orden constitucional, en nada le va agregar capacidad legal, política o gerencial a su inepto y corrompido gobierno.
Este año único abre las puertas a uno en el cual la tragedia de nuestra nación se profundizará en todos los órdenes.
Lo estamos apreciando en directo. Mientras en todos los países, y en especial nuestros vecinos del continente, ha comenzado la vacunación para detener la terrible pandemia del COVID-19, aquí los generales y operadores del gobierno han estado dedicados a engañar a nuestra gente con una entrega limitada de porciones miserables de carne de cerdo.
Los líderes del mundo dedican su tiempo, en estas horas finales del año, a garantizar que los programas de vacunación se cumplan exitosamente, y a impulsar políticas para mitigar los terribles efectos sociales, económicos y culturales que la pandemia sigue generando.
Entre tanto a Maduro y su camarilla solo le oye profiriendo amenazas ante los legítimos reclamos de nuestra gente, o exhibiendo impúdicamente el usufructo grotesco de su poder desde las alturas del Hotel Humboldt.
Desde la cúpula instalada en Miraflores se esconde la verdad. Se sigue repitiendo la propaganda, según la cual nuestros males son consecuencia del “bloqueo”, cuando ya ellos llevan más de 20 años ejerciendo el poder.
Su única obsesión es controlar todas las ramas y niveles del poder, solo para la concupiscencia de una pequeña oligarquía, mientras toda una nación muere de mengua o huye del territorio nacional.
¿Qué sentido tiene esa voracidad por el poder, cuando miles de compatriotas viven cada día los rigores del zanqueo perpetrado y de la destrucción ejecutada?
El único sentido es retener el poder para proteger a una camarilla criminal enriquecida a su sombra. La detención en Cabo Verde del agente económico del régimen, el ciudadano colombiano Alex Saab, y las gestiones político jurídicas de la cancillería para liberarlo, evidencian esa motivación.
Para quienes hemos sido formados en una escuela de valores democráticos, humanistas y cristianos tal comportamiento es profundamente abominable.
Nos produce una total indignación. Nos convoca a desplegar la denuncia, en primera instancia, pero también a impulsar la lucha para expulsar del poder a quienes así se comportan.
Más allá de la clarísima decisión de la camarilla roja de perpetuarse en la usurpación del poder, nos corresponde a los demócratas mantener firme nuestra decisión de enfrentar la ignominia. Debemos buscar la unidad real y efectiva de la oposición política, y lanzar una estrategia que comprometa la acción de la mayoría de quienes adversamos este nefasto régimen.
No hacerlo es un crimen contra un pueblo que ha dado todo lo que ha podido en la búsqueda de la democracia. En este fin de año 2020 (el año único) la responsabilidad está en manos de quienes actuamos en el campo de la dirigencia.
Hay que volver a la carga con una lucha decidida y con una conducción aprobada por la ciudadanía.