Carlos Orozco Carrero
Siempre a la misma hora. En la oficina de Telégrafos de Venezuela pasaba el tiempo muy rápido. Seguro era por la amistad entre los compadres y amigos de siempre. A golpe de cuatro de la tarde la mirada de todos se dirigía a la bomba de gasolina, la cual quedaba a 37 metros y 12 centímetros del sitio donde se encontraban los responsables de esa risa contagiosa. Precisamente a esa hora, llegaba el autobús que venía de San Cristóbal, con sus pasajeros y encomiendas barnizados por algo del polvo del camino agarrado en el callejón del diablo. Algunas señoras con abrigos espumosos y lentes más antiarrugas que contra el resplandor solar. Unos pasajeros conocidos y un señor visitante con dos maletas. Una de cuero con correas viejas, y otra conocida por los amigos del telégrafo. Era un estuche de saxofón lo que el recién llegado cargaba con tanto cuidado. – Compadre Carreto, ¿vio lo que trae aquel pasajero?, preguntó el telegrafista. -Un saxo, compadrito, respondí. -Vaya a ver qué hace ese hombre en Pregonero. Me acerqué al viajero disimuladamente. Él agarró el estuche y me miró con desconfianza. -Señor, le pregunté. – ¿Es un saxofón? La pregunta permitió una conversita fugaz. -Si, amigo. Mucho gusto. Extendió su mano y me dijo: -Ramón. -¿Usted no sabe dónde queda un hotelito o alguna pensión por aquí, cerca? -Aquí mismo, dije. -Al final de la cuadra. -El hotel Uribante, de mi tía Isabel. Fuimos hasta la posada y me preguntó la dirección del maestro Orduz, director de la Banda Bolívar del pueblo. Después les cuento la relación musical de Ramoncito con el telegrafista y conmigo.
Cosme preparó viaje con su esposa y se despidió de Melquiades. -No aguanto más, compadre. -Este encierro me va a volver loco. -Si no es porque vengo casi todos los días a conversar con ustedes, me sacan para un reclusorio mental. -Para dónde vas, si se puede saber, pregunta Pulqueria. -Estoy llamando a varias posadas en algunos pueblos cercanos. -Ya tengo el carrito full para ir y venir. -Donde llegue lo estaciono y podemos caminar por algunas calles tranquilas. Mucha gente anda en esas. El flaco Elpidio lo pensó hace mucho tiempo y le ha caído muy bien la tranquila y reparadora temporada en su pueblo natal. Es más, creemos que no regresa a su casa de habitación por mucho tiempo.
-Doctor, ese hombre no quiere pagar. -Me amenazó y dijo que fuera usted a llevarle la notificación para hacérsela tragar de un taco. -Es un demonio ese tipo, doctor. -Bueno, bueno, bueno…El abogado le dijo al motorizado que se calmara. -Buscaré una solución para que el señor Consolación cancele esa deuda, la cual tiene tres años y pico. -¿Cuál es ese Consolación, doctor? No falta un perro en misa, dice la conseja popular. -Es un señor que alquiló un barbecho para sembrar cañafístola y se tragó toda la cosecha, sin repartir con el dueño de la tierra. -Creo que lo conozco, amigo. -Si usted me pasa algo de esa deuda, yo le digo cómo ese tipo paga rapidito. -Claro, amigo. La mitad de lo que cancele es suya. -Eso es fácil, doctor. -Mande al motorizado a que lo amenace con echarle un rezo maligno con una curiosa en magia negra. -Que le diga que le van a meter un sapo en la barriga, y en tres días viene con el dinero, apuradito. Melquiades no soporta estas conversas tan ridículas en estos tiempos de modernidad. Lo cierto es que Consolación no debe ya nada al bufete.