Enfrentó el covid-19 en su casa, tal y como muchos fernandenses. La fe y el apoyo de familiares y amigos fueron vitales en su recuperación
Por Raúl Márquez
El miedo suele jugarnos malas pasadas. El miedo paraliza y, a menudo, actúa como un veneno que va calando profundo, nublando el pensamiento, multiplicando la ansiedad. Si no somos capaces de enfrentarlo, dominarlo y suplantarlo, cuanto antes, por la calma, podríamos pasarla muy mal.
Aunque Sonia Guerrero era consciente de ello, el 07 de septiembre de 2020 se derrumbó. Se dejó invadir por el peor miedo que jamás había sentido. Sus síntomas se complicaban con el paso de las horas. Los dolores de espalda, de cabeza, el decaimiento, la fiebre y un ahogo que nunca había sufrido, la hacían presa de los peores vaticinios.
Una carta de despedida
La tarde de ese día, se levantó de la cama, buscó un cuaderno entre sus cosas, un lapicero y decidió tejer unas líneas, entre sollozos, pensando en sus hijos, en su esposo y su familia, pensando, quizá como nunca, en la muerte, no como algo etéreo, sino como un destino cercano y acechante.
—La incertidumbre de que podría morir la convertí en unos cuantos párrafos; palabras de despedida, que me servían como un vehículo para desahogarme, calmar la desesperación que entonces hacía mella en mí. Mientras escribía, me llegaban ruidos provenientes de la cocina o la sala, en donde mi hija de quince años, junto con su hermanito, hacía una sopa para mí. Fueron días duros, eternos, signados por pensamientos malos, pues me rondaba la dura certeza de que no saldría avante frente al covid-19— relata la docente, con los ojos humedecidos.
Para ella, la odisea se había iniciado el 04 de septiembre, cuando amaneció con malestar y dolor en los huesos. Luego, como siguiendo una cartilla de instrucciones, los demás síntomas del nuevo coronavirus, como la fiebre y la pérdida del olfato y el gusto, fueron manifestándose con el paso de las horas, en un fin de semana para el olvido.
“Guardé cuarentena en casa”
A través de un mensaje de WhatsApp le contó a una compañera de trabajo lo que estaba viviendo, los síntomas, el miedo, sabiendo que esta había padecido la enfermedad y había salido adelante. De este modo, inició el tratamiento, utilizando la medicina convencional, pero también dispuesta a probar los beneficios de las plantas medicinales.
—Comencé a tomar tés de diferentes plantas, como el guayabo agrio, orégano orejón, valeriana, jengibre, manzanilla, eucalipto, limonaria. Además, hacía vaporizaciones. Si bien por momentos me aliviaba, al cabo, los síntomas volvían y el miedo, como siempre, apoderándose de mí y de mis pensamientos, haciéndome imaginar el peor escenario…— subraya la dama.
En este punto de la historia, Sonia buscó desesperadamente a Dios, se aferró al cariño de sus hijos y esposo, y tenía muy claro que, además de la enfermedad, el miedo era el primer obstáculo a sobrepasar. Debía vencer esos sentimientos derrotistas y pensar en los suyos. Se debatía en una guerra interna que era necesario ganar.
Meses después de esos terribles días, recuerda que mientras estaba aislada en su cuarto, la imagen de su hijo menor, llamándola, queriendo abrazarla, le partía el alma. «Además del desaliento, de la falta de apetito, el llanto de mi hijo me quebraba aún más. Pero justamente la meta era doblegar lo malo, para poder estar con él, consentirlo como siempre».
La recuperación
Lo que más asustaba a Sonia era el ahogo, las punzadas que de vez en cuando golpeaban su pecho y espalda como dagas. «Cuando sentía este malestar y el ahogo, me llegaban a la mente las historias y noticias sobre la etapa crítica del virus. Pensar en que finalmente debía asistir al hospital para realizarme terapias con oxígeno, se traducía en llanto, en angustia. Pero, gracias a Dios, esto no fue así».
Al cabo de unos ocho días, ya estos síntomas fueron desapareciendo, progresivamente. Al parecer, lo más difícil iba quedando atrás. El miedo y los pensamientos sombríos perdían fuerza; la esperanza y la fe ocupaban su lugar de siempre.
—Luego de esa primera semana fuerte, la siguiente fui mejorando. Y así, sucesivamente, fui comiendo como antes y la vida comenzó a encarrilarse. Sin embargo, decidí cumplir treinta días más de cuarentena en casa. Utilizaba el mismo plato y cubiertos, usaba tapaboca, y todos cumplíamos las medidas de bioseguridad. Gracias a Dios, mi esposo nunca presentó síntomas, y mis hijos una leve gripe, que pronto se les pasó— comenta.
Insiste en que a pesar de que no fue al médico, se cuidó, cuidó a los suyos y a sus vecinos y compañeros de trabajo. No se explica, en este sentido, cómo algunas personas —sea que hayan o no enfrentado la enfermedad— no cumplen con las normas de bioseguridad.
—Cuando recuerdo las largas horas de miedo y desazón que viví, en mis hijos, en mi familia y alumnos, llegó a la conclusión de que, si bien hay cosas que no podemos dominar y están en manos de Dios, nuestra actitud es importante. Pensar en positivo, aprovechar al máximo la vida para mejorar como personas y profesionales. Esperar con fe que esto pase y podamos reunirnos como siempre, valorando cada minuto de vida. Por favor, cuidémonos más y demostremos todo el amor que sentimos por nuestra familia y seres queridos— apunta con voz temblorosa.