Fernando Luis Egaña
Quizás el objetivo más importante de un despotismo es la sumisión nacional. No me refiero tanto a la sumisión del conjunto de la nación, sino en especial de sectores de naturaleza política que se suelen presentar como la alternativa formal al poder establecido, y que por ello estarían llamados a representar y encauzar el descontento social.
La referida sumisión, desde luego, no es explícita. Al menos no en líneas generales. Pero al alinear «estrategias» con el concepto de una oposición que no haga daño, sino que más bien legitime a la hegemonía, entonces se produce la sumisión, aun en medio de una retórica de denuncia y crítica. Me parece que estamos ante un fenómeno de ese tenor, en esta Venezuela derruida, y en estos mismos tiempos.
Hay, por lo menos, dos factores que no favorecen el que la sumisión política -de variado colorido- tenga un efecto definitivo para el continuismo indefinido de la hegemonía despótica. Uno es la situación catastrófica del país, sobre todo en lo social y económico. Y su potencial de protesta y conflicto.
Otro es la poca credibilidad que los sectores políticos sumisos -abierta o encubiertamente- suscitan en la población. Maduro y los suyos tienen merecido el masivo rechazo de los venezolanos. Tanto más los que se adhieren o someten al despotismo, de buena o mala fe. Más numerosos, por cierto, los segundos que los primeros.
Es necesaria la lucha por elecciones libres y limpias que confirmen un nuevo camino para nuestra nación. Pero las elecciones libres y limpias solo podrán ser una realidad en un contexto nacional comprometido al respecto, y apoyado decididamente por la comunidad democrática internacional. La trágica experiencia de tantos años demuestra que el poder de la hegemonía es incompatible con ese objetivo.
No queremos banderitas blancas. Para nada. Queremos la bandera tricolor.