Néstor Melani-Orozco *
El sonido de los taladros dentales muy temprano se apagó y don Ángel, como un beato, enflusado de negro, mientras doña Ramona habló de la fiesta con los vecinos.
La calle cuatro era una vecindad de casas de pocos metrajes al frente y de muchas ventanas que sabían contemplar como ojos.
Laurencio Zambrano, guitarrista y poeta, hijo de los odontólogos. Estudiante de la Escuela de Teatro de la Juana Sujo, de Caracas.
Sabedor de los versos de Vallejo o de Vicente Alesandre, propuso la noche de fiesta, entre una sala conformada por luces y un lienzo de colores a la manera de Arckiles Gorki. Donde llegaron los amigos.
Los estudiantes universitarios, los soñadores. Entonces el regente de aquella noche hippie propuso le acompañaran y fueran al Museo de Macarrón, como le llamaban, era Morelani el coleccionista, y le prestaran la obra “El Rostro del Amor”, realizada por Raúl Sánchez, quien ya vivía en Roma.
Días después del carnaval… noche de ceniza.
Vagaron en procesión y escoltando la surrealista pintura como una visión de Dalí, hicieron una ceremonial presentación y disfrazados como los famosos Beatles irlandeses comenzaron la juerga. Junto a vinos, tartas. Y bailes.
El profesor Juan Vásquez llegó disfrazado de Marcel Marceau. Y ‘Pepe’ Camargo llevó su guitarra y el chaleco de pintor. Y hasta el seminarista de Seboruco vino con la máscara de Bramante.
Otras con trajes de locos. Algunos de frailes y Auxiliadora, la hermana mediana del poeta, iba de blanco como una odalisca egipcia.
Los vecinos llenos de asombro.
Era la primera vez que La Grita veía una fiesta psicodélica. De hippies. Con medallas al cuello que significaron «Paz y amor».
¡Cuánto Asombro!
Llantos de las viejas.
Reclamos de los curas.
Al amanecer.
Ya en el tocadiscos se escuchaba la canción «MI LIMÓN, MI LIMONERO» del maracucho trinitario Henry Stephen.
Por fin, un vecino llamó a la policía.
Llegando los uniformados, y el poeta desnudo salió a recibirlos.
Fue preso por aquel rumor de canciones y bailes.
¡Asombro guardado en los recuerdos!
Los años pasaron desde aquel febrero de 1967.
Aún los viejos recuerdan en la calle cuatro la venturosa fiesta de los hippies…
Mientras el cantor aquel vivió muy después en Chile. Ingresó a la universidad de Santiago. Presenció la muerte de Allende, y se ligó a los gritos de Neruda.
Y en el exilio, viajó desde Alemania en un circo por toda Europa…
Ahora es Premio Nacional de Literatura.
Eternamente…
(*). Cronista de La Grita.
Miembro de la Academia del Norte de Santander. Colombia.
Honorario Sociedad Bolivariana de New York.
Sociedad de las Artes Catalanas.
Artista Plástico.
Premio Internacional de Dibujo “Joan Miró”-1987. Barcelona. España.
Maestro Honorario.
Doctor en Arte