Julieta Cantos
Las contradicciones están presentes permanentemente, en todos los aspectos de la vida, la naturaleza y, por tanto, en nuestro diario quehacer. Así es, en nuestro desempeño con la familia, trabajo, política, emprendimientos…Y es que nos vamos configurando como personas pensantes, principalmente con lo que recibimos y/o percibimos en nuestros hogares, luego…el entorno: amigos, vecinos, abuelos, tíos y primos, los espacios donde aprendemos, laboramos, y nos divertimos; aaahh… y los medios. Todo ello nos va definiendo valores para la vida, aunados a aquellos que las leyes expresan como normas mínimas de convivencia, para desempeñarnos en sociedad.
Y nosotros, que hemos ido madurando, empezamos a escoger cuáles van a ser esos valores, prioritarios o más importantes, que se asumen como personales. Porque una cosa es lo que aprendo, otra lo que me influye directamente, y otra lo que elijo creer. El libre albedrío, repleto de contradicciones y limitaciones. Empiezan a aparecer las situaciones –sobre todo materiales- concretas que nos exigen definiciones. Y aquí se inicia el quiebre o el reafirmarse. No se debe pegar a los niños…pero una palmada a tiempo es correctiva. El aprendizaje es un proceso individual-social para cada persona,… y como nadie es igual a nadie, no hay forma de evitar que surjan todo tipo de contradicciones, más cuando se pueda imponer que tod@s nos sometamos al mismo aprendizaje (sea secular y/o religioso). Los sistemas de organización de la sociedad deben ir mejorando en base a la experiencia…pero, ¿la experiencia de quién(es), y sobre qué proyectos colectivos, sociales, urbanos…? Los territorios se delimitan, no en base a un sentido lógico de la geografía, o acuerdos entre las partes, sino en base a la intervención de poderes supranacionales para sus propios intereses. Por eso, es fundamental que existan criterios concertados entre todos, para todos. Y esto es lo que ha llevado, lentamente a la humanidad, a pasar de monarquías y latifundios, a incipientes intentos de democracia, primero representativa, luego participativa e inclusiva. ¿Para qué? Para aprender cada quien, en sus propios espacios de tiempo y experiencias, a participar, y luchar porque su visión también sea tomada en cuenta, en función de mejorar esa sociedad que integramos como ciudadanos.
El tema de las comunas y de las ciudades comunales data desde hace muchísimo tiempo (en Chile, Argentina, Italia…), pero esa es una visión que implica niveles de participación y compromiso muy altos. Por eso cuesta tanto consolidarlas, porque se trata no de hacer la tarea que otro manda, sino la que un conjunto de personas, en un ámbito territorial existente y delimitado, genere en base a sus propias necesidades. Un técnico puede saber el tipo de variables que deben manejarse, pero estoy segura de que esas variables van a estar incompletas, si la comunidad no participa. Y esto lo he entendido al aprender a observar y escuchar. Se trata de no descalificar a nadie, pero no implica que, a priori, una tenga que estar de acuerdo con lo que se diga, más cuando entre tod@s l@s participantes (técnicos o no), hay desacuerdo…y contradicciones! Mi visión puede llegar a ser coincidente con la del otro, al percibir que los objetivos, o parte de ellos, son los mismos, y que pueden ser enfrentados de diferentes maneras, siempre que el resultado sea lo mejor para todos. Pero, ¿qué es mejor para quién y cuándo?
El presidente Maduro, a finales del año pasado, convocó a la creación de 200 ciudades comunales. También hizo manifiesto, su compromiso para darle rango constitucional al Parlamento Comunal. Esto, por supuesto, significó un espaldarazo al papel que debe jugar el Poder Popular en la consolidación de un proyecto venezolano.
Desde el 2013, el presidente Chávez defendió en todas las instancias el modelo de ciudad comunal, y que había que diseñarlas para ser implementadas. Lamentablemente, lo urgente siempre desplaza lo importante, y esta discusión ha sido relegada por la inmediatez de concretar triunfos electorales…sin concepto teórico detrás, y hoy, ni los unos, ni los otros saben qué significa “construir una ciudad comunal”, basada en el punto y círculo.
Lo más importantes es que no se puede construir una ciudad comunal, sino a partir del apoyo del poder popular de base, justamente el comunal. El trabajo con sentido, basado en la razón y la fe de cada quien, según cada cual, es lo que permite crear consciencia; más cuando, y hay que recordarlo, la existencia social y la producción de los bienes materiales son las que determinan la conciencia social. Esto fue un gran descubrimiento, que convirtió la ciencia social en una verdadera ciencia. De allí la importancia de producir, porque dedicándonos a la producción de los medios de existencia y reproducción social, es que los hombres edifican indirectamente su propia vida material. Las ciudades comunales incluyen a toda la comunidad, en la construcción de su propia vida material. Resolver nuestras necesidades de ocio, educación, cultura, deportes, actividades productivas…etc., en un ámbito determinado que nos permita desplazarnos sin dependencia de gasolina, ni transporte en el 90 % de los casos, es fundamental. Menciono esto último, por dos razones: nos afecta a tod@s y porque allí, es que se manifiestan un número extraordinario de contradicciones, en todos los campos y a todos los niveles. Este trabajo es el único que puede convertir a un vecino de la comuna, en un ciudadano comprometido con un proyecto hacia la transformación de nuestra sociedad, basada en otras relaciones de poder y control sobre los medios de transformación. La comuna son tod@s, es diversa, es inclusiva y genera soluciones.
Seguiremos la semana que viene…comentarios bienvenidos a [email protected]
Julieta Cantos