Antonio José Gómez Gáfaro
El niño que llora pidiendo un mimo del padre y, en respuesta, recibe una bofetada; la mujer que se esmera en el trabajo del hogar y, por salario, recibe maltratos; la anciana solitaria en su habitación que, por medicina, recibe un insulto; el niño en el vientre de la madre que, por falta de amor, es asesinado. ¿Puedes entender lo que se siente recibir daño de quien te debía proteger? ¿Puedes imaginar que la ilusión por una persona se venga abajo por faltar al amor que te debía? Quiero hablar de la mujer, la que encandila el corazón del hombre, la que le brindó un vientre para nacer, unos pechos para alimentar, unos ojos para vigilar, unas manos para custodiar… y, en cambio, es ofendida, ultrajada, vejada, colocada en el último puesto -y es colocada ahí porque no la pueden colocar más atrás-. No estoy generalizando, que quede claro. Muchos hombres echan en menos a la mujer; pero, también, muchas mujeres se colocan en el último lugar reclamando cosas que le quitan su feminidad.
¿Por qué tantos crímenes que tintan de rojo los periódicos día a día? Es realmente perturbador todo lo que está pasando… La dignidad de la mujer denigrada por el varón, a la par que el varón denigra la suya. La dignidad del hombre -entiéndase varón y mujer- radica de su imagen y semejanza con Dios: el hombre es la única criatura a la que el Creador ama por sí misma, es decir, no como una mediación para amar a otras, sino que es el fin de su amor. Dios hace de un ser humano un “tú”, capaz de entablar una relación personal con Dios, capaz de amar y ser amado; lo convierte en una persona, aun cuando nuestro criterio no corresponda al criterio de “persona” que nos hemos inventado: por esto, toda vida humana es importante desde el primer instante de la concepción. Aunque tenga visos de perogrullada hay que decir que “la mujer es otro yo en la humanidad común”, con palabras de San Juan Pablo II. Parece una verdad evidente que la mujer tiene la misma dignidad del varón, pero hay que recordarlo porque las acciones de muchos varones parecen insinuar que no lo es.
Una verdad fundamental: Todos los males son consecuencia del pecado del hombre, de su voluntaria separación de Dios. Jesús mostró y demostró una peculiar predilección por la mujer e incansablemente recordó su dignidad; luchó contra la tradición existente del “dominio” del varón sobre la mujer. En una oportunidad le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio con ocasión de apedrearle: aquí se ve claramente la mala intención del corazón de aquellos hombres de ley que, excusando al hombre que debía ser apedreado también, se hicieron de la vista gorda y dejaron que la mujer pagara por todo. Jesús, Dios mismo, pensativo y en apariencia distraído, se indignaba y dolía de la dureza de aquellos corazones y haciéndoles ver que ellos eran tanto o más pecadores que ella, se alejaron. En la soledad del lugar, donde sólo quedaron Jesús y aquella mujer, Dios le recuerda su dignidad: no peques más, no te ofendas más tú misma.
¿Acaso esta mujer, con su pecado, no es confirmación del abuso de aquellos varones, de su injusticia “masculina”? Una mujer es dejada sola con su pecado, señalada ante la opinión pública, mientras que al varón se le oculta, él, que es culpable del pecado de otra persona, es más, corresponsable. Cuántas veces hay casos parecidos y la mujer carga sola y paga sola. ¡Cuántas veces la mujer es abandonada en la maternidad porque el padre del niño no quiere aceptar su responsabilidad! Y junto a tantas madres solteras en nuestra sociedad, es necesario considerar además todas aquellas que muy a menudo, sufriendo presiones de dicho tipo, incluidas las del hombre culpable,se libran del niño antes de que nazca. Se libran; pero ¡a qué precio! La opinión pública actual intenta de modos diversos “anular” el mal de este pecado; pero normalmente la conciencia de la mujer no consigue olvidar el haber quitado la vida a su propio hijo, porque ella no logra cancelar su disponibilidad a acoger vida inscrita en su naturaleza desde el principio.
Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios quiere decir también que el hombre está llamado a existir para el otro. El varón y la mujer no están llamados a vivir solamente “el uno al lado del otro”, sino “el uno para el otro”. El hombre se realiza cuando se entrega al otro. Una mujer consciente de que su dignidad no es la que la sociedad le quiere inventar sino la que se ve con los ojos de Dios, sabe que se realiza cuando se da por entero a los demás -lo mismo aplica para los varones-. Una mujer que sabe esto, en nombre de la “liberación masculina”, no puede tender a apropiarse de características masculinas en contra de su originalidad femenina.
La maternidad es un verdadero milagro, es una entrega total a otra persona: clamar por todo aquello que la imposibilite es ir en contra de la dignidad femenina. No todas las mujeres tienen la dicha de concebir, pero ésta no es la única maternidad, también está aquella que es espiritual, y es muy heroico que algunas mujeres prescindan de aquella para entregarse por entero a los enfermos, minusválidos, a los niños, a los ancianos… La mujer es indispensable en la humanidad: ella es la que suaviza, la que embellece; ella la que mima, la que enternece; ella la que cobija; ella es la fuerte que no se dobla ante los problemas.
¡Varones, amen a las mujeres, respétenlas! Muchas veces son vistas como un simple “objeto” -y me duele tener que escribirlo- que sólo es capaz de satisfacer los impulsos más viles. ¡Ustedes son los que las han llevado a tener que criar solas a sus hijos, a tener que hacer cosas dolorosas para sacar adelante sus hogares! ¡Ustedes son las que las han convertido en objeto del placer, los que mantienen abiertos los prostíbulos, los que las han llevado a la pornografía! ¡Ustedes los que las han llevado a querer atentar conta la vida de sus pequeños! Esto, en ninguna manera, es un justificativo, no, pero los varones han llevado a muchas mujeres a hacer cosas que las ofenden, y que ofenden a Dios. Los varones han formado un estereotipo femenino de acuerdo a su “masculinidad”. Cuando el varón denigra a la mujer, se denigra él mismo, y viceversa. Recomiendo leer la carta apostólica MulierisDignitatemde San Juan Pablo II que ha motivado estas palabras. Que la mano que debe proteger, no hiera.