La crisis del papel que llevó al cierre a muchos periódicos en Venezuela también arrastró a los kioscos dedicados a la venta de la prensa, que en más de un ochenta por ciento han desaparecido, mientras que los dueños de los pocos que aún se mantienen luchan y deben ingeniárselas para continuar funcionando
Amando Hernández
Los quiosqueros de prensa, como se les conoce popularmente, tienden a desaparecer y la razón es elemental, pues no cuentan con la materia prima, pues desde hace cinco años, aproximadamente, no reciben los diarios y revistas, que eran adquiridos rápidamente por lectores deseosos de conocer las noticias y hasta los chismes de farándula por parte de las publicaciones especializadas.
“La crisis nos arropó”
Jorge Esteban Márquez es el propietario de un kiosco ubicado en la calle 13 entre carreras 20 y 21 de Barrio Obrero, media cuadra abajo de la plaza Los Mangos, y en este lugar se observa la desolación, muy distante de aquellos tiempos en que las personas hacían cola para adquirir los periódicos y el vendedor, prácticamente, no se daba abasto para hacer la entrega a sus clientes.
Márquez se niega a rendirse, aún cuando considera que la situación cada día está más comprometida. La mayoría de los kioscos de prensa han bajado la Santamaría, obligados por la crisis, pues se abrieron para la venta de periódicos y revistas. Acá se recibían todos los días 20 o 25 periódicos del centro del país y hoy no llega ni uno. Esto ocurre desde hace varios años, dijo más adelante.
Es una hazaña mantener estos negocios, porque ya no hay el gran desfile de clientes, las grandes editoriales ya no existen, y hay que tener idea para seguir funcionando. Su negocio luce surtido, con gran cantidad de revistas, pero inmediatamente aclara: “Son de segunda mano, de reventa: debo trabajar con los clientes, a quienes se las compro luego de leídas”, dice para aclarar que el único medio que se mantiene fiel y es consecuente con el pueblo es Diario La Nación, cuyos ejemplares llegan puntualmente tres veces por semana.
Explica que la dificultad para los quiosqueros se inició casi al mismo tiempo en que los periódicos dejaron de recibir papel, a lo cual se sumó la falta de efectivo, la carencia de gasolina, fallas en el funcionamiento del transporte y ahora la pandemia por el covid-19. “Esta es una crisis terrible que nos arropó y a la cual estamos sobreviviendo”, añade luego Jorge Márquez.
Aun cuando confiesa que no ve una solución milagrosa, piensa que es necesario reinventarse y probar con otros artículos, como productos de aseo personal y chucherías. Cuando se le preguntó sobre la venta de víveres, aclaró inmediatamente: “Hace un tiempo lo intenté, pero dejé de venderlos por situaciones que ocurrieron y no vale la pena recordar”. Luego confió que la venta de productos alimenticios fue un descalabro, pues concedió crédito a clientes habituales, personas a quienes conocía y muchas de ellas no regresaron jamás.
Márquez alega que se levanta todos los días pensando en qué se va a hacer hoy y no encuentra soluciones para mejorar la situacion de su negocio en Barrio Obrero, que atiende desde hace 28 años. “Las ventas bajaron porque el poco dinero que agarra la gente es para comprar la comida”, responde.
De seguir así, los kioscos de prensa desaparecerán definitivamente por falta de clientes y material para vender. Tomará auge la figura del pregonero, que tiene movilidad y puede cambiar su punto de venta en cualquier momento, llevar el producto hasta donde está la gente, y eso es una gran ventaja que no tiene el vendedor del kiosco.
“La fuerza de la costumbre”
María Sonia Rojas es la propietaria del kiosco “Capilla de los ahorcados”, ubicado en la carrera 22 con pasaje Pirineos, a donde acude a diario de manera religiosa para atender la venta de chucherías, refrescos y golosinas, que desplazaron a la venta de periódicos y revistas.
“No hay prensa y la gente no viene como antes, casi no hay transporte, no hay dinero, la economía está por el piso, y los kioscos tienen el riesgo de desaparecer”, dice.
Se queja al explicar que sobrevive gracias a la ayuda de su familia, porque no tiene muchos compromisos económicos. Es un ama de casa que se preocupa por la suerte incierta de su negocio, que atiende desde hace 25 años. “Venir es una rutina, es algo que he hecho durante un cuarto de siglo”. Explica que es una satisfacción, es la necesidad de atender su negocio, a pesar de que ya la gente no lo visita como antes. “Tengo como cuatro años sin recibir periódicos, porque traerlos de Caracas tiene un costo, que ahora resulta muy alto por los precios del transporte y la gasolina.
María Rojas cuenta que ha estado tentada a cambiar de rublo y dedicarse a la venta de víveres, pero lo está pensando. Algunos mayoristas se han acercado para proponerle las ventas de alimentos, pero “esta es una decisión que no se puede tomar a la ligera. Eso de la cuarentena, una semana sí y otra no, no es buena para el negocio. Además, se debe pensar en la inseguridad, porque la presencia de mercancía llamaría la atención de la delincuencia, ya que en la zona de Barrio Obrero la seguridad es deficiente”, añade luego.
La comerciante, casi con sentimiento, dice que su clientela de tantos años prácticamente ha desaparecido: “muchos no vienen, otros se han marchado del país y otros han muerto”, añade. Dice finalmente que seguirá al frente del kiosco y espera que todo se solucione. “Es la fuerza de la costumbre”, puntualiza.