Opinión

La casa del macarrón en La Grita

17 de febrero de 2021

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Néstor Melani Orozco *


 

Aún me voy de recuerdos y en el patio las flores rojas de las malvas  y el medio claustro  de la casa, larga hasta el fondo, donde un tocadiscos  de Olguita y las postales  italianas  colocadas forzosamente  en el espejo,  de Marco de oro veneciano  y la cortina con arabescos que le trajeron a la tía los Gandica del viaje de la india. Allí se iba a los secretos del solar donde Miguel. Llamado «macarrón» improvisó un ring de boxeo  con cuerdas que le trajo el hermano del teniente Reyes Zumeta y los guantes, cuatro; los bajo prestados,  Luis «Camberra» para el circo de los muchachos, porque SoniListon se vería en las pantallas del televisor  de madera en blanco y negro y en el cine de la calle Urdaneta presentarían el corto del triunfo de Carlos Morocho Hernández.

Todo estuvo allí, desde Carlos Roa el médico certificando las virginidades   y el botalón donde se amarraron los puercos para el sacrificio del viejo Francisco.

Memoria perdida allá atrás en una habitación donde un cartón de piedra con Simón Bolívar   cruzando los  brazos pintado con sapolines por mi padre Pepe Melani.

Entonces sonaba  la guitarra de José Gaudencio Zambrano  para revivir a Zitarrosa y venían los amigos, llegaban los Rones y el amor de los dioses se estremecía en el salón del Museo que coleccionaba Macarrón. El capote del torero colombiano y el pompas de don Carlos Olivares. Los versos de Isaura y el Bombardino del Abuelo Toscano,  estaban las imágenes, yo iba porque Miguel “macarrón” me prestaba colores y Rosita se convertía en una hermosa imagen como venida en un lienzo de Mariano Fortuny.

Casi de Formas y esculturas. La cabeza de piedra  de Leonel Duran, los Dibujos a tinta China de Pepe  Pepe Camargo y en un santuario «El Rostro del Amor» de Raúl Sánchez  que ya vivía muy cerca de la plaza di Vittorio Enmanuel en Roma.

Entonces de aromas aparecían los pintores,  y la Novia de Miguel, «Calmen»  con «l» hermana de Eduardo Rey, santificada  con el Crucifijo de la bisabuela María Teresa y Eduardo  empezaba pintando  en el patio con las tareas que traía Miguel de la Dichosa Escuela de Bellas Artes, donde la figuración se convertía en naturales presencias.   Y Hugo Rangel se parecía al Che Guevara, mientras José Ignacio Zambrano buscaba entender el Dibujo de los caballos de Pepe Melani.  Carlos García permitía las culturas y Macario emprendía el compromiso social… cuando Adelis León Guevara dijo que el Crucifijo de Tadea no era hecho en La Grita…era la obra barroca de un indio del Perú.

Y una tal Yoli. Subía con uno de los Hugos a la Espinosa  y desde la voz una tarde  de Belarmino  Mogollón  viendo  a Morelani-Macarrón entrar un molde grande de yeso y diciendo: «Ya mi ahijado  encontró, quien sabe donde una momia»…

¡Dios del amor!.

Era Yanko enyesado porque se cayó de su moto y no había más remedio  que traerlo a  la casa de Macarrón…

Los alivios  vinieron y las voces en la radio «Telefunker» de teclas, más el misterio de los versos del Profesor Fabián. Como de las caricaturas de Zapata y las cartas del primo Hugo Baptista  desde Paris, como el Consuelo de las pinturas de Ana Mireya con rojos puntos en los árboles que la mamá de Morelani  idealiza con un pincel de aquellos almagres que vendía en su tienda Don Pablo  Rosales.

Un día tan inmenso después de la Fundación del Liceo Civil.  En el Club  Ayacucho se celebró un concurso de Pintura. Y Miguel trajo de jurados a los Profesores  de la Escuela Bellas Artes.

Gaudencio propone una escuela teatral dentro de la majestuosa capilla neogótica del viejo semanario.

Y un amigo de Eduardo Rey  se roba del almacén Gato Negro los primeros tubos de oleo para quien con los años sería el más clásico pintor del Ávila en la Caracas de los retos.

Recuerdo en día que nos vestimos de mexicanos y Argimiro Colmenares llevó su maquinaria  de los retratos.

De allí en aquella casa vinieron los pintores.  Desde el hoy olvidado Leandro Baldomero Ramírez, hasta el notable Guillermo Márquez. De Teolindo «Theo» Mora, Silvestre Chacón. Rafael Salas y hasta Freddy Pereyra. Muchos mas…

Un día vi el capote de Alonso Segura. Y presencie cómo entre encanto J.A. Mora describía el paisajismo, desde un naif para después hacerse  naturalista mucho más que Joaquín Caicedo.

De aquella casa conocimos a Tulio Antonio Sardi Sánchez, venia en recolecta de obras de artistas para exponerlas en la capital  en homenaje de los centenarios  de La Ciudad perdida en las nieblas…

En aquella casa conocí a Agustín Guerrero el más grande paisajista tachirense.

Y desde las puertas  Jesús Orozco idealizó armonías. Y Alberto Roa intentó los siglos.

Mientras Pepe Melani  se convertía en dolores y la tragedia de un pueblo de ignorancias.

Un Día desde aquellos encantos, entre la rosa despojada por las lágrimas de Miguel y las crudas piedras de Pedro Mogollón se fueron  las imágenes. Octavio Acuña Solano pintor de Asunción en  Chile. Lo trajo el General  Rosendo Natera. Y de plumillas se vio La Grita. Y Hugo Rangel propuso se creará El Centro Experimental de Arte  con el nombre de Pepe Melani. Con el fin de fundar una Casa de la Cultura  para la ciudad.

Ya Gaudencio se había marchado a Santiago de Chile…para ver morir a Salvador  Allende. Y cantar con Violeta Parra e invocar con el tiempo a Scarmeta en el «Pifano» de Neruda…

De rosas blancas una noche en Caracas Américo Rivero Unda me dio una carta para el círculo de artistas catalanes. Era mi viaje a España, con los colores de Miguel. Las formas geométricas de Hugo Rangel. Con los testimonios en el Nacional de Hugo Colmenares y el dolor inmenso de José Ignacio…

Américo se había casado con Rosita hermana de Miguel.

Volvieron los recuerdos. Hector Carrero hizo la foto de mi padre  entre la tristeza y las agonías. Y en un afiche de la Universidad  del Zulia imprimieron  la  desesperanza  de l pintor  que hizo venir hasta el propio Tito Salas….

Pasaron los años y el carro azul celeste de Macarrón se quedó  olvidado en el taller del Magíster Abundio Duque. El Museo se lo llevó  para  San Cristóbal… más la Casona se cayó entre las lozas de arcilla  y las canciones de amor… solo un espejo  que poseía en su cristal en letras rojas aquella memoria del poeta:  ….»El verdugo de mi pueblo  le dijo a mi padre  que estaba loco»….

Un día  en la Mérida de la Abadía vi con  tristezas al Torero colombiano convertido en alcohólico.  Y del traje de luces los misterios de aquella copa en la mesa donde estuvo el ají  para los gritos del teatro…

Cuanto de alcanfores se curtieron las boticas y los versos se realizaron en lo más eterno de Ramón Elías.

Vinieron las cofradías. Rezaron por los muertos. Y los muertos bailaron junto  al poema «Almas Gemelas » de Teodoro Gutiérrez Calderón.

La casa de Macarrón  desapareció con el sonido de las campanas.

Los años dirán las verdades….

Eran días de las cenizas….

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(*)De Mi  Libro.

«DE LA GRITA  AL  CIELO»

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